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Cuando Napoleón quiso eliminar la Asunción y ponerse él en su lugar

Solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen

Solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen

Napoleón quiso eliminar la Asunción

Decretó que en Francia y todo su imperio, el 15 de agosto se celebrase el día de “San Napoleón”; este culto, que quería ser eterno, duró 8 años.

ForumLibertas recupera este fragmento de Vittorio Messori, de su libro Hipótesis sobre María (editorial LibrosLibres), lleno de “hechos, indicios, enigmas” de la historia sobre la Virgen María. De ese libro hemos extraído esta historia, muy adecuada para la Fiesta de la Asunción, a la que sólo hemos añadido los títulos en negrita. No es una historia tan lejana: en pleno 2007, en Venezuela Chávez quiere sustituir a la Virgen María por el Che Guevara.

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La más antigua de las fiestas marianas es la que toda la Iglesia sigue celebrando hoy el 15 de agosto. Toda, en el sentido pleno, siendo común, también, a los orientales, a los greco-eslavos, a los llamados «ortodoxos» quienes, además, le dedican la primera mitad del mes, como preparación, y la segunda como acción de gracias, confirmando el lugar que ocupa, para ellos, la Theotókos.

Llamada durante muchos siglos «Dormición de la Bienaventurada Virgen», la celebración ha recibido una confirmación aún más solemne con el último dogma proclamado, de momento, por un Papa: el de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma en 1950.

Al definir este dogma, Pío XII no hizo más que definir solemnemente una verdad que los fieles siempre habían creído, es decir, la «necesidad» de que la carne de la Mujer que había dado carne al Hijo de Dios escapara a la corrupción de la carne.

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En Oriente hablan de «la dormición de la Virgen»: María quedó dormida y su cuerpo desapareció, siendo llevado al Cielo; la Iglesia católica da libertad para creer una de las dos opciones: ¿murió o no murió, antes de ser llevada en cuerpo y alma al Cielo?

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No sólo es extraordinaria la antigüedad de esta fiesta litúrgica, sino también la estabilidad de la fecha. Ésta no se fijó el día 15 de agosto para cristianizar (como se escucha con frecuencia) las Feriae Augusti paganas, las fiestas en honor del emperador; de hecho éstas tenían lugar el uno, no el quince, del mes. […]

Napoleón, «okupa» de la Asunción

El quince de agosto de 1769 nació en Córcega, en Ajaccio, un niño al que se le impuso el nombre -entonces nada común- de «Napolione» (ésta es la grafía original en la fe de bautismo). Cuando aquel niño fatal creció y se convirtió en el desastre que conocemos, consideró embarazoso para él -y para sus cortesanos- un cumpleaños que coincidía con la fiesta religiosa más sentida por el pueblo francés.

Además, el apuro aumentaba por el hecho de que, precisamente, en la festividad de la Asunción se celebraba la «coronación de Luis XIII», el rey que el 15 de agosto de 1637 había proclamado un decreto solemne y oficial en el que ponía a toda la nación bajo la protección explícita de María.

¿Podía tolerar esto aquel que quería convertirse en fundador de una nueva dinastía no real, sino imperial, de forma que oscureciera el recuerdo de los reyes de Francia, cuyo último representante había sido guillotinado poco antes y que, a sus ojos, tenían también la culpa de haber sido «demasiado católicos», de haberle dado a la Iglesia incluso santos y beatos?

Además, no era en absoluto agradable que, precisamente el día del cumpleaños del déspota, se entonara solemnemente el «Magníficat», en el que resuenan palabras embarazosas para cualquier «grande de la tierra». Comenzando por el «derriba del trono a los poderosos» y terminando con el «dispersa a los soberbios de corazón». No, no podía seguir así; había que limpiar el 15 de agosto de aquella presencia tan incordiante.

15 de agosto: «día de San Napoléon»

Por tanto, con la complicidad de algunos obispos cortesanos (y con la del débil legado pontificio en París), se puso a buscar entre los antiguos listados litúrgicos, descubriendo que, en una época, en Roma se celebraba el martirio de un grupo de cristianos: Saturnino, Germano, Celestino y Neopolo. Descubierto esto, se pusieron a trabajar filólogos pagados que intentaron demostrar «científicamente» como, empezando por aquel «Neopolo», por una serie de improbables modificaciones fonéticas, el nombre del santo llegó a pronunciarse «Napoleo», del cual, en todo caso, nada se podía saber ni sabemos.

El paso siguiente fue, naturalmente, un decreto oficial (es del 19 de febrero de 1806) que imponía la sustitución -no solo en Francia sino en todo el imperio- de la celebración de la Asunción con la del honor al inédito «San Napoleone».

De esta forma, fiesta doble para el Estado: no sólo cumpleaños, sino también onomástica del «parvenu», que creía poder doblegar a sus deseos incluso el calendario litúrgico y poder desenraizar del corazón de los pueblos la devoción a la Madre de Dios.

Quien proteste, a la cárcel

En Roma, el valiente cardenal Michele di Pietro (que sería encarcelado por oponerse al emperador) redactó, por orden del Papa Pío VII, un enérgico memorial de protesta y de condena, en el que se declaraba «inadmisible que el poder civil sustituya el culto a la Asunción de la Virgen al Cielo con el de un santo desaparecido, con una ingerencia no tolerable de lo temporal en lo espiritual».

Pero el carácter tiránico del régimen impidió la publicación del documento. Como confirmación de este carácter, no olvidemos que un par de años después el Papa fue tomado como rehén por los franceses, que lo llevaron prisionero primero a Savona y después a Fontainebleau.

«Derriba del trono a los poderosos, dispersa a los soberbios»

Naturalmente, el fin de Bonaparte marcó también el fin del culto al «santo» que se le había construido a su medida. Y los pueblos subyugados al déspota pudieron volver a celebrar a su Virgen a mitad de agosto.

En Francia se pudo volver a la antigua y amada devoción, también debido a un hecho especial que es recordado así por un historiador de hagiografía, Gérard Mathon:

«el culto a ese San Napoleón nacido más de la labor interesada, lenta y continua de aduladores que de la historia, reveló un mérito sorprendente e inesperado; en efecto sirvió para mantener el 15 de agosto como fiesta de precepto pues, si no, seguro que habría sido suprimida, como muchas otras, en los artículos orgánicos anexos al Concordato del 1801».

Es decir, otro ejemplo de esas misteriosas «malicias de la historia» con las que nos encontramos frecuentemente, con emoción y sorpresa, quienes indagamos sobre la presencia escondida, y muy fuerte, de María en el mundo. El poderoso no sólo fue derribado «de sede», de su trono fulgurante, sino que, al querer destronar, precisamente, a quien había entonado el Magníficat, terminó enraizando aún más su culto.

Todavía hoy, después de muchas décadas y acontecimientos, toda Francia cierra por vacaciones cada 15 de agosto, pues el carácter festivo de este día fue reafirmado por un emperador que pensaba así actuar para su gloria eterna. Una eternidad que no duró más que los 8 años transcurridos desde el decreto sobre el 15 de agosto dedicado a «san Napoleón» y la abdicación de marzo en 1814.

Del cumpleaños imperial ahora se acuerdan sólo algunos especialistas en historia: por la Asunción, pese a todo, se detiene todavía gran parte de Occidente, descristianizado quizás, pero no hasta el punto de dejar de tener en su calendario los tenaces signos marianos.


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El PAPA FRANCISCO habla sobre la ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

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