Hoy el signo identificador del inicio de la Cuaresma es la ceniza. En la imposición tenemos dos fórmulas, igualmente tradicionales: «Convertíos y creed el Evangelio», o «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El sentido de la conversión penitencial, ya explicado, y el de la caducidad son igualmente «predicables» al hombre de hoy. Solemos utilizar normalmente la primera, aunque la segunda también es actual: en esta vida breve, hay que ir consumiendo el hombre viejo para alcanzar el fuego y la luz del hombre nuevo, resucitado, en la Pascua.
La bendición e imposición de la ceniza ha de hacerse con dignidad, mostrando el sentido de un rito que abre la Cuaresma, tiempo favorable y día de salvación (cf. 2. Iectura), de un rito que responde a una actitud interior filial ante el Padre, que no tiene nada que ver con una obsesión o tristeza o con una práctica rutinaria y puramente exterior (evangelio). Por eso la ceniza no ha de imponerse sin unas palabras (homilía) que clarifiquen y ayuden a discernir, nunca fuera de una celebración.
Hay que tener presente que este rito sustituye el acto penitencial del principio de la misa. Se podrá optar hoy por celebrar la eucaristía o simplemente por ofrecer una celebración de la Palabra de Dios con el rito de la ceniza; depende de las circunstancias y de la sensibilidad de los fieles. En la eucaristía hay que subrayar que «este sacrificio que inaugura la Cuaresma» (ofrendas), es preparación para la celebración de la Pasión del Señor.