Viendo la exposición de Sorolla en la Alhambra, sobre la luz, con aquellos cuadros preciosos de cipreses y jardines, en unas salas me fijé en los bocetos que el pintor hace para su jardín en su casa de Madrid: dos proyectos sucesivos, tomando elementos de Granada y de esculturas clásicas, etc. Ahí aparecen estos versos de Juan Ramón Jiménez: “Mariposa de luz, la belleza se va cuando yo llego a su rosa. / Corro, ciego, tras ella… La medio cojo aquí y allá… ¡Solo queda en mi mano la forma de su huida!” Poco disfrutó Sorolla de los jardines de esa casa preciosa, pocos años, pues a los tres años de esos bocetos, en 1920 tuvo una hemiplejia y murió a los tres años. Esos proyectos me hizo pensar en los deseos que nos mueven hacia algo más allá de lo tangible, nos transportan siempre más allá…
En los días luminosos de Granada, con tantos colores y matices sobre los árboles y montañas, cielo y fachadas, decía un pintor que querría apresar tanta belleza en un lienzo. Pero como dicen los versos, cuando casi parece que lo tenemos, se nos escapa. Y así también muchos proyectos en la vida, cuando los vemos hechos realidad, nos sale cierto desencanto pensando: “¿sólo era eso?”. Tenemos ilusiones y deseos, que cuando se hacen realidad nos satisfacen por haberlo conseguido, pero luego se nos pasa el entusiasmo. Nos cansan las cosas… no era eso lo que buscábamos. Antonio Machado dice: “Érase de un marinero / que hizo un jardín junto al mar / y se metió a jardinero. // Estaba el jardín en flor / y el marinero se fue / por esos mares de Dios”.
Podemos pasar una parte de nuestra vida como el burro detrás de la zanahoria, con metas y propósitos, con engaños de publicidad que nos dicen: “consigue esto y tendrás la felicidad”… pero no la atrapamos. ¿Dónde encontrarla? Cuenta una historia de un samurai que tuvo una visión. Vio el infierno con demonios hambrientos y enflaquecidos que parecían esqueletos. Estaban sentados delante de un enorme plato con un sabroso arroz. En sus manos tenían unos largos palillos de unos dos metros de longitud. Cada demonio intentaba coger la mayor cantidad posible de arroz. Sin embargo cada uno obstaculizaba al otro con sus largos bastones, que además no podían alcanzar a ponérselo en la boca, y ninguno llegaba a comer nada. El samurai espantado apartó su mirada de aquella visión… Más tarde llegó al cielo. Allí vio a la gente feliz, en una estancia preciosa y todos en una mesa con comida muy rica, con el mismo gran plato con el arroz sabroso y los mismos largos palillos. Pero los elegidos respiraban literalmente salud. Los enormes palillos no les causaban ninguna dificultad. Es verdad que ninguno podía alimentarse con su instrumento. Pero cada uno tomaba del plato y se lo ponía en la boca al que tenía delante al lado…
No tenemos unos “palillos” para darnos la felicidad a nosotros mismos, pero cuando hacemos el bien a los demás nos transformamos en buenos, y entonces, “de rebote” hacemos “canasta”, viene la felicidad. Para ser felices, hemos de darnos a los demás, amar. Este es el secreto de una vida llena, alegre, llena de esperanza.
Llucià Pou Sabaté