En torno a Todos los Santos y el Día de Difuntos
A VUELTAS CON LA LITURGIA
ECLESALIA,.- Se denomina liturgia a la forma con que se llevan a cabo las ceremonias religiosas, y la liturgia principal es la santa Misa.
La liturgia es la expresión,el signo de la celebración pública de algo, en este caso, muy importante.
Sin embargo, los ritos actuales hablan poco por sí mismos y necesitan ser explicados. Mal asunto, porque como dice Leonardo Boff, “una señal que tiene que ser explicada, no es señal”.
Los símbolos religiosos están en crisis, y la liturgia eucarística tampoco se libra de esta realidad.
Cuando entendemos el culto como “el conjunto fijo y ordenado de normas por el cual se halla organizada la religión exterior correspondiente a una determinada sociedad”, nos arriesgamos a perder mucho en el intento, porque ése “conjunto fijo” limita cualquier expresión enriquecedora de lo que se celebra, que es lo importante.
No hay más que ver la evolución de nuestras sociedades, y más en estos tiempos de cambios tan rápidos y difíciles de asimilar. Los sacramentos actuales son siete, pero fueron muchos más, y pueden seguir cambiando con el tiempo, porque lo importante es que son el signo de la presencia de Dios y del encuentro con la criatura en los momentos más importantes en la vida del ser humano.
Y si los sacramentos son señales que visualizan, rememoran y comunican otra realidad distinta a aquellas hasta hacer transparente la realidad que señalan, cuánto más debería ser así con los signos litúrgicos.
Somos muchos los que creemos necesario modificar algunos signos litúrgicos porque a la vista está que no cumplen su cometido por estar desfasados en el tiempo, porque hacen falta ser explicados y hasta pueden resultar contraproducentes en algunos casos.
Tomaré un botón de muestra, que me resulta significativo: la casulla y el color en la celebración de los funerales. En cuanto la prenda en sí, era utilizada por la clase senatorial romana a principios del siglo IV, el tiempo de Constantino y “el abrazo del oso” del poder civil al religioso, a cambio de la libertad de culto religioso.
Cierto es que san Pablo habla de los ornamentos litúrgicos como una manera de revestirse de la caridad de Cristo que cubre todas las cosas, pero no dejan de tener un tufillo de poder y ostentación que podría cambiarse fácilmente por otra prenda más acorde al espíritu que impulsó Jesús de Nazareth.
Cuando yo era pequeño, las casullas de los funerales eran de color negro. Luego se cambió al morado, conforme a la legislación eclesiástica que determina el color litúrgico; sin embargo, en bastantes funerales vemos como los sacerdotes se ponen los ornamentos verdes (reconvirtiendo el color del llamado “tiempo ordinario” en color de la esperanza) y a pocos les choca ya el creciente número de veces que vemos al celebrante vestido de blanco, como signo de resurrección.
Es curioso, en cambio, que la liturgia oficial dictamine que en las eucaristías de despedida cristiana de los seres queridos, presida la celebración el cirio pascual encendido como signo de la resurrección.
No se enciende el cirio en unos funerales sí y en otros no; la llama es un signo de Resurrección para todos, un signo de Vida y del destino final para el que hemos sido creados.
Y sin embargo, ése mismo color luminoso evocador de nuestro destino en Cristo resucitado, no coincide, con la normativa del color en los funerales: el morado, incluido en el Día de Difuntos, en lugar del blanco, característico de la luz de la Resurrección en Cristo.
Alguno vendrá con aquello de que sólo Jesucristo fue resucitado con toda certeza; Él y los santos proclamados oficialmente desde el Vaticano.
Con todos los demás deberíamos contentarnos con la esperanza de resucitar como Él, que es nuestro destino, pero cualquiera sabe de la calidad de vida santa o gravemente pecadora en el momento de la muerte de un hermano.
Y así, en lugar de celebrar la resurrección poniendo la vida del finado en las manos de Dios, tristes por la pérdida, pero esperanzados en la misericordia y centrados en el amor del Padre, la liturgia puede delatar que los signos están por encima de la expresión de fe y amor que celebramos, y de la esperanza que profesamos.
De hecho, nuestras celebraciones litúrgicas, hace tiempo que no son signo de una buena noticia (euangélion). El problema no es litúrgico sino de actualización de nuestra fe.
En torno al gran día de Todos los Santos y del Día de Difuntos, hay que recordar que los signos religiosos no tienen fuerza en sí mismos, sino que emana de quien se hace presente en ellos.
Y que sacramentum siempre ha significado “compromiso”. Y en esas estamos. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO (VIZCAYA).