PEDRO RUPIN GUTIÉRREZ, pedrorupin@gmail.com
SANTIAGO DE CHILE (CHILE)
ECLESALIA, 26/12/13.- Siento que este año ha sido una permanente Navidad. Un niño -Fernando, el niño que más amo- nos ha enseñado tanto todo este año. Con su fragilidad, con sus limitaciones y debilidades, con su estoicismo y nobleza. Con ese amor que a veces solo puede darnos un niño.
Comenzamos al inicio de este año su tratamiento del autismo por medio de la dieta y suplementos vitamínicos. Nos asustaba -y mucho- emprender un camino que iba a significar muchos sacrificios para él: no poder comer pan ni leche (que le encantaba), no poder consumir azúcar, huevos, carne de vacuno, y varios otros. Un niño de apenas cuatro años. Nos imaginamos muchas veces tener que vigilarlo de cerca todo el tiempo, quitarle cosas por la fuerza, aguantar pataletas. Y él, casi como si nos compadeciera, asumió y se adaptó con una nobleza y madurez que a veces quisiera para mí mismo. “No puedo comer pan porque me duele la guatita”, nos decía. Muchas veces nos vio comer delante de él y no hacer siquiera el intento de quitarnos algo. Tantas veces vio dulces y solo los apuntó, nos preguntó con la mirada y se apartó sin chistar cuando le dijimos que no. Cada tres días tenemos que ponerle una inyección que él, como una costumbre, asume. Llora cuando se la ponemos, pero aun así cuando sabe que es el momento se tiende en la cama, dice “Fernando es un niño valiente” y pone el potito. Como si fuera poco, nuestra Emilita ha comprendido y no pide dulces delante de él, se preocupa cuando lo ve con pena, lo busca para jugar.
Habíamos escuchado y leído que muchos niños que emprendían este tratamiento tenían una primera etapa crítica, con un fuerte síndrome de abstinencia, para luego evidenciar un cambio brusco y una suerte de recuperación milagrosa. Teníamos el deseo íntimo de que fuera así con Fernando y nos preparamos para una crisis fuerte en la que estábamos dispuestos a acompañarlo, con tal de verlo mucho mejor después. Nunca ocurrió la crisis. Como a los peregrinos de Emaús nos decepcionó un poco que las cosas no fueran más rápido o más definitivas (“pensábamos que esta era la hora de restaurar a Israel”)… pero no quedaba otra que seguir caminando. Y fue de nuevo él quien nos enseñó la belleza del camino, de los procesos lentos; él fue quien nos hizo una y otra vez “arder el corazón” en el camino. Cristo viene en Navidad como un niño a caminar con nosotros, a ser criado y querido, a enseñarnos ese amor gratuito y noble. Es Dios mismo, Dios con nosotros, el que nos ha visitado en este año por medio de Fernando.
Muchas veces mirando a Fernando he repetido esas palabras de Isaías, “eran nuestros dolores los que él cargaba… él soportó el castigo que nos trae la Paz… se quedó en silencio, como una oveja cuando la esquilan”. Miramos hacia atrás este año con una gratitud que cuesta describir. Hemos visto a nuestro hijo dar pasos gigantescos, hacer cosas que han justificado y sobrepasado todos los esfuerzos. La lentitud del proceso (lentitud que en realidad solo es tal porque sus papás somos unos ansiosos empedernidos) ha sido el regalo de poder disfrutar cada uno de sus pasos, gozar a concho esos logros que serían tan normales, pero que para él son, cada uno, un pequeño triunfo. Hemos pasado un año lleno de milagros.
¡Feliz Navidad, amigos! ¡Dios se hace niño para amarnos como un niño! ¡Dios nos invita a amarlo como se ama a un hijo! Les deseo a todos, profundamente, que reciban ese regalo. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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