DIOS CREÓ AL HOMBRE PARA LA INMORTALIDAD
1.- Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes…
Dios creó al hombre para la inmortalidad. Estas frases del libro de la Sabiduría, aunque nos parezcan hoy muy normales a los cristianos, fueron una afirmación nueva y sorprendente en la Biblia de los judíos.
La creencia en la inmortalidad fue una creencia muy tardía en la Biblia, porque la creencia general de los judíos, hasta tiempos muy tardíos, era que, después de la muerte, todos iban al Sheol, lugar y morada de los muertos. En cambio, en este libro de la Sabiduría se nos dice que la vida del hombre no acaba en esta tierra, porque Dios es un Dios de vida y no de muerte.
Ahora, los hombres y mujeres de nuestro mundo, a lo largo y ancho de este planeta tierra, no tenemos una opinión común y uniforme sobre lo que pasará después de nuestra muerte. Todas las religiones afirman que nuestro destino es vivir, primero aquí en este mundo y después en el cielo, en el paraíso, o en cualquier otro lugar y una dimensión nueva y trascendente.
Pero tenemos que reconocer que en el momento actual de nuestra historia existen muchas personas ateas, o agnósticas, que no creen en ninguna clase de inmortalidad. Los cristianos tenemos la obligación de convivir pacífica y amablemente, tanto con las personas que no creen en ninguna clase de inmortalidad, como con las personas que son de otras religiones.
Los cristianos debemos afirmar nuestra fe en la inmortalidad con firmeza y tolerancia, afirmando, sin rodeos, que nosotros creemos que Cristo venció a la muerte y nos abrió a todos las puertas de la inmortalidad. No se puede ser cristiano y no creer en la resurrección de Cristo y en nuestra propia inmortalidad.
2.- La niña no está muerta, está dormida… contigo hablo, niña, levántate.
Que Jesús es Señor de vida y no de muerte aparece claro leyendo los evangelios. La hemorroísa y la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, son, en el texto evangélico que leemos hoy, dos ejemplos claros de esta voluntad taumatúrgica y vivificadora de Jesús.
Jesús no exige a las personas que le piden salud y vida santidad especial o especiales méritos para ser curados; les dice que basta con que tengan fe en que él puede y quiere curarles. Esto es algo que debe animarnos a nosotros a dirigirnos a Jesús con confianza, cuando de verdad nos sintamos necesitados de su ayuda.
La vida muchas veces es muy dura y nos sentimos al borde de la desesperanza y el desconsuelo. En estos casos debemos acudir a Jesús con confianza, como señor que es de la salud y de la vida, no especialmente de la salud y de la vida del cuerpo, sino sobre todo de la salud y de la vida del alma.
El cuerpo puede estar débil y enfermo, pero si el alma está ilusionada y sana, la persona, como tal, puede vivir serena y feliz. La fe en Jesús puede darle al alma la paz y la tranquilidad que no le da el cuerpo. Todos conocemos ejemplos de personas corporalmente enfermas que viven con el alma llena de ilusión y fuerza.
3.- No se trata de aliviar a otros, pasando vosotros estrecheces; se trata de igualar.
En el momento actual, vuestra abundancia remedia la falta que ellos tienen. En este texto san Pablo se dirige a los cristianos de Corinto, pidiéndoles que sean generosos participando en la colecta que él está haciendo para ayudar a los cristianos de Jerusalén. Y les dice algo que puede y debe servirnos a nosotros de ejemplo: el que da limosna debe privarse de algo que es suyo, pero que no necesita urgentemente para vivir.
Damos limosna para que puedan vivir aquellos a los que damos limosna, sin que esto nos suponga a nosotros tener que pasar necesidad por ello. Es el tema de los bienes que no son necesarios para nosotros, bienes superfluos, de los que decía san Agustín que eran los bienes necesarios de los pobres.
Si sabemos vivir con sobriedad cristiana casi siempre podremos encontrar en nuestra casa, o en nuestros bolsillos, algo que dar a las personas realmente necesitadas de ayuda económica.
Ser generosos económicamente con las personas necesitadas no es algo especialmente difícil, parece decir san Pablo; más generoso fue Cristo “que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”.
Gabriel González del Estal
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