Este sacerdote de Freila trabaja con los reclusos de la prisión de Granada para intentar facilitarles un futuro mejor
02.10.11 – 01:30 – CAMILO ÁLVAREZ local@ideal.es | GRANADA.
Nacido en el pueblo granadino de Freila en 1949, Fernando Cañavate Gea tenía muy claro desde niño que su vida estaría encaminada a ayudar a los demás a través del sacerdocio. Durante su etapa en Barcelona y Madrid, donde cursó la licenciatura de Psicología, comprendió que su labor iba a centrarse en los adolescentes, pues se trata de una etapa «de formación de la personalidad».
En 1994, el Estado llega a un acuerdo con la Iglesia para normalizar la atención a las prisiones con capellanes. El arzobispo José Méndez, a tenor de la labor desarrollada hasta ahora por Fernando Cañavate con los más desfavorecidos, le encomienda esta tarea en la Prisión Provincial de Granada, donde hoy día sigue esforzándose para ofrecer su ayuda y quizá una vida mejor a todos aquellos reclusos que lo deseen.
-Según cuentan sus amigos, usted no es un sacerdote al uso.
-Lo que se entiende por el sacerdote clásico dedicado exclusivamente a una pastoral sacramental no lo soy. Yo he dedicado mi labor más directamente a cuestiones sociales, sobre todo con la juventud, y centrado en la prevención, porque luego nos quejamos cuando ocurren las cosas. Lo que procuro es que los adolescentes se centren en sus estudios o aprendan un oficio. En la cárcel trato de continuar con esa labor preventiva.
-¿En qué consistía su trabajo antes de dedicarse a su labor social en la cárcel?
-Estuve en Alhama de Granada ocho años, pero mi labor primordial era la juventud, pues el trabajo pastoral lo realizaba otro compañero.
-¿Se imaginaba llevando a cabo un proyecto con presos?
-No lo pretendía. Surgió porque en los talleres en los que trabajaba con los jóvenes, que no estaban homologados, intentábamos que los chicos estudiaran y luego les pasábamos las notas a los colegios, donde les daban el graduado escolar para que pudieran tener un título y buscar trabajo. Pero algunos chicos se escapaban y terminaban en la cárcel. En el año 92 todavía no se había llegado a un acuerdo con el Estado para trabajar con presos y el capellán que había en ese momento era un voluntario. En el 94 se llega a un acuerdo entre la Iglesia y el Estado. Yo acudí al arzobispado para que me dieran un pase para poder visitar a estos niños con los que trabajaba y el arzobispo José Méndez me ofreció el puesto de capellán.
-¿Desde pequeño tenía claro que quería ayudar a los más desfavorecidos?
-Yo me crié en La Chana en una época complicada, cuando se hundieron las cuevas del Sacromonte por unas inundaciones y nos metieron en unas chabolas, lo que se llamó ‘El Frigorífico’. Con 12 o 13 años me dediqué desde la parroquia a atender a esos ‘gitanillos’, a prepararlos para la comunión. Así comencé mi relación con el mundo gitano. Fue entonces cuando me di cuenta que valía la pena dedicarme a ello. Luego se marcharon del barrio y me los encontré un tiempo después en Cartuja.
-¿Qué sintió cuando le comunicaron que iba a ser capellán de la Prisión Provincial de Granada?
-En aquel momento no sabía lo que era la realidad de una prisión. Mi único contacto había sido cuando había ido a visitar a los alumnos con los que trabajaba y la idea de las prisiones que teníamos entonces era muy distinta a lo que hoy día se conoce. Pensábamos que la gente que había allí ya no tenía solución.
-¿Fueron duros los comienzos?
-Desconocía la situaciones personales de toda esta gente. Uno va con buena voluntad y cree que todo el mundo va con la verdad por delante, pero vas adquiriendo una experiencia que te ayuda a sobrellevar la situación. Fue duro por el desconocimiento del medio, pero una vez que vas entendiendo a todo el personal, tanto al funcionariado como a los reclusos, asimilas cómo se articula todo.
-¿Impone estar en un centro penitenciario?
-Imponen las rejas y el método de acceso, porque allí no puedes manipular nada, sino que te tienes que dejar arrastrar por las indicaciones del personal. Hasta que te acostumbras, cuesta. Piensas: bueno, si pasa algo, ¿cómo salgo de aquí?
-¿Ha sentido miedo en algún momento?
-Nunca. Es más, ha habido situaciones en las que los funcionarios me han llamado la atención por entrar en ciertos lugares o por ponerme delante de los presos, pero yo no era ni soy consciente del peligro. A mi madre sí que la tenía preocupada, sobre todo en los primeros años, cuando oía en las noticias algún incidente ocurrido dentro de la prisión. Incluso cuando entro a algún módulo y hay presos nuevos con una actitud poco adecuada, inmediatamente los reclusos que ya me conocen le piden respeto hacia mi persona y mi labor allí dentro.
-¿Cómo ha visto la evolución de la sociedad penitenciaria desde que llegó a la cárcel hasta hoy día?
-Nosotros empezamos en la prisión antigua, en la que se encontraban presos preventivos. Estos no eran conflictivos. No había mafias ni grupos organizados. Al entrar en Albolote, una prisión de cumplimiento, fue un choque porque no estaba acostumbrado a ese tipo de actitudes. Ahora se forman bandas, por ejemplo con reclusos malagueños, que hay bastantes, los colombianos, los rumanos. La tarea se hace más complicada con esta gente.
-¿Encuentra respuesta a su labor en la actitud de la gente con la que trabaja?
-Tenemos dos tipos de presos. Uno es el drogadicto, que es una persona enferma. Ellos mismos denuncian su situación pero terminan cayendo de nuevo. Con algunos conseguimos que al menos durante el tiempo que estén allí no consuman. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos no tienen el apoyo de su familia tras demasiadas extorsiones. Pero también trabajamos con otro tipo de presos, como maltratadores, estafadores o camellos que no consumen, a los que el simple hecho de estar en la cárcel ya les hace replantearse su vida. Esos muestran interés por las actividades que organizamos.
-¿En qué consiste su trabajo actualmente?
-Trabajamos con una asociación de 64 voluntarios. Estamos tres sacerdotes, uno de ellos rumano -atiende a esta comunidad-. Impartimos los sacramentos y nos dividimos el trabajo en los 14 módulos que existen en Albolote. Atendemos personalmente tanto pastoral como personalmente a todo aquel que lo solicita. También coordino toda la labor social y religiosa del voluntariado. Realizamos talleres de informática, de carpintería, de electricidad, además de un programa con enfermos mentales. Preparamos a los que quieran realizar el acceso a la Universidad, tenemos charlas en los institutos, salidas culturales y a los que están en tercer grado les intentamos ayudar a encontrar trabajo. Además, acudo tres veces a la semana a mi despacho de la curia a atender a algunos expresidiarios que necesitan ayuda y al papeleo.
-Además, desarrolla otros proyectos fuera del recinto con padres y alumnos.
-Un grupo de seis presos va a los institutos a dar una serie de charlas. Cada uno cuenta su experiencia personal para prevenir a los jóvenes de los peligros de la droga y lo que supone su vida en la cárcel.
-Al trabajar con un sector marginal de la sociedad, ¿encuentra que aún falta tolerancia?
-Mi función es acabar con esto, porque además de capellán soy delegado de la pastoral penitenciaria. Mi labor es dar a entender lo que es la prisión y los problemas que tienen los presos para conseguir que no se les tenga esa aversión. Es cierto que algunas personas tienen ciertos reparos a la hora de involucrarse en actividades realizadas por los reclusos. Siguen teniendo cierto resentimiento difícil de superar.
-También ha trabajado con el pueblo gitano. ¿Cree que sigue habiendo mucha separación con el resto?
-El gitano tiene otra cultura: la de buscarse la vida, y hacen lo que sea para subsistir. Cambiar a esa persona e introducirla en nuestra cultura no se va a conseguir, pero no es ni peor ni mejor, sino distinto. En la prisión no existe esa separación. Que dos personas se lleven mal aquí dentro (en la cárcel) no es una cuestión de raza, sino de afinidad personal, simplemente.
-¿Alguna vez se siente frustrado al no encontrar en la gente con la que trabaja la reacción que busca?
-Si yo fuera buscando cambiarlos me sentiría frustrado todos los días. Cada uno va buscando sus intereses, por eso de lo que yo trato es de que ellos (los presos) descubran los valores que tienen y traten de explotarlos. Ahí sí veo, y eso me alegra, que en ese aspecto van respondiendo a lo que yo trato de inculcarles. Cuando me visitan, una vez libres, y veo que al menos procuran ser más generosos con los demás y encauzar su vida, me satisface. Ver que algunos van saliendo adelante reconforta.
-¿Cree en la reinserción?
-Intentar que un preso actúe acorde a nuestra sociedad, sobre todo en personas de una cierta edad, resulta complicado porque es muy difícil cambiar. Algunos aprenden el hábito de un trabajo ya dentro de la cárcel. A los que veo que tienen buena voluntad procuro buscarle una ocupación dentro de prisión. Si veo que allí aguanta, procuro pelear por ayudarles a encontrar algo fuera. Otros, a pesar de nuestros esfuerzos, se niegan. Pensando que no puedes salvarlos a todos, procuramos ayudar a aquellos que están predispuestos a ello.
-En la búsqueda de un cambio de vida de las personas marginales, ejerce una labor de psicólogo, además de sacerdote.
-Yo es que soy psicólogo de carrera también, aunque no ejerzo como tal. Todo mi trabajo ha ido de un modo indirecto encaminado a esa labor preventiva.
-¿Cree que cada vez hay más delincuencia, sobre todo ahora con la crisis?
-Casi todos los delincuentes están allí metidos. En los años noventa había mucha delincuencia porque hasta que no se celebraba el juicio, sobre todo por asuntos de drogas, los delincuentes seguían delinquiendo mientras tanto. En conversaciones con la policía me han comentado que los tirones y delitos de este tipo se han reducido en los últimos años. Todos los delincuentes de aquella época (años 90) están entre rejas, pero no sé es lo que ocurrirá cuando salgan a la calle.
-La crisis ha castigado a muchas familias. ¿Tiene ahora más ‘trabajo’ que antes?
-Trabajamos con el grupo Nuestra Señora, en el que ayudamos a familias con pocos recursos que tienen algún miembro en la cárcel.