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El despilfarro de la Pascua

El despilfarro de la Pascua
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO (VIZCAYA).

ECLESALIA, 25/05/12.- Es más necesario que nunca recordar que el vínculo de las primeras comunidades cristianas se fraguaba en la fraternidad y en practicar (no solo predicar) la misma fe en todas partes. Los que tenían responsabilidades no se consideraban una autoridad sobre nadie, sino servidores. Solo cuando la Iglesia se va institucionalizando a causa de su crecimiento es cuando se acrecientan los conflictos; cosa muy humana, pero que en el caso de la mayoría de las iglesias católicas occidentales la cosa ha desbarrado hasta convertir a sus cúpulas en organismos alejados del mandato principal del Señor, coo le gustaba a Lucas llamar a Jesucristo.
Aquella Iglesia primitiva tan cercana en el tiempo a la vida de Jesús tenía atractivo, y su estilo de vida parecía una Buena Noticia. Sus rectores -y rectoras- procuraron una Iglesia con una vivencia comunitaria por encima de las dificultades propias de la diversidad cultural y de las sensibilidades teológicas diferentes e inevitables. Igual que entonces, muchas comunidades tratan de repetir semejante experiencia desde el coraje de su fe pero desde la incomprensión de la jerarquía, por decirlo suavemente.
Los incipientes pasos cristianos a partir de la Pascua de Resurrección fueron recogidos en los Hechos de los Apóstoles (parece que Lucas escribió su evangelio incluidos los Hechos, como un todo) cuyo protagonista es el Espíritu Santo. En este libro, más que en ningún otro, se detallan las vivencias y los primeros testimonios cristianos que nos indican el modelo a seguir y la experiencia en la que todos deberíamos mirarnos como misioneros en su sentido más puro de continuadores de la misión de Cristo, marcada por el amor al prójimo.
Jesús acogió, perdonó, denunció pero no impuso nada como lo atestigua su muerte en la cruz. Sin embargo, a veces sus principales representantes son los que borran la mejor cara de Dios en lugar de ser los instrumentos, las manos de Dios. Frente a la abundancia de quejas y autocompasiones por la persecución encubierta que los católicos decimos sufrir por amor a Cristo, que puede ser cierta en América Latina y en el Tercer Mundo en general, no vale para nuestro mundo opulento. Aquí viven muy bien los mismos que en tiempos de Cristo se sintieron molestos y furiosos con su mensaje y con su ejemplo.
Los católicos de los países ricos damos la impresión de no desear cambios sino la prolongación de lo que tenemos. Los cristianos del bienestar no paramos de hablar de los pobres y actuar a favor de los ricos, aunque nadie va a cambiar si no cambiamos nosotros primero desde una fe regalada que hace preguntas y reclama respuestas. Y en el caso de las jerarquías esto se percibe con mayor claridad al mostrarse como representantes de todos los demás y, lo que es peor, del propio Cristo.
No son los medios de comunicación, ni los poderes fácticos, ni los “malos oficiales” los principales culpables del descrédito de los cristianos ni de la constante sangría de creyentes, sobre todo entre nosotros. Nos bastamos nosotros solos para ponérselo a güevo a los que pretenden vaciar el Mensaje y a quienes se sienten defraudados por nuestra falta de esperanza, humildad y misericordia. Si algo brilla en las azoteas curiales es la falta de valor y humildad para mantener lo esencial: el corazón dispuesto a seguir amando a Dios a través del hermano, con hechos.
Sin acogida y misericordia, sin ofrecernos a aliviar ¡y no poner! cruces a los demás, mostramos una inconsecuencia que a tantos empuja a abrazar mil placebos, como el de la codicia y el desear los bienes ajenos. Sin la denuncia de las injusticias ni la implicación con los excluidos (Bienaventuranzas), no esperemos cambios, porque nunca seremos creíbles. Ése “ved como se aman” es el único reclamo eficaz para remover las conciencias. Esto también va para la jerarquía, que debería mirarse más en la gran enseñanza de los Hechos de los Apóstoles cuyos protagonistas tuvieron que conjugar desde el principio su “contemplación en la acción” con el conformismo de la dictadura de los preceptos y las condenas del judaísmo y el paganismo heleno y romano. Pero aquellos tuvieron muy claro el objetivo de su fe, y las “armas” para combatir sus debilidades: servicio, coraje, amor y ejemplo. Supieron darse a pesar de las consecuencias. Siempre ha sido así la obra de Jesucristo, desde que empezó, en medio de un gran dilema: cuando interpelan desde el ejemplo de la verdad, viene la persecución; y cuando se hacen fuertes desde el poder mundano, se prostituyen y hay que recomenzar.
Ante semejante dilema en medio de los profundos cambios actuales, nuestros jerarcas deberían repetir como un mantra lo que dijo el Maestro: a vino nuevo, no valen odres viejos; y en ello se afanaron aquellas incipientes comunidades cristianas, que son el ejemplo a seguir en su manera de vivir “en medio de lobos”. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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