¿Fanático?… no, tan sólo católico
Durante una reunión social,
me dijeron que soy un fanático.
Francamente, mi primera reacción
¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo.
En mi léxico personal, como en el de muchas personas,
la palabra fanático abarca una serie de conceptos
que van de la gama de lo irracional a la de la violencia.
¿Me había exasperado ante una opinión contraria?
No, había estado de lo más tranquilo.
¿Había gritado o ridiculizado a alguien?
Menos, además de no ser caritativo.
¿Había decidido defender a ultranza
a algún político, equipo de fútbol
o propuesto alguna violencia? Nada de eso.
Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé,
en diversos momentos de la reunión,
fue una serie de puntos de vista,
no muy originales por cierto:
Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato,
aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral
grave y dista mucho de ser normal.
Como les decía, ideas no muy originales,
pues todas ellas se encuentran
en el Catecismo de la Iglesia Católica.
Consideraciones que la Iglesia y los católicos
han mantenido durante siglos.
Lo curioso es que no me encontraba en una reunión
de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio.
Se encontraban muchos católicos y algunos
de más de una misa de domingo.
¿Qué es lo que había pasado entonces?
Algo muy sencillo y preocupante: los católicos
se van mimetizando con una sociedad secularizada,
la cual va minando sutil, pero inexorablemente,
su fe hasta amoldarla a una especie de buenas
costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra
en un desvarío donde cada uno tiene su opinión,
ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad
católica hasta terminar creyendo que ser católico
es más un compromiso con las buenas costumbres
de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.
Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.
Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad
las reacciones fueron varias. Algunos apuraron
lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto
y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz):
¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran
empleado para referirse a que era un grosero
o un enfermo sexual.
Los miré un poco sorprendidos
y les dije tranquilamente:
¿Fanático?… no, ¡tan sólo católico!
Andrés Tapia Arbulú