Padre Ángel
Presidente y Fundador de Mensajeros de la Paz
He tenido el honor y la gran satisfacción de conocer al Papa Francisco I, en Argentina, especialmente en los tiempos duros de la crisis en el país austral, cuando Mensajeros de la Paz colaboraba en el mantenimiento de la Residencia Sacerdotal de Buenos Aires. Me sorprendió entonces por su sencillez y cercanía, por su sentido práctico de las cosas, y por su espiritualidad, tan humana como profunda. Quizá por eso no me haya sorprendido tanto la sencillez de su primera imagen como Papa, porque es la misma que recuerdo de él en su despacho o paseando juntos por las calles porteñas. Sin sorpresa pero con gran emoción y por supuesto con gran alegría. Un Papa que llega a Roma del otro lado del Atlántico, de la Iglesia de Latinoamérica, y que habla español como lengua materna. ¡Bendito sea Dios!
Creo que la Iglesia de hoy necesita a un verdadero Apóstol, como Pedro; a un pastor, y que el Papa Bergoglio va a serlo. Amor y confianza han sido sus primeras palabras. Su nombre es el del santo del desprendimiento, de la pobreza, de la comunión con Dios y la naturaleza en su esencia más pura, y el de otro santo tambien español, el de un misionero que lo dio todo por llevar la palabra de Dios al fin del mundo, de donde Francisco I ha venido, según sus propias palabras. Bendito sea este Papa que sale al balcón de San Pedro, austero, llano, afable, un Papa que se presenta al mundo sólo con una sotana blanca y una cruz en el pecho, pidiendo al pueblo que rece en silencio por él. Este que es el primer Papa americano y el primer Papa jesuita, ójala que también sea el primero en ordenar a una mujer sacerdote.
Pido a la Virgen María que le mantenga ajeno a todo lo que aleja la Iglesia de Dios y de los hombres, que sea el Papa que nos devuelva la pureza y sencillez de los primeros cristianos, y que trabaje por el progreso, la mejora y la puesta al día de la Iglesia.