Uno de los riesgos que amenazan hoy a los que creemos en Jesús es caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria, masificada… No es fácil escapar.
No pocos terminan levantándose cada día solo para «ir tirando». ¿Dónde encontrar un principio humanizador capaz de liberarnos de la superficialidad, la masificación, el aturdimiento o el vacío interior?
Es sorprendente la insistencia con que Jesús habla de la vigilancia. Se puede decir que Jesús entiende la fe como una actitud vigilante que nos libera del sinsentido que domina a muchos hombres y mujeres, que caminan por la vida sin meta ni objetivo alguno.
Acostumbrados a vivir la fe como una tradición familiar, una herencia o una costumbre más, no somos capaces de descubrir toda la fuerza que encierra para humanizarnos y dar un sentido nuevo a nuestras vidas.
Por eso es triste observar cómo muchos hombres y mujeres que recibieron el bautismo, hicieron su primera comunión, e incluso confirmaron su fe, abandonan esta fe vivida de manera inconsciente y poco responsable para adoptar una actitud increyente tan inconsciente y poco responsable como su postura anterior.
Con la llamada que Jesús nos hace para que estemos vigilantes quiere que despertemos de la indiferencia, la pasividad o el descuido con que vivimos con frecuencia nuestra fe.
Para vivirla de manera lúcida necesitamos conocerla con más profundidad, confrontarla con otras actitudes posibles ante la vida, agradecerla y tratar de vivirla con todas sus consecuencias.
De esta manera la fe será la luz que inspirará nuestros criterios de actuación, será la fuerza que impulsará nuestro compromiso de construir una sociedad más humana, será la esperanza que animará todo nuestro vivir diario.