Hay frases en el Evangelio que resultan tan duras y molestas que casi inconscientemente las encerramos en un cómodo paréntesis y las olvidamos para no sentirnos demasiado interpelados por ellas. Una de ellas es, sin duda, esta que escuchamos hoy de labios de Jesús: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha».
Estamos caminando hacia una sociedad más tolerante, y esto, que sin duda puede tener aspectos positivos y enriquecedores, está provocando lo que algunos llaman «involución moral».
Se está imponiendo en determinadas áreas una permisividad jurídica cada vez mayor (infidelidad matrimonial, aborto…). Y, naturalmente, cuando la ley civil se hace más tolerante, se produce un «vacío moral» en aquellos que han tomado erróneamente la ley civil como guía de su conducta. Pero la crisis moral tiene raíces más profundas.
La sociedad actual está haciendo nacer un tipo de «persona amoral». El afán de consumo debilita el núcleo moral de la persona, colocando en primer término el valor de las cosas y empobreciendo el espíritu de las personas.
Se toma en serio lo superfluo y se pierde de vista lo profundo. La persona se dispersa en muchas cosas y se le escapa el alma. Los valores éticos están desapareciendo. La competencia se transforma en agresividad, las relaciones humanas se empobrecen, la producción se reduce a la búsqueda de lucro, el amor se degrada y la sexualidad se convierte en un producto más de consumo.
Pero, precisamente, en esta sociedad hay hombres y mujeres que están descubriendo que es necesario entrar por la «puerta estrecha», que no es un moralismo raquítico y sin horizontes, sino un comportamiento exigente y responsable.
La puerta estrecha es la puerta por la que entran los que se esfuerzan por vivir fielmente el amor, los que tratan de actuar pensando en los demás y no tras la posesión de las cosas, los que viven con sentido de solidaridad y no como esclavos del bienestar.