Guión para el XXXII del Tiempo ordinario – Ciclo A
EL FUEGO TRAÍDO POR JESÚS
Jesús desea que el fuego que lleva él dentro prenda de verdad, que no lo apague nadie, sino que se extienda por toda la tierra y que el mundo entero se abrase.
Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón encendido, va descubriendo que el «fuego» que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Esto es lo que le mueve, le motiva y le hace vivir buscando el reino de Dios y su justicia.
Esta pasión por Dios y por los pobres viene de Jesús y sólo se enciende en sus seguidores al contacto de su evangelio y de su espíritu renovador. Va más allá de lo convencional.
Poco tiene que ver con la rutina del buen orden y la frialdad de lo normativo. Sin este fuego, la vida cristiana termina extinguiéndose.
El gran pecado de los cristianos será siempre dejar que este fuego de Jesús se vaya apagando. Una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren, es una Iglesia cada vez más incapaz de atraer, de dar luz y ofrecer calor.
Jesús nos invita a dejarnos encender por su Espíritu sin perdernos en cuestiones secundarias y periféricas, a que antepongamos el amor al Dios vivo presente en los demás a una «ortodoxia verbal» que no enciende la fe en los corazones.
LECTURAS PARA LA EUCARISTÍA
Lectura del libro de la Sabiduría 6,13-17
Radiante e inmarcesible es la sabiduría; fácilmente la ven los que la aman y la encuentran los que la buscan. Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada.
Pensar en ella es prudencia consumada, y quien vela por ella pronto se verá sin afanes. Ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella; en los caminos se les muestra benévola y les sale al encuentro en todos sus pensamientos.
Palabra de Dios
COMENTARIO A LA 1ª LECTURA
La «sabiduría de la que nos habla la Palabra de Dios es la capacidad de descubrir a Dios en el mundo y en sus acontecimientos; es la «luz» que nos lleva a caminar hacia el Señor en medio de las oscuridades y desconciertos de la vida.
La palabra de Dios afirma que es verdaderamente sabio quien encuentra el camino que lleva a Dios y lo recorre sin titubeos. Esa sabiduría se alcanza abriendo la puerta del corazón a Dios y practicando sus mandatos.
Para Dios el verdaderamente sabio es quien se hace rico en virtudes y recorre, con gozo, el camino que lleva al Reino.
Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 7-8
R. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
• Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. R:
• ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. R:
• Toda mi vida te bendeciré, y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. R:
• En el lecho me acuerdo de ti, y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo. R:
Lectura de la 1ª carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4,12-17
Hermanos:
No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza.
Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como Palabra del Señor:
Nosotros, los que vivimos y quedamos para su venida, no aventajaremos a los difuntos.
Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar.
Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire.
Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.
Palabra de Dios
COMENTARIO A LA 2ª LECTURA
Ante el desconcierto que siembra en nuestro ánimo la muerte de las personas, el apóstol Pablo nos dice que no nos agobiemos, porque ese acontecimiento de la muerte es el que nos abre las puertas del Reino.
Y gracias a ello, «estaremos para siempre con el Señor». Para el cristiano no puede existir el agobio, la aflicción sin esperanza y, todavía menos, la desesperación ante la muerte.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,1-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:
¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:
Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.
Pero las sensatas contestaron:
Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.
Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:
Señor, señor, ábrenos.
Pero él respondió:
Os lo aseguro: no os conozco.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.
Palabra de Dios
COMENTARIO AL EVANGELIO
La parábola que nos relata hoy Jesús es sumamente aleccionadora. Dios nuestro Padre nos invita a la fiesta, porque Dios es «el Dios de la alegría, del gozo, y no del luto o del sufrimiento».
Para celebrar la fiesta no podemos dejar que se apague en nosotros la luz de la fe y de la esperanza, porque eso significaría «perder las llaves del Reino».
El Señor nos hace una llamada a la vigilancia, a estar atentos a su venida, a que no dejemos apagar la ilusión y la esperanza esperando el «día del Señor»
PARA NUESTRA REFLEXIÓN PERSONAL
LA LUZ DE LA FE
En el bautismo recibimos la luz de la fe en Cristo. Si como las vírgenes prudentes, consideramos la fe como un bien que hemos de cuidar, debemos procurar que no se apague, alimentarlo con la Palabra de Dios, la oración, los sacramentos, o cualquier otra actividad que nos permita estar cerca del Señor y crecer en amor y amistad con Él.
Es importante para el seguidor de Jesús que nuestra fe brille, sea fuerte y auténtica.
A la Luz de la fe podemos leer los acontecimientos de nuestra vida y darnos cuenta que el Señor nos ama, descubrir lo que Él quiere o espera de nosotros, encontrar respuesta a tantos porqués que nos planteamos ante acontecimientos y situaciones que no entendemos, y, sobre todo, encontrar el sentido último de nuestra vida.
Esa Luz ilumina hasta lo más recóndito de nuestra persona y nos ayuda a descubrir aquello que debemos mejorar o cambiar en nuestra vida para hacerla más semejante a la del Señor.Iluminados por la Palabra de Dios debemos hoy preguntarnos cómo cuidamos nuestra fe, cómo la alimentamos y qué empeño ponemos en mantenerla encendida y luminosa.
XXXII Domingo del Tiempo ordinario – Ciclo C
LECTURAS PARA LA EUCARISTÍA
1ª LECTURA
Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1-2. 9-14
En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la ley.
El mayor de ellos habló en nombre de los demás: ¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.
El segundo, estando para morir, dijo:
Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo enseguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba a la muerte, dijo:
Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida. Palabra de Dios.
COMENTARIO A LA 1ª LECTURA
A través del testimonio de unos jóvenes creyentes, se ofrece la certeza de la resurrección para quienes son fieles a la ley de Dios. Ante el martirio que sufren, confían plenamente en la promesa de Dios.
Se les podrá arrancar la vida del cuerpo, pero Dios, que ha formado sus miembros, los restaurará definitivamente en la resurrección. No temen perder una vida humana porque están seguros de que Dios les dará la vida en toda su plenitud si se mantienen fieles a su Ley.
Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15
R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
2ª LECTURA
Lectura de la 2ª carta de san Pablo a los Tesalonicenses 2,15_3,5
Hermanos:
Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados; porque la fe no es de todos.
El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del malo. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo. Palabra de Dios.
COMENTARIO A LA 2ª LECTURA
El apóstol Pablo pide al Señor que consuele y dé su fuerza a los cristianos de Tesalónica. Les pide que recen por él para que siga propagando y dando a conocer la palabra de Dios y para que el Señor lo libre de los malvados y perversos.
También les dice que si son fieles al Evangelio, el Señor les defenderá del maligno y les confirmará en el bien obrar, hasta su venida definitiva.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 20,27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección [y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano».
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.]
Jesús les contestó:
En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán.
Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob».
No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos. Palabra del Señor.