La gratuidad y el descanso

La gratuidad y el descanso

Todos los días tenemos al alcance de la mano un gran número de experiencias estupendas que no nos han costado ningún esfuerzo: nadie se merece una puesta de sol maravillosa en verano; gozar de buena salud, de las personas que nos quieren por lo que somos y no por lo que tenemos, disfrutar de un sueño reparador…

Hemos perdido la capacidad de admirarnos con las maravillas cotidianas y de valorar en su justa medida a las buenas personas que jalonan nuestra vida.

No hay como caer enfermo o sufrir el azote del paro o la soledad para ordenar el chip de las prioridades…

Ansiamos muchas cosas pero, curiosamente, las esenciales no se logran con dinero. Con dinero no se puede comprar el tiempo, ni el sueño, ni la salud, ni el respeto y la aceptación, ni la vida.

Lo fiamos casi todo a la seguridad del dinero y del poder, incluso cuando se trata de realidades tan poco ligadas al vil metal, como la paz, la alegría, el amor.

En pleno verano ya, deberíamos ser capaces de cumplir los buenos propósitos de cargar las pilas que nos humanizan, pero sabiendo que muchas personas no van a poder descansar, aunque sea un derecho elemental.

Dios es el primero que desea unas felices vacaciones porque necesitamos el descanso tanto el físico como el anímico.

Algunos no aprenden a desconectar engullidos por el trabajo muy mal entendido, otros no pueden porque sus dolores no se lo permiten y otros lo fían todo al consumismo, como si gastar más dinero en vacaciones garantizase el descanso que tanto necesitamos, cosa que no es verdad, ni remotamente.

Como buen maestro, Cristo nos muestra que descansar es un derecho y un deber. Jesús mismo, cansado del camino, se sentó junto a un pozo.

En otro momento Jesús les dijo a sus apóstoles: Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco.

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