Homilía del Papa Francisco «Dejemos que la luz de Dios entre en nosotros»

Interesante reflexión que nos deja cada día el Papa Francisco en su homilía del evangelio de hoy según San Juan 3, 16-21.

El Santo Padre nos anima a dejar que la luz de Dios entre en nosotros para no estar en las tinieblas.

🔶 HOMILÍA de hoy del PAPA FRANCISCO “Dejemos que la luz de Dios entre en nosotros»

Homilía

Este pasaje del Evangelio de Juan, capítulo 3 (cf. Jn 16-21), el diálogo entre Jesús y Nicodemo, es un verdadero tratado de teología: aquí está todo. El kerigma, la catequesis, la reflexión teológica, la parénesis… todo está en este capítulo.

Y cada vez que lo leemos, encontramos más riqueza, más explicaciones, más cosas que nos hacen entender la revelación de Dios. Sería bueno leerlo muchas veces, para acercarnos al misterio de la redención. Hoy sólo tomaré dos puntos de todo esto, dos puntos que están en el pasaje de hoy.

La primera es la revelación del amor de Dios. Dios nos ama y nos ama —como dice un santo— con locura: el amor de Dios parece una locura. Nos ama: «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo unigénito» (Jn 3,16). Dio a su Hijo, envió a su Hijo y lo mandó a morir en la cruz. Cada vez que miramos el crucifijo, encontramos este amor.

El crucifijo es precisamente el gran libro del amor de Dios. No es un objeto para poner aquí o allá, más bello, no tan bello, no tan antiguo, más moderno… no. Es precisamente la expresión del amor de Dios. Dios nos amó de esta manera: envió a su Hijo, se anonadó a sí mismo hasta la muerte de cruz por amor. “Tanto amó al mundo, Dios, que dio a su Hijo” (cf. v. 16).

Cuánta gente, cuántos cristianos pasan su tiempo mirando el crucifijo… y allí encuentran todo, porque han comprendido, el Espíritu Santo les ha hecho comprender que ahí está toda la ciencia, todo el amor de Dios, toda la sabiduría cristiana.

Pablo habla de esto, explicando que todo el razonamiento humano que hace es útil hasta cierto punto, pero el verdadero razonamiento, la más bella forma de pensar, pero también la que más explica todo es la cruz de Cristo, es “Cristo crucificado el que es escándalo” (cf. 1Cor 1,23) y locura, pero es el camino.

Y ese es el amor de Dios. Dios «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo unigénito» (Jn 3,16). ¿Y para qué? «Para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (v. 16). El amor del Padre que quiere a sus hijos con él.

Mirar el crucifijo en silencio, mirar sus heridas, mirar el corazón de Jesús, mirar el conjunto: Cristo crucificado, el Hijo de Dios, aniquilado, humillado… por amor. Este es el primer punto que hoy nos hace ver este tratado de teología, que es el diálogo de Jesús con Nicodemo.

El segundo punto es un punto que también nos ayudará: «La luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,19). Jesús también toma esto de la luz. Hay personas —incluso nosotros, muchas veces— que no pueden vivir en la luz porque están acostumbrados a la oscuridad. La luz los deslumbra, no pueden ver. Son murciélagos humanos: sólo saben moverse en la noche.

Y nosotros también, cuando estamos en pecado, estamos en este estado: no toleramos la luz. Es más cómodo para nosotros vivir en la oscuridad; la luz nos abofetea, nos hace ver lo que no queremos ver. Pero lo peor es que los ojos, los ojos del alma de tanto vivir en la oscuridad se acostumbran tanto a ella que terminan ignorando lo que es la luz. Perder el sentido de la luz porque me acostumbro más a la oscuridad.

Y tantos escándalos humanos, tantas corrupciones nos señalan esto. Los corruptos no saben lo que es la luz, no lo saben. Nosotros también, cuando estamos en un estado de pecado, en un estado de alejamiento del Señor, nos volvemos ciegos y nos sentimos mejor en la oscuridad y vamos así, sin ver, como los ciegos, moviéndonos como podemos.

Dejemos que el amor de Dios, que envió a Jesús para salvarnos, entre en nosotros y “la luz que trae Jesús” (cf. v. 19), la luz del Espíritu entre en nosotros y nos ayude a ver las cosas con la luz de Dios, con la verdadera luz y no con la oscuridad que nos da el señor de las tinieblas.

Dos cosas, hoy: el amor de Dios en Cristo, en el crucificado; en lo cotidiano. Y la pregunta diaria que podemos hacernos: “¿Camino en la luz o camino en la oscuridad? ¿Soy hijo de Dios o terminé siendo un pobre murciélago?”.

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