P. Alberto Ramírez Mozqueda
Siempre ha sido para mí una interrogante el por qué de un Día Mundial de las Misiones en la Iglesia. ¿Se ha olvidado de la misión más importante que Cristo le confió? ¿La Iglesia tiene mala memoria o está ocupada en otros menesteres? No sería difícil afirmarlo, porque efectivamente la Iglesia tiene muchas cosas que atraen su atención, y es necesario entonces volver a los orígenes, para darse cuenta de que si la Iglesia existe, es para llevar el Evangelio a las gentes que aún ahora no conocen a Cristo ni participan de la paternidad de Dios. Los cristianos tenemos que volver a considerar la grandeza del encuentro con Cristo Salvador y la necesidad de comunicar con alegría tan grato encuentro, de manera que anticipemos el momento en que todos los hombres puedan sentir la protección, el cariño, el amor y la entrega del Redentor, Cristo Jesús, muerto y resucitado. El Papa Benedicto señala en su mensaje para el Día Mundial de las Misiones, tres acontecimientos que van a marcar su celebración en este año y a darle un colorido muy especial: la conmemoración de los 50 años del Concilio Vaticano II que abrió los postigos de la Iglesia para que entrara aire fresco, segundo, la apertura del Año de la Fe, que acabamos de iniciar y también el Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, que se está celebrando en estos días en Roma. En esta ocasión, quiero ceder la palabra al mismo Papa, en dos párrafos que me parecen esenciales en su mensaje. En el primero, se señala la necesidad de que todos, todos en la Iglesia estén puestos al servicio de la evangelización y de la misión: “Para un Pastor, pues, el mandato de predicar el Evangelio no se agota en la atención por la parte del pueblo de Dios que se le ha confiado a su cuidado pastoral, o en el envío de algún sacerdote, laico o laica Fidei donum. Debe implicar todas las actividades de la iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su ser y su trabajo. El Concilio Vaticano II lo ha indicado con claridad y el Magisterio posterior lo ha reiterado con vigor. Esto implica adecuar constantemente estilos de vida, planes pastorales y organizaciones diocesanas a esta dimensión fundamental de ser Iglesia, especialmente en nuestro mundo que cambia de continuo. Y esto vale también para los Movimientos eclesiales: todos los componentes del gran mosaico de la Iglesia deben sentirse fuertemente interpelados por el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado por todas partes. Nosotros los pastores, los religiosos, las religiosas y todos los fieles en Cristo, debemos seguir las huellas del apóstol Pablo, quien, “prisionero de Cristo para los gentiles” (Ef 3,1), ha trabajado, sufrido y luchado para llevar el Evangelio entre los paganos (Col 1,24-29), sin ahorrar energías, tiempo y medios para dar a conocer el Mensaje de Cristo”.
El segundo párrafo señala la necesidad de intensificar el esfuerzo de llevar el Evangelio a las gentes, nacido del encuentro con Cristo como persona viva, “que colma la sed del corazón, no puede dejar de llevar al deseo de compartir con otros el gozo de esta presencia y de hacerla conocer, para que todos la puedan experimentar. Es necesario renovar el entusiasmo de comunicar la fe para promover una nueva evangelización de las comunidades y de los países de antigua tradición cristiana, que están perdiendo la referencia de Dios, de forma que se pueda redescubrir la alegría de creer. La preocupación de evangelizar nunca debe quedar al margen de la actividad eclesial y de la vida personal del cristiano, sino que ha de caracterizarla de manera destacada, consciente de ser destinatario y, al mismo tiempo, misionero del Evangelio. El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el Kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el Kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz”.