¿En que se nota que somos hijos de Dios?
Reflexión en la que nos cuestionamos ¿En que se nota que somos hijos de Dios?
Siempre que se tiene la impresión de estar junto a una persona cercana a Dios, ha sido alguien de corazón sencillo.
A veces una persona sin grandes conocimientos, otras alguien de notable cultura, pero siempre un hombre o mujer de alma humilde y limpia.
En muchas ocasiones se puede comprobar que no basta hablar de Dios para que se despierte la fe.
Para mucha gente, ciertos conceptos religiosos están muy gastados, y aunque se intente sacarles todo el vigor y sabor que tuvieron en su origen, Dios sigue como “fosilizado” en sus conciencias.
Sin embargo, nos podemos encontrar con gentes sencillas que no parecen necesitar grandes ideas ni razonamientos, gente que intuye enseguida que Dios es “un Dios oculto”, y entonces de su corazón nace espontánea una invocación: “Señor, muéstrame tu rostro”.
Hay personas que se mueven siempre en el terreno de lo útil. Algunas abandonan a Dios porque les resulta perfectamente inútil; otras lo retienen y dan culto porque les sirve, sin embargo, nos podemos encontrar con gentes sencillas que viven dando gracias a Dios, que disfrutan de lo bueno de la vida, que soportan con paciencia los males, que saben vivir y hacer vivir, personas que de su corazón parece estar siempre brotando la alabanza al Creador.
Su vida es un acierto.
Hay personas que plantean preguntas y más preguntas sobre toda clase de cuestiones teológicas, sin mostrar el menor interés por encontrarse con Dios. Hay gente sencilla cuyos ojos brillan de forma especial cuando leen textos como los del profeta Isaías: “Yo soy el Señor, tu Dios…
Tú eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te quiero… No temas, que estoy contigo” o cuando leen el Salmo 103: “Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente ternura el Señor por quienes le temen. Pues Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos barro”
Sí, Dios se revela a gente sencilla.