La Jornada Mundial de la Juventud ha llevado a todos los medios de comunicación del planeta el rostro de nuestro
país. El mundo ha mirado boquiabierto cómo un hombre de 83 años es capaz de convocar en nombre de Jesucristo a
casi dos millones de jóvenes.
Confieso que no soy amante de grandes concentraciones ni de espectáculos masivos. Tampoco creo que a partir de
ahora haya colas en los confesionarios o las Iglesias estén abarrotadas de adolescentes y jóvenes, pero reconozco
que la JMJ ha sido un éxito apabullante y una bocanada de aire fresco a un mundo como el nuestro en el que parece
que los jóvenes son siempre portadores de barbaries y de movidas alarmantes. De entrada, creo que el éxito ha sido
fundamentalmente de la juventud. Han sido esos chavales los que nos han seducido y encantado a todos.
El mismo verano en el que la rabia contenida en el Reino Unido ha saltado entre los jóvenes con una violencia tal que
se ha llevado varias vidas y que ha provocado destrozos multimillonarios…el mismo verano en el que poblaciones
como Lloret de Mar han vivido noches de brutalidad y vandalismo protagonizadas por jóvenes europeos que cometían
tropelías y destrozos intoxicados de alcohol y otras sustancias, animados por el llamado turismo de borrachera…este
mismo verano casi dos millones de jóvenes se han reunido en nuestro país convocados por su fe cristiana y han dado
un ejemplo de una conducta extraordinaria.
Chavales de toda condición social, estudiantes, universitarios, trabajadores, parados, de todos los países…de
Latinoamérica, de Irak, de Libia, de países recientemente ensangrentados como Noruega, chavales europeos, chinos,
africanos…Se han saludado, se han aplaudido entre ellos, han jugado juntos, han reído, han cantado, han bailado, han
rezado, han celebrado la fe, nos han recordado a los adultos que el género humano es una gran familia y que el hecho
religioso debe unir a las personas y ser instrumento de reconciliación.
El SAMUR alucinando, los atendidos no lo eran por comas etílicos o drogas, ni por peleas…sino por insolación o
deshidratación; los camareros, la gente de las tiendas, los viandantes, impresionados por miles y miles de chavales
sonrientes, alegres, compartiendo calor con curas jóvenes y menos jóvenes, con religiosas comprometidas, con
catequistas y personas de toda condición. Un éxito en toda regla, vaya; una profecía, un aliento de esperanza para
una Iglesia demasiado envejecida.
Ante este acontecimiento impresionante hay luces (muchas) y sombras (pocas) que creo han aparecido. Ésta son
algunas impresiones:
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Una pena: que algunos grupos juveniles cristianos no fueran nunca nombrados, a pesar de estar ahí.
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Un deseo: que los jóvenes se comprometan con su fe y su compromiso les lleve a estar al lado de los
pobres y a esforzarse por la justicia.
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Un sonrojo: la predicación de Kiko Argüello al día siguiente de las jornadas a los jóvenes de la
comunidades neocatecumenales, con un estilo demagógico y desafortunado, propio de un telepredicador excitado y
que era un desajuste con lo vivido en días anteriores.
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Una alegría: la Asamblea improvisada que jóvenes indignados del Colectivo 15M celebraron con jóvenes
de la JMJ compartiendo inquietudes comunes.
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Un espectáculo: el despliegue técnico televisivo que lanzó al mundo unas imágenes realizadas de un
modo excepcional y con una plástica increíble.
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Un rollo: la catequesis de algún obispo, con un lenguaje carrinclón y en absoluto juvenil.
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Un reto: las redes sociales como nueva plaza pública en la que encontrarnos y compartir la fe.
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Una vergüenza: las manifestaciones pretendidamente laicas que fueron una ofensa a la acogida, a la
tolerancia y al mismo laicismo.
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Una felicitación: a los miles de voluntarios y voluntarias que desde hace muchos meses han trabajado
con una entrega admirable para que todo fuera un éxito.
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Una pregunta: ¿y ahora, qué? A los educadores, a los curas, a las religiosas y religiosos, a los laicos y a
los obispos…todo lo que se ha vivido en la JMJ no puede dejarnos indiferentes. Habrá que buscar lenguajes nuevos,
inventar, crear…habrá que presentar con un rostro alegre la Buena Noticia que es el Evangelio. Habrá que hacer entre
todos una Iglesia más libre, más acogedora, capaz de denunciar la injusticia y acoger a los pobres. Será necesario
repensar la liturgia, las misas, los ritos, para acercarlos más a la gente y hacer que el lenguaje sea comprensible.
Habrá que dialogar con otras tradiciones religiosas y con el laicismo inteligente, abriendo la puerta al ecumenismo.
Habrá que hacer de la tolerancia una bandera y esforzarse para que todas las comunidades eclesiales se encuentren
respetadas y tenidas en cuenta. Cada cristiano tendrá que dar testimonio con su vida de la fe en el resucitado. Habrá,
en fin, que construir una Iglesia en la que los jóvenes recuperen la voz y puedan experimentar la comunidad y ser
acogidos como son, con su estilo y su lenguaje.
Ahí está el reto. Para ello los cristianos no vamos a tener las facilidades que se nos han dado para estas Jornadas
memorables. El eco de los jóvenes de Madrid aún resuena.
Manos a la obra.
JOSAN MONTULL