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EL ‘MISERERE’, UNA FORMA BELLA DE CELEBRAR EL DIA MUNDIAL DE LA POESÍA

(Por la transcripción. J. A. Crespo)

SALMO 51 (50)

Súplica del pecador arrepentido (Miserere)
51:1 Del maestro de coro. Salmo de David.
51: 2 Cuando el profeta Natán lo visitó, después que aquel se había unido a Betsabé. 2 Samuel 12, 1-15

Humilde reconocimiento del pecado
51:3 ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
51:4 ¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
51:5 Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
51:6 Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso, será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable; Romanos 3, 4
51:7 yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.

Anhelo de renovación interior
51:8 Tú amas la sinceridad del corazón
y me enseñas la sabiduría en mi interior.
51:9 Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
51:10 Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.
51:11 Aparta tu vista de mis pecados
y borra todas mis culpas.
51:12 Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
51:13 No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
51:14 Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
51:15 yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
51:16 ¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!
51:17 Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
51:18 Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
51:19 mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
* * *
51:20 Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad;
reconstruye los muros de Jerusalén.
51:21 Entonces aceptarás los sacrificios rituales
—las oblaciones y los holocaustos—
y se ofrecerán novillos en tu altar.

Poema para enmarcar dentro del 21 de marzo, Dia Mundial de la Poesía

LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
Por Emma-Margarita R. A.-Valdés

Finalizado el cántico y la cena

hacia Getsemaní se encaminaron,

las sombras de la noche enmascararon

los rostros demudados por la pena.

Llevaban de tristeza su alma llena.

Ocho, a la entrada, para orar quedaron;

Pedro, Santiago y Juan acompañaron

a Jesús. Empezaba la condena.

Se alejó de ellos pálido, afligido,

de hinojos se postró, la frente en tierra,

y elevó al Padre bueno su plegaria.

Estaba atribulado, decaído,

y su materia, que a existir se aferra,

pedía su razón originaria.

Jesús medita brutalmente herido,

rasgado por contrarios sentimientos

de olvido o redención. Sus pensamientos

viajan de gloria a oprobio. Está aturdido.

Pedro, Santiago y Juan ya se han dormido

y Cristo les reprende. Sus tormentos,

las causas de profundos sufrimientos,

son vilezas del hombre redimido.

Ruega al Padre le exima del martirio

le aparte el cáliz portador de Cruz,

le salve de la muerte y la agonía.

Suda sangre abrumado en su delirio,

y dice, al recibir de Dios la luz,

haré tu voluntad y no la mía.

Bajo el anciano olivo, con horror

al cruento final, al sacrificio,

de rodillas, humilde, es su cilicio

apurar el acíbar del dolor.

No hará su voluntad porque es Amor.

Y su carne, rebelde ante el suplicio,

enrojece su arcilla, el edificio

que sufrirá su Cruz de vencedor.

Estalla la liturgia del perdón,

Es carmesí holocausto al trasvenarse.

Será mártir por todos sus hermanos.

Es la primera sangre de Pasión.

Él es el alto precio y al donarse

abre la salvación a los cristianos.

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