El fuego traído por Jesús
Jesús desea que el fuego que lleva él dentro prenda de verdad, que no lo apague nadie, sino que se extienda por toda la tierra y que el mundo entero se abrase.
Quien se aproxima a Jesús con los ojos abiertos y el corazón encendido, va descubriendo que el «fuego» que arde en su interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Esto es lo que le mueve, le motiva y le hace vivir buscando el reino de Dios y su justicia.
Esta pasión por Dios y por los pobres viene de Jesús y sólo se enciende en sus seguidores al contacto de su evangelio y de su espíritu renovador. Va más allá de lo convencional.
Poco tiene que ver con la rutina del buen orden y la frialdad de lo normativo. Sin este fuego, la vida cristiana termina extinguiéndose.
El gran pecado de los cristianos será siempre dejar que este fuego de Jesús se vaya apagando. Una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren, es una Iglesia cada vez más incapaz de atraer, de dar luz y ofrecer calor.
Jesús nos invita a dejarnos encender por su Espíritu sin perdernos en cuestiones secundarias y periféricas, a que antepongamos el amor al Dios vivo presente en los demás a una «ortodoxia verbal» que no enciende la fe en los corazones.