«La única secuela que quedó fue la cicatriz», recuerda Antonio Cabrera Pérez-Camacho al referirse al accidente que en 1956 casi le hace perder la pierna, pero que se salvó gracias a la intercesión del entonces Beato Martín de Porres, y que se convertiría a la vez en el milagro que permitió la canonización del santo peruano, cuyo 50º aniversario se celebró ayer.
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