¿QUÉ HAGO YO POR UNA IGLESIA MÁS FIEL A JESÚS?
La mejor manera de hacer presente a Cristo en su Iglesia es mantenernos unidos actuando “en su nombre”, movidos por su Espíritu.
La Iglesia no necesita tanto de nuestras confesiones de amor o nuestras críticas cuanto de nuestro compromiso real.
No son pocas las preguntas que nos podemos hacer.
¿Qué aporto yo de espíritu, verdad y autenticidad a esta Iglesia tan necesitada de radicalidad evangélica para ofrecer un testimonio creíble de Jesús en medio de una sociedad indiferente y descreída?
¿Cómo contribuyo con mi vida a edificar una Iglesia más cercana a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que sepa no solo enseñar, predicar y exhortar, sino, sobre todo, acoger, escuchar y acompañar a quienes viven perdidos, sin conocer el amor ni la amistad?
¿Qué aporto yo para construir una Iglesia samaritana, de corazón grande y compasivo, capaz de olvidarse de sus propios intereses, para vivir volcada sobre los grandes problemas de la humanidad?
¿Qué hago yo para que la Iglesia se libere de miedos y servidumbres que la paralizan y atan al pasado, y se deje penetrar y vivificar por la frescura y la creatividad que nace del evangelio de Jesús?
¿Qué aporto yo en estos momentos para que la Iglesia aprenda a “vivir en minoría”, sin grandes pretensiones sociales, sino de manera humilde, como “levadura” oculta, “sal” transformadora, pequeña “semilla” dispuesta a morir para dar vida?
¿Qué hago yo por una Iglesia más alegre y esperanzada, más libre y comprensiva, más transparente y fraterna, más creyente y más creíble, más de Dios y menos del mundo, más de Jesús y menos de nuestros intereses y ambiciones?
La Iglesia cambiará cuando cambiemos nosotros, se convertirá cuando nosotros nos convirtamos.