Fe y razón*
Luis-Fernando Valdés
El fenómeno de la migración es noticia continua. Recientemente, hemos visto llegar la caravana de madres centroamericanas que han venido a buscar sus hijos migrantes desaparecidos. Esta tragedia exige nuevas soluciones.
Las conmovedoras imágenes de estas madres de familia depositando ofrendas florales invitan a la reflexión. Hasta ahora al estudiar la migración se suele hablar de derechos, tanto de la nación receptora como de los hombres y mujeres que dejan su país.
En el primer caso, se suele afirmar que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios para garantizar del bien común de sus ciudadanos, siempre y cuando tales medidas garanticen el respeto de la dignidad de los migrantes.
En el caso de los migrantes, también se habla de que el derecho de la persona a emigrar es uno de los derechos humanos fundamentales, de manera que cada quien pueda establecerse en el lugar que considere más oportuno para desarrollar sus capacidades y cumplir sus aspiraciones y sus proyectos.
Sin embargo, se hace poco énfasis en que la situación de abandonar la propia nación y dejar a la familia para buscar un futuro mejor no es algo deseable. Es doloroso tener que dejar a los padres o a los hijos para buscar un empleo.
Esta situación ha sido visualizada con claridad por Benedicto XVI, quien en un mensaje reciente ha explicado que, “en el actual contexto socio-político, antes incluso que el derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar”.
Se trata de que una persona tenga primero la posibilidad de permanecer en su tierra, antes de que no le quede más remedio que abandonar a los suyos. Seguramente, las madres centroamericanas que hoy buscan a sus hijos que perdieron en México desearon mil veces que ellos no hubieran tenido que dejarlas.
Sin embargo, este derecho a “no emigrar” requiere unas medidas a gran escala, para establecer las condiciones que permitan permanecer en la propia tierra. Ya Juan Pablo II hacía ver que “es un derecho primario del hombre vivir en su propia patria” y que “este derecho es efectivo sólo si se tienen constantemente bajo control los factores que impulsan a la emigración”.
Como es sabido, entre esos factores se encuentran las guerras, el sistema de gobierno, la desigual distribución de los recursos económicos, la política agrícola incoherente, la industrialización irracional y la corrupción difundida.
Ante este panorama, resulta casi de risa pensar que la solución para detener la migración consistirá en poner un muro fronterizo, o en intentar disuadir a los posibles migrantes mediante campañas informativas. El hambre y a la pobreza son motores más fuertes que el miedo.
Se requieren macro-soluciones, pues afectan a las políticas económicas, financieras y sociales de cada país involucrado, además es necesario un escrupuloso respeto a la persona humana y a su dignidad. En definitiva, hace falta un mejor funcionamiento de la democracia.
Sin embargo, en nosotros los ciudadanos de pie está el primer paso para esas grandes soluciones: no ser insensibles ante el fenómeno migratorio, seguir las noticias de los migrantes, protestar ante los casos de discriminación y fomentar un clima de opinión pública que exija a las naciones que acepten sus responsabilidades.
Las lágrimas de las madres de familia, que desde Centroamérica han venido a nuestro País, están exigiendo que cambien las condiciones políticas y económicas para que sea una realidad el derecho a “no emigrar”.
* lfvaldes@gmail.com