La virtud de la humildad es una virtud que no tiene una alta cotización en nuestra sociedad ni entre nosotros, porque nos parece que tiene dimensiones negativas que hacen referencia a lo que nos avergüenza, a lo que nos pueden echar en cara o a lo que nos gustaría esconder de nosotros mismos.
Nuestra sociedad se parece algo a un gran banquete del que todos queremos sacar una buena tajada, en el que todos queremos estar en la mesa presidencial o en los primeros puestos, aunque sea a costa de pisotear, calumniar, poner zancadillas, ser injustos y todo porque nos creemos con el derecho de que reconozcan nuestros méritos, nuestra fama, nuestro prestigio, nos creemos con derecho a las alabanzas, los honores, los privilegios.
Toda persona debería empezar por reconocer sus cualidades y también sus defectos, sus cosas buenas y también sus cosas malas, toda persona debería reconocer cómo es realmente. Debemos sentirnos felices y gozosos porque Dios nos ama tal como somos y a la vez hemos de ser conscientes de que tenemos la responsabilidad de administrar bien, utilizar y saber hacer fructificar todo eso que el Señor ha puesto en nuestras manos, para nuestro bien y para el bien de los demás.
Hemos de reconocer con humildad que tenemos carencias, que somos débiles y que algunas veces no hacemos las cosas bien y por ello deberíamos estar dispuestos a pedir perdón. Tenemos que aprender de nuestro maestro Jesús a ser comprensivos, tolerantes y misericordiosos con nuestros prójimos, o sea próximos, igual que Dios lo es con nosotros y como querríamos que los demás fueran con nosotros.