La parábola de Lázaro el mendigo, que se leyó hace poco en misa es de las más conocidas, y peor interpretadas. Habla del andrajoso que come de las migajas que caen de la mesa del epulón egoísta. Pero Lázaro en hebreo significa “Eleazar”, «Dios salva”, y a su muerte es llevado al seno de Abrahán. El rico, al infierno.
Cuando yo era pequeño, se decía que el epulón de la parábola iba al infierno condenado para siempre. Nos decían que en el infierno no se podían tener sentimientos buenos pero aquí leemos que ese “condenado” pide que vayan a advertir a los hermanos: “si está en el infierno, ¿cómo puede tener sentimientos buenos?”, me preguntaba yo.
Por eso me gustó que el papa Ratzinger dijera que es necesaria una purificación a la sed insaciable que tiene el egoísta por su avidez y opulencia, y que “en esta parábola, Jesús no habla del destino definitivo después del Juicio universal (…) [es] una condición intermedia entre muerte y resurrección (…) y tampoco falta la idea de que en este estado se puedan dar también purificaciones y curaciones, con las que el alma madura para la comunión con Dios”.
En el judaísmo, «infierno» o «seol», es el mundo de los difuntos. Allí está el «edén» o cielo, y la «gehenna» con su fuego, separados unos y otros, según una ley de correspondencia donde víctimas y verdugos no pueden sentarse juntos a comer como si no hubiera pasado nada.
¿Por qué están tan mal distribuidos los recursos del mundo? ¿Por qué muchos pasan hambre ante la indiferencia de otros, que pueden hartarse y no saben ver que con un poquito de lo que tienen se acabaría con el hambre de millones de seres humanos? Esto reclama una justicia que muchas veces será más allá de esta vida, de nuestra historia. Este es el sentido claro de la parábola, y el usarla para difundir el miedo a un infierno como lugar de castigo eterno fue en mi opinión una mala idea.
Muchos llaman también hoy a nuestras puertas, tanto cercanos como provenientes de otras tierras, mientras otros, egoístas, solo piensan en estar bien, en lugar de hacer el bien. La codicia impide ver el cielo, donde todo encontrará su sitio, también las injusticias de este mundo se convertirán en justicia. En cualquier caso, infierno es ya la soledad del egoísmo.
Llucià Pou Sabaté