Cuaresma una nueva oportunidad
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Con el rito de la imposición de la ceniza, comenzamos el tiempo santo de la Cuaresma; un camino de renovación interior que nos prepara para celebrar la Pascua del Señor, puestos los ojos en Aquel que es el autor de nuestra salvación, Jesucristo.
La ceniza sobre nuestras cabezas nos recuerda lo que somos y nos invita a serlo de verdad. Vivir según lo que somos, criaturas de Dios, venidos de la nada y llamados a la existencia por el amor de Dios, exige de nosotros una voluntad constante de conversión, de vuelta al Señor que es, y ha de ser, el centro de nuestra existencia. Pero no pensemos que el cambio interior es cuestión de la sola voluntad humana; es, sobre todo, una acción de Dios en nosotros, que espera siempre la respuesta libre del hombre que colabore con la gracia transformadora.
No hay verdadera existencia cristiana sin conversión; es la llamada que nos hace el Señor al comienzo de su evangelio: “Convertíos y creed en el evangelio” –lo mismo que se nos dice en el rito de imposición de la ceniza-. La conversión ha de ser una realidad permanente en la vida de un cristiano; no se convierte uno en un momento, y para siempre, sino que lo ha de hacer constantemente, cada día. La conversión forma parte de la dinámica de crecimiento de la propia experiencia de fe. Convertirse en afinar las cuerdas de mi vida para poder cantar el cántico nuevo de una existencia que ha sido creada para la alabanza del Señor en la práctica del amor.
La Cuaresma, como tiempo propicio de conversión, es la oportunidad que Dios me ofrece de comenzar de nuevo. Si lo pensamos bien, descubriremos la grandeza que encierra esta posibilidad. Hay muchas veces que pienso cómo me gustaría rectificar algo de lo que he hecho en mi vida, volver a empezar en tantas cosas para hacerlas mejor; pues esta es la oportunidad que te da el Señor, comenzar de nuevo, dejar atrás lo que no he hecho bien o he omitido en la práctica del bien. Sería, ciertamente, un error desaprovechar esta oportunidad que se nos da tan gratuitamente.
La renovación a la que nos lleva la conversión, es renovación de nuestro bautismo. Es la oportunidad de redescubrir el don que recibí por el agua bautismal, y que me hizo hijo de Dios, me configuró con Cristo, haciéndome coheredero de la gloria y miembro de su Cuerpo que es la Iglesia. Me vienen a la memoria las palabras de Jesús a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios”. Hemos de descubrir, o redescubrir, el don de Dios en nosotros, y gozarnos en él. Ser cristiano es algo grande y hermoso, es palpar el amor por el que fui creado y al que estoy destinado; es sentirme amado, experimentar que soy importante porque importo a Dios; ser cristiano es ser agraciado, lo que me llena el corazón de tal manera que necesito decirlo, que los demás lo sepan y puedan experimentar también este gozo que es el gozo de la salvación. Sería un pecado guardarme tanta gracia, privar a los demás de lo que soy y de las posibilidades de lo que puede ser.
La gracia del bautismo es un surtidor que lo inunda todo, si yo no lo impido con el dique de mi pecado. A esto nos llama la Cuaresma, a romper diques para que la gracia me llene y llene a todos. La Cuaresma no es el tiempo de la negación a todo lo que me gusta, sino dejar todo lo que no es importante para mirar solo a lo esencial.
En este sentido, la Cuaresma es un catecumenado pascual, como nos ha recordado el Papa, Benedicto XVI, en su Mensaje para este momento, y que podemos seguir a lo largo de los cinco domingos de este tiempo, especialmente en la contemplación de sus evangelios.
En el horizonte contemplamos una cruz, es la del Salvador; es el signo de que el mal y la muerte han sido destruidos por el amor, de que el amor es más fuerte que la muerte; es la prueba de que los signos de muerte pueden convertirse en instrumentos de vida. Es una llamada a luchar contra el mal y las situaciones de muerte de nuestro mundo con el amor que hemos recibido de Dios; a no quedarnos parados, a no mirar a otra parte, a dejar a un lado nuestros desencantos y apatías, para construir un mundo de hombres resucitados, la civilización del amor que anuncie los cielos nuevos y la tierra nueva en la consumación de los tiempos.
La Cuaresma es camino, la Pascua la meta. No estamos llamados a quedarnos en el camino sino a llegar a la meta. La noche de la Pascua es el final de camino y el anuncio de la victoria de Cristo sobre el pecado, y su consecuencia más dramática que es la muerte; victoria que es también la nuestra, porque en Cristo todos hemos vencido.
Os invito, mis queridos hermanos y hermanas, a vivir la Cuaresma con grandeza de espíritu, abiertos a la acción de Dios que, sin duda, nos sorprenderá, y hará en nosotros, si nos dejamos hacer, obras grandes.
La Iglesia siempre nos ha propuesto como medios para vivir la Cuaresma, la oración, el ayuno y la limosna; me vais a permitir que os proponga algunas acciones concretas que responden a estos medios:
En primer lugar la lectura y meditación de la Palabra de Dios. Leer cada día y meditar un texto de la Palabra de Dios, que pueden ser, incluso, los textos de la misa de cada día.
La participación en la Santa Misa, a lo que invito muy especialmente a los que no suelen asistir los domingos. Y a la adoración de la Eucaristía.
Es buen tiempo para tener también algunas lecturas espirituales; desde textos clásicos de la espiritualidad cristiana hasta modernas obra, pasando por las vidas de los santos.
Un medio muy oportuno es el desprendimiento de algo que me gusta, de lo que puedo prescindir porque no es esencial pero me cuesta –comida, bebida, televisión, Internet, etc.-; huir del juicio, la crítica o la murmuración. En una época en que se multiplican las prohibiciones, yo lo hago por amor.
Y hablando de amor, la Cuaresma es tiempo propicio para renovar nuestros gestos de amor: compartir los bienes, el tiempo, mis cualidades con los demás.
Por último, es momento de acercarnos al sacramento de la Penitencia. Os recomiendo confesar vuestros pecados, después de un examen de conciencia serio, profundo, pausado; es un regalo poder descargar ante la misericordia de Dios el peso de nuestras faltas y levantarnos gozoso por la fuerza de su perdón.
Termino con las palabras del Papa en su mensaje cuaresmal: “Encomendamos nuestro itinerario a la Virgen María, que engendró al Verbo de Dios en la fe y en la carne, para sumergirnos como ella en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús y obtener la vida eterna”.
Guadix, 9 de Marzo de 2011, Miércoles de Ceniza.
+ Ginés, Obispo de Guadix.
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