¿Es pesada la cruz?
Cualquier cruz nos resulta pesada, por más
que la tomemos cada día y por más representaciones
que tengamos, jamás nos acostumbramos a ella.
Aunque la adornemos, la recortemos o la simulemos,
la cruz sigue siendo latosa, poco atractiva y a veces
insoportable. Con razón muchos la aborrecen
y casi todos huimos de ella, “como del mismo diablo”.
La cruz a Goethe le repugnaba sobremanera.
El Kempis nos habla de “Que son muy poquitos
los que quieren llevar su cruz”. “Existe un solo cristiano:
Cristo Jesús. Todos los demás, no somos más
que cristianos en gestación”. (Kierkegaard)
A Jesús le pesó la cruz, pero la eligió libremente.
Hay muchos cristianos que no se han abrazado a ella,
aunque toda su vida parece estuvo marcada con este signo.
Edith Stein, joven carmelita y famosa investigadora alemana,
murió en la cámara de gas. Escogió sufrir con su pueblo
por amor a la cruz de Cristo, pero a esta elección no llegó
en un día, sino a través del entrenamiento diario.
Un día se encontró con la viuda de un compañero suyo
que había muerto en el campo de batalla.
Se sorprendió al ver la fortaleza y esperanza que rebosaba.
La fe la ayudaba a soportar la pena y la prueba,
brillando el misterio de la Cruz.
“Este fue mi primer encuentro con la cruz –escribió–.
Entonces vi palpablemente ante mí su victoria
sobre el aguijón de la muerte. Fue el momento
en que mi incredulidad se desplomó, y Cristo
irradió en el misterio de la cruz”.
El amor aligera el peso de la cruz y hace la carga
más liviana y llevadera, aunque la cruz siga siendo
tosca y poco atractiva. Así le sucedió a Jesús, a Pablo,
a Edith Stein y a todos aquellos que descubrieron
la sabiduría, la riqueza y la salvación del santo
madero redentor. Dice el viejo refrán:
“Harto le cuesta al almendro el hacer primavera del invierno”.
P. Eusebio Gómez Navarro OCD