Fe y Razón
Luis-Fernando Valdés
El suicidio de la quinceañera canadiense Amanda Todd conmovió el mundo, quien de esta manera buscó poner punto final al acoso que recibió a través de las redes sociales. Fue caso de “cyberbullying”. Para combatir este nuevo flagelo social, es necesario conocerlo y tomar medidas. Veamos.
Un mes antes de suicidarse, Amanda colgó en YouTube un video titulado “Mi historia: lucha, acoso, suicidio, daño”, en el que contaba su tragedia con tarjetas escritas a mano. Cuando ella tenía 12 años una persona, que conoció en un video-chat, la convención de mostrarle sus pechos. Un año después, esta misma persona la extorsionó y publicó esa foto.
Pronto sus compañeros de escuela la rechazaron y eso le provocó ansiedad y depresión. También fue maltratada físicamente por ellos e intentó suicidarse. Aunque se cambió de ciudad, siguió siendo acosada por internet. El video termina con un trágico letrero: “No tengo a nadie. Necesito a alguien. Mi nombre es Amanda Todd”.
El cyberbullying o ciberacoso es el uso de información electrónica obtenida del correo electrónico, redes sociales, blogs, mensajes de texto, teléfonos celulares, etc. para molestar o acosar a un individuo o a un grupo.
Conocido también como “acoso por internet”, se distingue del “sexting” (la difusión de contenidos de tipo sexual, producidos por la propia víctima), de la “sextorsión” (chantaje en el que alguien utiliza determinados contenidos para obtener algo de la víctima, amenazando con su publicación) y del “grooming” (una persona adulta que se gana la confianza de un menor a través de internet, para luego orillarlo a encuentros sexuales, generalmente mediante la sextorsión).
El ciberacoso se puede identificar por sus manifestaciones, como las siguientes, entre otras:
1) publicar una imagen comprometedora (real o efectuada mediante fotomontajes) o datos delicados que pueden perjudicar o avergonzar a la víctima;
2) dar de alta, con foto incluida, a la víctima en un web donde se trata de votar a la persona más fea, a la menos inteligente;
3) crear un perfil falso en nombre de la víctima, en redes sociales, donde luego se redactan “confesiones” (generalmente de tipo sexual) que parecen escritas por la propia víctima.
Miguel Blasco explica que este tipo de agresión “puede generar una perturbación psicológica todavía mayor que la que produce un enfrentamiento cara a cara, porque […] está en conocimiento de una ilimitada cantidad de personas”.
Además, el ciberacoso es un peligro casi invisible. “Una de las cosas que preocupa a padres y a los docentes, –continúa Blasco– es que el fenómeno pocas veces se da a conocer y se mantiene en secreto. Antes, una pelea entre pares podía verse y sancionarse. Ahora, como muchas otras actividades adolescentes, el cyberbullying se mantiene en el secreto de una cultura juvenil que escapa al control de los mayores, lo que hace aun más vulnerable a la víctima que se siente desprotegida”.
Aunque recientes estudios de la “American Academy of Pediatrics” muestran que el acoso por internet rara vez son la causa principal de los suicidios juveniles, la realidad es que han sido los sucesos trágicos los que han hecho que se ponga atención a este grave problema.
Por eso, se imponen varias tareas. Los padres de familia deben explicar a sus hijos que existe este problema, y animarlos a contarles sus temores. Los jóvenes deben perder el miedo a sentirse rechazados si piden ayuda. Y los amigos tiene la obligación de frenar los chismes y las imágenes difamatorias. Todos somos parte de la solución.