ZENIT habla con el postulador del apóstol de Molokai
ROMA, lunes, 7 septiembre 2009 (ZENIT.org).- Más de 300 libros se han escrito inspirados en su vida. También varias películas se han filmado para dar a conocer las obras de este santo. Entre ellas, la más reciente «Molokai» dirigida por Paul Cox (nota Iesvs: habría que cortar parte de la escena de la confesión pública porque más allá de que sea históricamente cierto O NO, no es bueno divulgar los pecados de otros porque dan mal ejemplo y la gente piensa que no es tan grave si todos lo hacen).
El conocido sacerdote belga Damián de Veuster, (1840-1889) religioso belga de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento del Altar, SS.CC, será canonizado el próximo 11 de octubre en la plaza de San Pedro por el Papa Benedicto XVI.
Portador de esperanza
A los 33 años, este valiente sacerdote, viajó a la isla de de Molokai, ubicada en el archipiélago de Hawai, que en esa época era conocido como las islas Sandwich, (en ese momento era un reinado independiente, no pertenecía a Estados Unidos). Había sido destinada por el gobierno como lugar de reclusión de los leprosos para evitar que se propagara el contagio de esta enfermedad.
En el olvido y sin mínimas condiciones de desarrollo, morían los leprosos con una muy pobre atención médica. El futuro santo permaneció allí por 16 años hasta el momento de su muerte.
Ante los ojos del mundo «fue el pastor de la grey más espantosa», dice el padre Bell. «Sus discípulos eran los enfermos, mal olientes, devorados por las llagas, separados de su familia», explica en diálogo con ZENIT el padre Alfred Bell, S.S.C.C, postulador de la causa de canonización del padre De Veuster.
«Fue religioso, misionero y sacerdote. Estas tres características pienso que se deben ver unidas», añade el padre Bell.
Por las inmensas necesidades de aquel lugar su trabajo se realizaba entre actividades pastorales, consejería espiritual, administración de sacramentos.
Eran tan pocas las manos disponibles allí que también hacía las veces de albañil y fontanero, entre otros trabajos pesados.
Quiso volver de Molokai un lugar más digno, más alegre. Creó un coro y una banda de música. «Gracias a su quehacer cambió las circunstancias de vida e hizo el mundo más feliz», asegura el padre Bell.
«Damián fue muy conocido ya durante su estadía en Molokai, admirado y atacado al mismo tiempo. Muchos fueron a visitarle, médicos, escritores, pintores. En 1881 le visitó la princesa Liliukalani con altas personalidades. Otros publicaron artículos en periódicos», recuerda su postulador.
Damián no tomaba precauciones para evitar el contagio con la lepra. En 1885 comprobó que había contraído esta enfermedad al sumergir los pies en una batea de agua hirviendo y no sentir nada.
Para evitar el contagio con las personas sanas, el sacerdote no podía salir de la Isla. Experimentó así el dolor físico y también la soledad y el abandono que sintieron sus leprosos.
Se privaba incluso de muchos medios esenciales para su vocación como la presencia de un sacerdote que lo confesara o la ayuda y el consuelo de los hermanos de su comunidad.
No obstante, los últimos días de su vida fueron más llevaderos espiritualmente. Contó con la ayuda de seis misioneras franciscanas que viajaron desde Honolulu así como con el sacramento de la confesión del padre Wendelino, un hermano sacerdote que fue a socorrerlo en sus últimos días.
Y fue en Molokai donde el padre Damián falleció el 15 de abril de 1889.
«Una presencia en medio de los arrojados fuera de este mundo, necesariamente tenía que interpelar las conciencias. No habían pasado dos meses desde la muerte de Damián, cuando se funda en Londres el ‘Leprosy Fund’, primera organización de la lucha contra la lepra», asegura el padre Bell.
Su testimonio hoy
«La vida del padre Damián convence a mucha gente. Muchos se preguntan de dónde venía esta fuerza. Su ejemplo habla a la gente del siglo XXI», constata el postulador.
Y asegura que su testimonio tiene mucho que decir en estos tiempos: «Hoy, como en aquel entonces, surgen por el mundo toda clase de marginados: enfermos incurables (de sida y tantas otras enfermedades), niños abandonados, jóvenes desorientados, mujeres explotadas, ancianos desatendidos, minorías oprimidas»
«Para todos Damián sigue siendo la voz que recuerda que el amor infinito de Dios está hecho de compasión, confianza y esperanza. En Damián todos pueden volver a encontrar al mensajero de la buena nueva», asegura el padre Bell.
«Buen samaritano, se inclinó sobre aquellos que la enfermedad había arrojado al borde del camino. Por este título precisamente Damián se convierte en ejemplo para cualquier hombre y mujer que desea comprometerse en la lucha por un mundo más justo, más conforme con el corazón de Dios», dice su postulador.
«Servidor de Dios, es y continuará siendo para todos el servidor del hombre, quien más aún que vivir lo que necesita son razones para vivir. Este es el padre Damián que todavía hoy sigue desafiándonos», concluye el padre Bell en su diálogo con ZENIT.
Por Carmen Elena Villa