Ya con el nuevo Papa Francisco, y en este nuevo aniversario de la elección de Benedicto XVI, nos viene a la cabeza su reciente renuncia, declarada en el consistorio del día de la Virgen de Lourdes, que había sido ya anunciada por él en algunos escritos, y al llevarlo a la práctica, lo ha hecho tanto por el bien de la Iglesia como por ayudar a sus sucesores. Ya estaba previsto en el derecho, pero ahora también es un hecho, que ha puesto de manifiesto su humildad. Así como los obispos tienen una misión y luego una di-misión, así también el obispo de Roma puede renunciar a la misión por falta del vigor necesario.
Hace falta vigor para dar ese paso. Lo tenía meditado. Juan Pablo II sería el último en aguantar hasta el final. También es heroica la decisión de renunciar cuando en conciencia ve que es mejor para la Iglesia. Así lo ha hecho. Es el primero en hacerlo, en este sentido. Los demás obispos, también vicarios de Cristo, lo venían haciendo. El obispo de Roma, con la misión de suceder a Pedro, también puede hacerlo. Han cambiado los tiempos, ahora se vive más, y el mundo requiere una participación más activa en la manera de vivir el papado, de ahí que requiera vigor su ejercicio. De hecho, vemos que parece que anda ya peor de salud estos días.
La fina inteligencia de Benedicto XVI, su elegancia sin artificio en el estilo, la humildad basada en el estudio, han conmocionado al mundo en este acto de obediencia a su conciencia, allá dentro del corazón donde el alma toca a Dios, sin depender de nadie. Dios se lo ha hecho ver. Todo lo demás, por mucho que se hable de ello, intrigas y políticas eclesiásticas… es secundario frente a eso: no se siente “con el vigor físico y de espíritu necesarios” para continuar con su tarea. Él quiere ser con su vida “colaborador de la verdad”, de la Verdad que es Cristo. El “humilde trabajador de la viña del Señor” que acogió el ministerio petrino, se retira con la misma sencillez con que aceptó. Señala a Jesús, tiene la sabiduría de saberse como el que está de paso.
No se puede analizar todo lo que ha hecho este Papa en pocas líneas, pero me gusta destacar que es una persona que sabe escuchar. Que en una Europa en crisis, ha dejado de lado la sospecha de la Iglesia sobre los que no creen, para establecer un diálogo fecundo.
La renuncia a lo personal es también respuesta a aquella invitación de “sígueme” que Jesús hizo a los apóstoles y sigue haciéndonos a nosotros. Así lo dijo el otro día: «En los momentos decisivos de la vida, pero, bien mirado, en todo momento, estamos frente a una encrucijada: ¿queremos seguir al yo, o a Dios? ¿El interés individual, o el verdadero Bien, lo que es realmente bien?» Es difícil no encontrar ecos de su decisión, tomada «por el bien de la Iglesia», en estas palabras.
Llucià Pou Sabaté