FRANCISCO, EL PAPA QUE LLEGÓ DESDE EL FIN DEL MUNDO
El cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio sucederá a Benedicto XVI; Bergoglio -primer papa latinoamericano de la historia, primer papa jesuita, primer papa argentino- inaugurará su pontificado con una misa solemne el martes próximo, 19, fiesta de San José, patrono de la Iglesia. El domingo dará su primer Angelus.
ROMA.- El cardenal primado argentino, Jorge Mario Bergoglio, sorprendió y emocionó ayer al mundo al convertirse en el papa 266° de la historia y sucesor de Benedicto XVI.
La dramática renuncia del papa emérito, el 11 de febrero pasado, fue un claro mensaje de que había que darle un fuerte golpe de timón a la barca de la Iglesia. Ayer los 115 cardenales electores recogieron el guante y, en un cónclave que duró apenas 25 horas y media, votaron para convertir al arzobispo de Buenos Aires en Francisco.
Bergoglio -primer papa latinoamericano de la historia, primer papa jesuita, primer papa argentino- inaugurará su pontificado con una misa solemne el martes próximo, 19, fiesta de San José, patrono de la Iglesia. El domingo dará su primer Angelus.
«Fratelli e sorelle, buona sera [hermanos y hermanas, buenas noches]», fue la frase con la cual el nuevo jefe de los 1200 millones de católicos del mundo se presentó a los fieles que aguardaban desde hacía varias horas, bajo la lluvia y el frío, el anuncio de «habemus papam». «Ustedes saben que el deber del cónclave era de darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al fin del mundo», siguió Bergoglio, con acento argentino, pero en perfecto italiano, haciendo estallar en una ovación a la multitud.
A través de los miles de cámaras y periodistas llegados al Vaticano, el mundo entero lo seguía, luego de sorprenderse con una elección que no era la anticipada por los expertos ni por las apuestas.
«Pero estamos aquí… Les agradezco esta recepción. La comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo: ¡gracias!», continuó Bergoglio, de 76 años, desde el balcón central de la Basílica de San Pedro pasadas las 20 (las 16 en la Argentina).
El flamante papa salió a saludar sin la estola roja, sólo con la sotana blanca, todo un signo de simplicidad. Además, llevaba la cruz pectoral negra de obispo en lugar de la dorada típica de los papas.
Bergoglio homenajeó a su antecesor inmediato, el papa emérito Benedicto XVI, que por televisión desde Castel Gandolfo seguía esas imágenes históricas.
«Ante todo, quisiera rezar por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja», dijo, fiel a su estilo simple. Entonces estalló una ovación y el Papa comenzó a rezar el padrenuestro, el avemaría y el gloria el Padre, acompañado por un coro de fieles descolocados por ese papa nuevo tan distinto, tan humano, tan simple.
Poquísimos esperaban la elección de Bergoglio, que, en 2005, había sido el segundo en cantidad de votos después de Joseph Ratzinger. Pocos lo consideraban un candidato papable, debido a su edad, 76 años. Una consideración errada, sobre todo después de la renuncia de Benedicto XVI, que, con un gesto que Bergoglio calificó de «valiente y revolucionario», abrió paso a una idea distinta de papado.
En su edición de ayer, la nacion anticipó que Bergoglio podía convertirse en la gran sorpresa de un cónclave que había empezado anteayer sin ningún líder claro. Los grandes favoritos eran purpurados más jóvenes que él: el cardenal italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, de 71 años; el brasileño Odilo Pedro Scherer, arzobispo de San Pablo, de 63, y el canadiense Marc Ouellett, de 68. Pero ninguno de ellos entusiasmaba demasiado.
Bergoglio, en cambio, ya era conocido por 48 de los 115 cardenales electores que habían participado en el cónclave anterior. Además, al intervenir, con un discurso de apenas tres minutos, en las congregaciones generales de la semana pasada, había cautivado al auditorio de cardenales. Además, habían causado buena impresión su perfil bajo y la ausencia de lobbies detrás de él.
Al contrario, había caído mal la existencia de una «cordada» auspiciada por un grupo de cardenales de la curia, entre ellos, Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, que impulsaba al brasileño Scherer.
Se espera que Bergoglio, conocido por detestar los venenos e intrigas de la curia romana, «limpie» el Vaticano, siguiendo el testamento de Benedicto XVI, que denunció el «rostro desfigurado de la Iglesia» y las divisiones que marcaron sus años de pontificado.
JÚBILO Y ESPERA
Después de dos fumatas negras, fue la tercera la de la verdad. Eran las 19.06 y, por la hora, el cuarto escrutinio también había sido negativo. Se esperaba la última fumata del día, que podía ser blanca o negra.
En la espera, que se hizo eterna para los periodistas que no podían quitar la vista del techo de la Capilla Sixtina, una gaviota se posó, una y otra vez, sobre la chimenea; esas imágenes dieron vuelta al mundo y parecían presagiar una fumata blanca.
A las 19.06 (hora local), en medio de un «ohhhhhhh» de la multitud, un humo que al principio parecía negro se convirtió en fumata blanca y provocó una explosión de júbilo. Para que no quedaran dudas de que había sido elegido el nuevo papa, las gigantescas campanas de la Basílica de San Pedro comenzaron a repicar.
La Iglesia Católica tenía su nuevo papa. Pero, ¿quién era el elegido? Rumores de todo tipo comenzaron a correr. Uno decía que el perfil de Twitter de Scola había sido cerrado, por lo que era él el elegido. Otra noticia daba cuenta de que las campanas estaban sonando en la ciudad de Milán.
A las 20 pasadas, se supo la verdad cuando el cardenal protodiácono, el francés Jean Louis Tauran, apareció en el balcón central de la Basílica de San Pedro y leyó en latín una frase que quedará en la memoria de los argentinos. «Annuntio vobis gaudium magnum; habemus Papam: Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Georgium Marium Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglioqui sibi nomen imposuit Franciscum».
Bergoglio había sido elegido papa y había decidido llamarse Francisco, como el santo de Asís, un cambio histórico para la Iglesia. Y enseguida quedó claro que el papa argentino tendrá otro estilo de gobierno, simple y directo al corazón de la gente.
Después de haber conmovido a la plaza, donde había argentinos y otros latinoamericanos llorando y rezando, Bergoglio siguió descolocando.
«Y ahora, comenzamos este camino: obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es la que preside en la caridad a todas las iglesias. Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro», dijo, poniéndoles la piel de gallina a todos los fieles.
«Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad. Deseo que este camino de la Iglesia, que hoy comenzamos y en el cual me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan hermosa.»
Sin mencionar que se trataba de una bendición urbi et orbi (a la ciudad y el mundo), sonriente y sereno, dijo: «Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes, antes, les pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, les pido que ustedes recen para que el Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí…», dijo.
Entonces Bergoglio, en un gesto que volvió a dejar boquiabierto a un auditorio planetario, se inclinó hacia adelante, bajando su cabeza, en otro gesto de lo más simbólico. Y un silencio sobrecogedor invadió la Plaza San Pedro. Luego bendijo a «ustedes y a todo el mundo».
«Hermanos y hermanas, los dejo», se despidió. «Muchas gracias por su recepción y recen por mí, y hasta pronto. Nos veremos pronto. Mañana quisiera ir a rezar a la Virgen, para que proteja a toda Roma. Buenas noches y que descansen.» Empezaba un nuevo capítulo, para algunos una «primavera», una bocanada de aire fresco, en la historia de la Iglesia Católica.
LAS PRIMERAS PALABRAS DE BERGOGLIO COMO PAPA
Hermanos y hermanas, ¡Buenas noches!
Ustedes saben que el deber del cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos los cardenales han venido a buscarme al fin del mundo […] En primer lugar, tengo una oración por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI. Oremos por él, porque el Señor lo bendiga y la Virgen le atienda […] Ahora, vamos a empezar por aquí: el obispo y el pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es el que preside en la caridad todas las iglesias […] Y ahora me gustaría dar la bendición, pero primero pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, les pido que oren al Señor para que me bendiga […] Hermanos y hermanas, gracias por tanta hospitalidad. Nos vemos pronto, mañana; me voy a rezar a María. ¡Buenas noches y buen descanso!