Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani en el 1er Domingo de Adviento
I Domingo de Adviento
Basílica Catedral de Lima
En este Año de la Fe recordamos cómo fue convocado por el Papa Benedicto XVI y clausurado por el Papa Francisco. Ha sido un momento muy especial en la historia de la Iglesia y también en la historia de esta Iglesia particular, motivo de un esfuerzo grande que se ha visto bendecido por la gracia de Dios. Cada vez son más las criaturas que se bautizan, que reciben la primera comunión y los jóvenes que acuden a la confirmación. Vemos realmente un renacer de la fe en esos sacramentos de la iniciación cristiana; también en el trabajo de todos los grupos y de todos los miembros de la Iglesia. Hemos vivido con mucha intensidad en tiempos no fáciles; ese esfuerzo por mantener la identidad de las familias, por mantener esas costumbres en la sociedad.
Hoy, al culminar este año debemos recordar cómo la fe es una gran luz traída por Cristo, que justamente al encender esa primera vela de Adviento de alguna manera estamos encendiendo en el alma un poco más ese don, ese regalo de la fe. Es urgente que cada uno de nosotros recupere ese aspecto luminoso. La fe ilumina el caminar de nosotros, aunque la situación pueda ser oscura, aunque los hechos familiares o personales puedan estar llenos de dificultades; sin embargo, la luminosidad, lo que brilla dentro de nosotros: esa fe, de alguna manera nos da mucha serenidad; vemos las dificultades, vemos la gracia de Dios. Esa fe que es luz nace y se refuerza por la experiencia de tu encuentro con Dios vivo.
La fe no es igual para todos, depende de la experiencia que cada uno de nosotros tiene cada día, desde que se levanta hasta que se acuesta, actos de fe, elevar el corazón a Dios, oración; y así la fe crece cuando se repiten esos actos de fe, cuando se da a los demás con el ejemplo, con la palabra. Por eso, esa luz de la fe nos lleva de la mano a la alegría y la paz, Gaudium cum pace, ‘gozo con paz’, son señales claras del cristiano; nuestra alegría y nuestra paz no van al ritmo de lo que acontece, brota de adentro de esa fe.
Por eso le damos gracias a Dios cómo a lo largo de estos días del Año de la Fe hemos experimentado ante dificultades, ante situaciones a veces no muy fáciles, hemos verificado qué gozo ver cuánta gente cree, ver cómo la gente sencilla, nuestro pueblo, en todos los rincones de esta Arquidiócesis encuentras esa fe sencilla, esa confianza en Dios. Por eso Señor, al culminar este año te damos las gracias porque realmente has estado grande con nosotros. Y nos preguntamos ¿fe en quién?, y ¿fe por qué? Fe en Jesucristo, ese amor pleno de Dios que se manifiesta en su hijo Jesucristo. El fundamento de nuestra fe es Cristo. Fácil decir “Ya lo sé”; pero no es fácil decir si ese Cristo sigue siendo una persona viva o es una idea, es una persona que ve o es una estatua; es una persona que ama, que perdona, que acompaña.
Renovemos esa fe en Cristo vivo. Tanto amó Dios al mundo que nos envió a Cristo y el motivo de nuestra alegría es Él. Creemos tanto en él por ese momento culminante del amor que es la cruz. No hay más amor que el que muere. Esa muerte de Cristo muchas veces nos acompaña y ante muchas situaciones personales la única respuesta es “Mira la cruz”, ahí encontrarás el por qué de esa lucha, de ese dolor, de esos pecados, de esa oscuridad, Creo en ti Jesús y creo porque te veo en ese dolor tan grande por mí. Y cómo sabemos que ese Cristo y que esa cruz son motivo de una alegría: porque resucitó. No me quedo en ese Cristo de un fracaso en la cruz; me quedo en ese Cristo que pasando por la cruz llegó a la resurrección. Por eso, nuestra alegría de la fe pasa por la cruz, por el dolor, por el sacrificio.
En estas semanas de Adviento hay que purificarnos, arreglar la casa. Por fuera veremos luces en las calles, veremos cantos, veremos tantas campañas que nos recuerda Ya viene. Pues también dentro del alma enciende la luz de la fe, de la purificación; aumenta tu cariño de niño, en ese nacimiento, en esa corona de Adviento.
Y cómo se manifiesta que estoy viviendo bien la fe. Se me ocurre pensar en dos aspectos: Primero veo con los ojos de Jesús todo lo que me ocurre, lo veo diciendo “Jesús, tú cómo verías este ambiente, esta dificultad, cómo serían tus ojos, cómo sería esa amistad tuya, cómo debo yo ver con esos ojos”. Y al mismo tiempo tener los mismos sentimientos de Cristo.
Lo está diciendo el Papa Francisco todos los días. Quien ve a Cristo atrae, se conmueve, surgen los sentimientos de misericordia, de perdón, de alegría, de dolor. Nuestra fe debe convocar sin tantas palabras, a quien te ve que diga “Ese cree, esta persona ama, él está con Dios”.
Pensemos, al culminar este año de la fe, si realmente hemos dado un paso o podemos seguirlo dando, de mirar todos a los ojos de la fe. Es muy fácil decir: “Una visión humana”, para un cristiano no hay eso, hay una visión sobrenatural iluminada por la fe de todos los acontecimientos. No me puedo dar el lujo de separar la visión humana de la visión de la fe.
Nos dice el Papa en esta Encíclica Lumen fidei: “Hay que recuperar la conexión de la fe con la verdad”. En los tiempos actuales muchas veces se acepta la verdad solo como una verdad de la tecnología. Sin embargo, esa fe de los valores cristianos, de la verdad, de la honestidad, de la honradez, de la justicia, de la paz, de estirar la mano al que te golpea, de perdonar al que te agravia. Esa conexión de la fe y la verdad es una tarea que el Papa nos pone como un desafío, fruto de este Año de la Fe. Por eso, qué bueno sería que cada uno de nosotros viera que en el ambiente en el que vive se vea que creo; quien gobierna, quien tiene un negocio, quien hace deporte, quien educa a sus hijos, quien está en la escuela, quien está en las calles. Ese desafío de recuperar la íntima unión entre la fe y la verdad.
Luego nos dice el Papa: “Recuperar la unión de la fe y el amor”. No dejar que el amor sea sólo un sentimiento que cambia fácilmente, que va y viene, tiene que ver claramente con el afecto pero para abrirla a una persona amada hay que salir del aislamiento del propio yo. El amor busca la persona amada. “Jesús cómo te buscamos en estos tiempos, cómo te esperamos en estos tiempos”. Por eso, el Papa Juan Pablo II nos decía con tanta ilusión: “¿Qué viene primero: el amor o la verdad? ¿Te amo porque te conozco o te conozco porque te amo? ¿Es esa fe que me lleva a buscar el amor o es ese amor que me mueve a creer?” Sea como fuere qué bonita diversión la verdad y el amor. Y ante todo la fe.
Hermanos, en estos tiempos iluminemos con esta fe, con esta verdad, con este amor, con esta alegría la familia, la juventud, la enseñanza, la sociedad. Un gozo, qué bonito es este mundo que salió de las manos de Dios, qué feo lo hacemos cuando lo alejamos de él. Por eso, en este tiempo de Adviento, solo cabe poner una música en el alma; esperanza, ya viene; prepara la casa, prepara el corazón; tiempo de espera, tiempo de purificación, tiempo de María. El Adviento es tiempo de María, ella es la mujer que llevó la esperanza nuestra en su vientre.
Hermanos, con profundo agradecimiento a Dios, con profundo agradecimiento a todos ustedes clausuramos este Año de la Fe muy unidos al Papa Francisco, muy unidos entre nosotros. Y con la ilusión de este Adviento, ya llega Jesús; pon ese chip en el alma, gozo, esperanza; familia, cariño, verdad; enciende esas luces, no dejes que tu debilidad y la mía, tus pecados y los míos, oscurezcan ese panorama tan bonito que hoy la Iglesia nos presenta en este I Domingo de Adviento.
Gracias señores obispos, señores sacerdotes, religiosas, religiosos, hermandades, movimientos. Gracias porque este año el Señor nos ha bendecido mucho, que nos siga bendiciendo y que vivamos estos tiempos con esa paz y con esa alegría cristiana. Así sea.
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