El Papa reflexiona sobre la vida después de la muerte
¿Y qué sería de esta vida sino tuviera también su final?
Sé que alguno va a decir: “Padre, no se ponga fúnebre”. Pero pensemos bien esto. Sé de
buena fuente que mantuvieron encendida, durante toda la experiencia, la pregunta por la
muerte. Allí jugaron, pensaron y crearon desde sus diferencias.
Bueno, lo celebro y les agradezco por esto. Porque, ¿Saben una cosa? La pregunta por la
muerte es la pregunta por la vida, y mantener abierta la pregunta por la muerte, quizás, es la mayor responsabilidad humana para mantener abierta la pregunta por la vida.
Así como las palabras nacen del silencio y allí terminan, permitiéndonos escuchar sus
significados, lo mismo sucede con la vida. Quizás esto suene un tanto paradójico, pero… ¡es la muerte la que permite que la vida permanezca viva!
Es el fin lo que permite que un cuento se escriba, que un cuadro se pinte, que dos cuerpos se abracen. Pero ojo, el fin no está solo al final. Quizás debamos prestar atención a cada pequeño fin de lo cotidiano. No sólo al final del cuento, que no sabemos nunca cuando se termina, sino al final de cada palabra, al final de cada silencio, de cada página que se va escribiendo.
Solo una vida consciente de este instante se acaba, logra que este instante sea eterno.
Por otro lado, la muerte nos recuerda la imposibilidad de ser, comprender y abarcarlo todo.
Es una bofetada a nuestra ilusión de omnipotencia. Nos enseña en la vida a relacionarnos con el misterio. La confianza de saltar al vacío y darnos cuenta de que no caemos, que no nos hundimos; que desde siempre y para siempre hay alguien allí que nos sostiene. Antes y
después del fin.
Es el «no saber» de esta pregunta el lugar de la fragilidad que nos abre a la escucha y el
encuentro del otro; es ese surgir de la conmoción que nos llama a crear; y del sentido que nos reúne a celebrarlo.
Por último, en la pregunta por la muerte se formaron desde siempre —a lo largo de las épocas y a lo ancho de las tierras— las diferentes comunidades, pueblos y culturas. Los diferentes relatos que luchan en tantos rincones por mantenerse vivos, y otros, que aún no nacieron.
Por eso hoy, quizás como nunca, debamos tocar esta pregunta.
El mundo ya está configurado, donde todo está explicado, no hay lugar a la pregunta abierta.
¿Es verdad eso? Es verdad pero no es verdad. Ese es nuestro mundo. Se ha configurado y no hay lugar para la pregunta abierta.
En un mundo que le rinde culto a la autonomía, la autosuficiencia y la auto-realización, parece que no hay lugar para lo otro. El mundo de los proyectos y la aceleración infinita, de la rapidación, no permite interrupciones, y por eso, la cultura mundana que esclaviza trata de anestesiarnos para olvidar lo que significa detenernos al fin.
Pero el olvido de la muerte es también su comienzo, y también, una cultura que olvida la
muerte comienza a morir por dentro. El que olvida la muerte ya empezó a morir.
¡Por eso les agradezco tanto! ¡Porque tuvieron el coraje de abrir esta pregunta y pasar por el cuerpo las tres muertes que vaciándonos llenan la vida! La muerte de cada instante. La muerte del ego. Y la muerte de un mundo que da paso a otro nuevo.
Recuerden, si la muerte no tiene la última palabra, Es porque en vida aprendimos a morir por otro.
Finalmente quiero agradecer muy especialmente a ORT Mundial y a cada una de las personas e instituciones que hicieron posible esta actividad en la que se hace palpable la cultura del encuentro.
Y le pido por favor a cada uno de ustedes, cada cual a su manera, cada cual acorde a sus
convicciones: no se olviden de rezar por mi. Gracias.