La web de Facebook Contemplativos Activos informa del Fallecimiento del Abad del monasterio de La Oliva en Navarra y nos deja esta interesante reflexión.
In memoriam
Me acaba de llegar la noticia de que ha fallecido el abad del Monasterio de la Orden Cisterciense de la Stricte Observance (OCSO) de La Oliva, Navarra, Dom Isaac Totorica.
Tenía 59 años de edad, 25 de profesión monástica, los últimos 11 años como abad de La Oliva. Había mantenido con él varias conversaciones privadas en los últimos años.
Persona afable y abierta, de una inteligencia preclara, siempre me sentí cómodo en su presencia. Todo lo convertía en cálido y amable. Siento su muerte. R. I. P.
Este suceso me vuelve a cuestionar, una vez más, sobre el sentido de vivir. ¿Para qué vivimos? ¿Qué sentido tiene lo que hacemos? ¿Por qué y para qué lo hacemos? Es decir, ¿estoy viviendo mi vida como debiera vivirla?
Mi respuesta es que no; que estoy dejando pasar días, meses y años en balde. Vuestra respuesta, puede ser otra diferente; cada uno tiene la suya. Porque, como el aceite de las lámparas, en la parábola de las vírgenes prudentes y necias que contó Jesús, cada lámpara tiene su propio aceite y no puede ser transferido a otra lámpara. La puede iluminar, pero no puede cederle su aceite, que es personal.
Siento que mi lámpara luce poco. Su luz marchita solo sirve para crear sombras; solo sombras, no luz. Camino entre tinieblas, como a tientas, entre el desear hacer, el desear vivir, el desear servir y lo poco que hago. Parafraseando a san Francisco puedo decir que hago poco, y lo poco que hago, no lo hago bien. A veces fallan las fuerzas del cuerpo, a veces fallan las fuerzas del espíritu, a veces es el alma quien no tiene fuerzas. Aunque no parezca, me voy arrastrando por la vida.
La muerte no me asusta, el sufrimiento sí. Estoy sufriendo por no poder morir, por tener que mantener con vida este cuerpo, esta vida, que ansío que acabe. Mas, si el Señor quiere que siga arrastrando mi pobreza, tendré que hacerlo.
Hoy, con el conocimiento de la muerte de Dom Isaac, siento, dentro de la tristeza de su fallecimiento, la alegría de que él ya está con el Padre, con nuestro Padre. Dichoso tú, que te han dejado dar el gran salto y entrar en la dicha. Ruega al Padre por nosotros, por los que estamos aquí, que morimos por tener que vivir.
Estoy tan seguro de que, cuando llegue el momento, el Padre será justo conmigo, a pesar de lo injusto que he sido con Él; no tengo miedo de ir a su presencia, llevando como equipaje, como llevo, mis abandonos, mis negaciones, mis pecados… mi pobreza. Pobre nací, llegué a tener mucho, todo lo perdí, nada queda, nada soy, pobre moriré. Solo me queda una esperanza, una certeza: tu amor.
Tu amor es el que hace que ponga un pie delante del otro para caminar, yo no puedo por mí. Es tu amor, el que hace que los dedos se deslicen por el teclado escribiendo esto, vergüenza me da hacerlo, pero no puedo dejar de hacerlo.
Tu amor es el que en cada instante que tropiezo, caigo y reniego de ti, me hace levantar la vista al cielo alabándote.
No es la muerte la que me llena de tristeza, sino la vida; mi vida. ¡Si aún pudiera ofrecerte siquiera, una de esas pequeñas florecillas campestres que tú creaste! Mi alma es un desierto helado, donde solo los grandes bloques de hielo de mis pecados destacan en el horizonte. No hay flores, ni calor, ni vida. ¿Dónde afianzar la pértiga que me permita dejar que el calor de tu misericordia me alcance? ¿Cómo despegar del frío suelo mis pies helados por mi poco hacer, por mi mal hacer, si no me alcanza tu calor?
Siento el hielo en mis venas, como agujas clavándose en tu cuerpo. Siento tu pena en mi dolor y tu tristeza en mi agonía. Siento cómo el hielo de mi corazón desgarra el tuyo, y lo destroza. Siento cómo mis manos congeladas clavan tus manos y como mis pies ateridos atormentan los tuyos. Siento tu muerte en la mía, y la mía en la tuya.
Solo tu amor, dejándome morir, llevará calor a mi corazón. Solo Tú, amor, podrás terminar esta agonía.
No quiero seguir viviendo mi muerte. No quiero continuar con una muerte al que llaman vida. No quiero… no quiero. Mi súplica es, bien lo sabes, desde hace muchos, muchos días, que me dejes morir. Que estoy cansado de la muerte viva, que estoy penando en vida mi muerte.
No te pido milagros, no los necesito para creer en ti. Te pido permiso para que pueda abandonar este mundo. Mas, si insistes en dejarme aquí, dame tu vida para que mi vida te sirva. Dame tu amor para que entregue tu amor a quien lo necesite. Dame vida para que viva; para que viva en ti.
Sé que me das todo lo que eres. Mas, incluso siendo Dios, todo lo que me das me parece poco, insuficiente para fundir el hielo, para que mi lámpara ilumine, para que mi ser vibre ante las vidas de los demás. Me lo das todo, pero necesito más; mucho más… ¡soy tan pobre que todo es insuficiente para salir de mi pobreza y servirte!
Hoy, Cristo del Calvario, te pido por Dom Isaac y por su comunidad cistercienses, ¡no los abandones nunca, ellos si son dignos de vida!
Y por todos los demás fallecidos en estas horas, en estos días, porque también son hijos tuyos. Para mí solo pedirte, que no desee pedirte nada, que me lleves a morir en la nada que soy, para que Tú hagas en mí lo que no supe hacer en ti.