La enseñanza, ayer y ahora
“Jesús entró de esta manera porque con ello continuaba adoctrinando a la gente -explicó el Padre Benjamín Aguirre Barba, Licenciado en Sagradas Escrituras, Catedrático del Seminario Diocesano Mayor y Formador en el Seminario Menor-. Él, como buen judío, conocía las Escrituras”.
Anteriormente, seis o siete siglos antes de su llegada, en el tiempo que el pueblo de Israel se encontraba oprimido y viviendo uno de los momentos más difíciles de su Historia porque se los habían llevado cautivos a Babilonia, ahí Dios incitó al Profeta Isaías para que predicara un mensaje de esperanza a Israel, e hizo un oráculo donde proclamó cómo vendría un Rey a salvarlos y que lo haría en total humildad, montado sobre una cría de animal de carga.
“Jesús entró a la Ciudad, en primer lugar, para cumplir la Misión para la cual su Padre Dios lo había mandado, porque tenía que terminar la obra que ya había comenzado; pero también lo hizo, sabedor de lo que ahí sucedería, para darle cumplimiento a esa Profecía de Isaías, y con esto hacerle saber a la gente que Él era el Mesías que los Profetas habían anunciado. “El Hijo de Dios, conocedor de las Sagradas Escrituras, hizo suyas las palabras de Isaías y decidió entrar a la Ciudad en un asno. Esto nos deja de enseñanza, en la actualidad, que el camino para la Gloria nunca es a través del Poder, la vanagloria o el orgullo, sino con humildad y sencillez, para alcanzar la resurrección”.
“Fueron, pues, los discípulos e hicieron como Jesús les había encargado: trajeron el asna y el pollino. Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba:
“¡Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Evangelio de San Mateo, Capítulo 21, pasaje que se lee el Domingo de Ramos en la Bendición de las Palmas.