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México celebra el bicentenario de su independencia. Los obispos no podemos ser ajenos a este acontecimiento, y hemos analizado cuál fue la participación de la Iglesia Católica en el proceso libertario, con sus luces y sus sombras. Amamos profundamente nuestra patria y queremos colaborar a su bienestar.
Elaboramos una carta pastoral titulada “Conmemorar nuestra historia desde la fe, para comprometernos hoy con nuestra patria”, en que reconocemos los errores del pasado, ubicándolos en su contexto histórico, e invitamos a no quedarnos sólo en fiestas conmemorativas, sino seguir luchando por la justicia y la libertad. Se puede consultar en la página de la CEM: www.cem.org.mx
JUZGAR
Entre otras cosas, decimos: “No podemos dejar de reconocer que en los anhelos más profundos del corazón humano están el ideal de la justicia y de la libertad para todos los hombres. Muchos miembros de la Iglesia acogieron y alimentaron con entrega generosa estos anhelos, aunque con los excesos que toda lucha armada suele llevar consigo. Tampoco faltaron resistencias de eclesiásticos y laicos, convencidos de la importancia de conservar lo que ellos consideraban legítimo, incluidos los privilegios que la Corona propiciaba, y que pensaban eran indispensables para su misión. Hoy, lo que la Iglesia celebra es el don de la libertad, lo agradece y se esfuerza por preservarlo y enriquecerlo.
La Iglesia en México participó activamente en todos esos hechos de manera protagónica, ya que los más notables iniciadores y actores fueron miembros del clero y el pueblo era mayoritariamente católico.
Numerosos católicos, como fieles discípulos de Jesucristo, empeñaron su vida en la conquista de esta libertad. Miguel Hidalgo, José María Morelos y muchos otros fueron sacerdotes, quienes, más allá de sus cualidades y limitaciones humanas sirvieron de instrumento a la Providencia para iniciar la Independencia Nacional y favorecer así la constitución de la nueva Patria Mexicana. Como creyentes, en aquellas circunstancias específicas, lucharon por los valores de la libertad y la igualdad, y dieron voz al reclamo de justicia de un pueblo sumido en la pobreza y la opresión, largamente padecida. Su ministerio sacerdotal, del cual nunca renegaron, los acercó a los dolores de este pueblo y los movió a promover sus derechos, incluso tomando las armas, camino que no siempre se justifica, menos en nuestros tiempos en los que contamos con múltiples instituciones e instrumentos jurídicos para resolver los conflictos en diálogo y caminos de paz.
No fue fortuito el que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe que, años más tarde, sería proclamada por Morelos como “ La Patrona de Nuestra Libertad”. Ciertamente, sin el ingrediente religioso, este movimiento o no se hubiera producido o habría tomado otro rumbo.
Somos conscientes de que el Episcopado de entonces reprobó el movimiento libertario como sedición, usando incluso del anatema. La Inquisición por su parte lo declaró como herejía. La razón última de esto estribaba en la sujeción de la Iglesia a la Corona española. A pesar de ello, el proceso de Independencia fue un movimiento político y social con profunda raigambre religiosa católica que, dentro del dramatismo de los hechos y sus excesos, es una herencia noble y rescatable que debemos agradecer”.
En otros artículos, retomaré lo de las excomuniones a Hidalgo y Morelos.
ACTUAR
“La fe católica no puede desentenderse de la vida cotidiana de los fieles y de su contexto histórico. Para un creyente la historia humana es y será siempre una historia de salvación. Recogemos los hechos más significativos del pasado que queremos conmemorar, e invitamos al diálogo sereno y objetivo con el fin de alcanzar un mayor esclarecimiento de estos sucesos que nos atañen a todos, y de los cuales somos de una u otra manera herederos. Los acontecimientos históricos están ahí y nadie debe negarlos o desvirtuarlos. Es preciso reconocerlos, esclarecerlos, juzgarlos con criterios objetivos, para comprendernos mejor”.
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas