Has gritado, con tu escandalosa muerte,
en medio de tanto ruido y, tu final,
ha podido más que la misma muerte.
¡Gracias, Señor! ¡Aleluya!
Has muerto, pero al morir,
nos has enseñado a mirar hacia el Padre,
a cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra.
a buscar el bien de los demás y no el propio.
¡Has resucitado, Señor!
Se ha cumplido lo anunciado por los profetas,
hemos pasado de la tiniebla a la luz,
del pecado a la gracia,
de la falsedad a la gran Verdad,
de la tierra al mismo cielo,
de los interrogantes a tu VIDA como respuesta.
¡Has resucitado, Señor!
Lo eterno, en esta noche santa y divina,
se impone a lo efímero.
El sepulcro se convierte en simple y vago recuerdo,
la losa de la muerte se fragmenta en mil pedazos,
y tú, Cristo, sales caminando y victorioso.
¡Has resucitado, Señor!
En esta noche, oh Señor, no existe ya el fracaso,
ya no observaremos con temor al último día,
ni, mucho menos, teñiremos de negro,
los suelos por los que nuestros pies avanzan.
¡Has resucitado, Señor!
Has resucitado, y con tu resurrección,
nos das alas para soñar y volar en el cielo eterno,
para combatir dudas y soledades.
Nos das ojos grandes para ver el mañana,
frente al hoy que se nos impone.
Colocas nuestros pies en el camino de la fe,
para esperar ante la desesperanza,
para gozar con la gloria que nos aguarda,
para no alejarnos de ese surco que Dios,
traza entre esta tierra y el cielo en el que habita.
¡Has resucitado, Señor!
Y, porque has resucitado, te damos las gracias.
Contigo, seremos invencibles.
Contigo, llamados a la vida.
Contigo, empujados al Padre.
Contigo, sin temor ni temblor, hasta el final.
Movidos por la fe, con la fe y en la fe
¡Has resucitado, Señor… y nos basta!
P. Javier Leoz