El amor a sí mismo
Dijo el Señor:
«Ama a tu prójimo como a ti mismo».
El amor a sí mismo es la roca
donde apoya el sentido de la vida.
La amistad consigo mismo,
es como la perla de gran valor.
Adquiriendo esta riqueza,
se adquiere todo lo demás.
Lejos de hacernos egoístas,
nos hace más generosos.
Si estás en paz con tu alma,
estarás en paz con el cielo
y con la tierra.
Nadie puede ayudar a otro
sin ayudarse a sí mismo.
Nos enfermamos cuando no nos amamos.
¿Quién puede dar lo que no tiene?
El amor es libre o no es amor.
No se puede forzar ni prescribir;
nace en la libertad o no existe.
Lo que se hace libremente jamás
puede llamarse sacrificio.
La libertad con que se obra
es lo que verdaderamente lo distingue,
entonces no es sacrificio, sino un don.
El egoísmo es la falta de amor a sí mismo,
tal como la sobreprotección revela la falta
de amor al otro.
Para ser genuinamente humilde,
hay que amarse a s í mismo.
El reconocerse, no es humillación
que revela no amarse.
El soberbio, pedante, prepotente, intenta
compensar el déficit de amor a sí mismo.
Un corazón tierno, ennoblece nuestras
esperanzas, pues nos convertimos
en lo que creemos y esperamos.
«Necesito de mi plenitud para la tuya».
Nos damos a nosotros lo que damos
a los otros, porque todos somos UNO.
«La vida es como una moneda,
puedes gastarla como desees…
pero sólo puedes gastarla una vez». (Sal 89, 47)