CRECE EL FERVOR POR EL PAPA, ACLAMADO POR 150.000 PERSONAS EN SAN PEDRO

Una era de cambios en el Vaticano. Fue ovacionado en su primer Ángelus, en el que volvió a cautivar a los fieles con su estilo directo y sencillo; antes, a la salida de una iglesia, se había salteado el protocolo al saludar y abrazar a la gente en la calle; pidió más misericordia en el mundo
POR ELISABETTA PIQUÉ – LA NACION
ROMA.- «Padre Bergoglio, sei il nostro orgoglio» (padre Bergoglio, sos nuestro orgullo). Esa pancarta, una de las cientas que se vieron ayer en una Plaza San Pedro electrizada, exultante, rebosante de esperanza, resume cómo fue el primer Ángelus del nuevo Papa, la primera prueba de popularidad de Francisco.

Asomado a la ventana del despacho pontificio del tercer piso del Palacio Apostólico, Francisco, el primer papa latinoamericano, fue ovacionado desde el principio hasta el final de su aparición, que duró apenas 12 minutos. Ante más de 150.000 personas, dijo que sentir misericordia es lo mejor que le puede pasar al ser humano. «Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo. Necesitamos entender bien esta misericordia de Dios, este padre misericordioso que tiene tanta paciencia», afirmó.

En esos 12 minutos, en la plaza («que gracias a los medios tiene las dimensiones del mundo», según destacó el propio Francisco) hubo de todo: aplausos, anécdotas de Buenos Aires contadas por el nuevo Papa en forma coloquial que provocaron risas y momentos de silencio, recogimiento y oración.

Poco antes había sorprendido al saltarse nuevamente las reglas del protocolo frente a la Iglesia de Santa Ana, donde acaba de celebrar misa, cuando caminó por la calle y se acercó a la multitud para saludar y abrazar a la gente, entre sonrisas y bromas, ante los ojos incrédulos de los propios gendarmes y guardias suizos, muy celosos de la seguridad del Pontífice.

Luego, al iniciar su primer Ángelus, fiel a su estilo coloquial, el ex cardenal primado de Buenos Aires soltó: «Hermanos y hermanas, buon giorno». La naturalidad del saludo desencadenó una primera ovación.

«¡Francesco! ¡Francesco! Viva il Papa!», gritaba la multitud, que había empezado a llegar a la plaza desde muy temprano a la mañana.

En el quinto domingo de Cuaresma, Francisco comentó, con palabras sencillas, el episodio del Evangelio de la mujer adúltera, que Jesús salva de la muerte. «Sorprende la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino tan sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión», comentó.

«¡Eh! Hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Pensaron ustedes en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver con él con el corazón contrito», dijo.

Como el día anterior en su encuentro con periodistas, Francisco volvió a salirse del libreto y a hablar en forma coloquial.

Contó que en estos días leyó un libro del cardenal alemán Walter Kasper, un «teólogo piola», sobre la misericordia, que le había hecho muy muy bien. «Pero no crean que les hago publicidad a los libros de mis cardenales… ¡No es así!», bromeó, provocando risas. «El cardenal Kasper decía que sentir misericordia cambia todo. Es lo mejor que podemos sentir: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo», sentenció.

Después volvió a sorprender contando una anécdota, fiel reflejo de sabiduría popular, sobre el concepto de misericordia. «Recuerdo que apenas obispo, en 1992, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se hizo una gran misa. Yo fui a confesar a esa misa. Y casi al final me levanté porque tenía que administrar una confirmación. Vino hacia mí una mujer anciana, humilde, muy humilde, de más de 80 años. Y la miré y le dije: «Abuela -porque en nuestra tierra les decimos así a los ancianos-, abuela ¿usted quiere confesarse?». «Sí», me dijo. «Pero si usted no tiene pecado». Y ella me dijo: «Todos tenemos pecados…». «Pero quizás el Señor no los perdona…». «El Señor perdona todo», me dijo, segura. «Pero usted ¿cómo lo sabe, señora?». «Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría»», relató.

«Y yo tuve ganas de preguntarle: «Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana [Universidad Pontificia Gregoriana, de los jesuitas]?». Porque ésa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia la misericordia de Dios», agregó.

«No olvidemos nunca esta palabra -pidió-. Dios nunca se cansa de perdonarnos, ¡nunca! «Eh, padre, ¿cuál es el problema?». Eh, el problema es que nosotros nos cansamos, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él nunca se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón», lamentó.

La plaza parecía en éxtasis, fascinada con esa persona vestida de blanco que hablaba en lenguaje coloquial, desde la ventana del tercer piso del Palacio Apostólico.

En su primera misa pública, que celebró por la mañana en la iglesia parroquial de Santa Ana, en el Vaticano, Francisco había también hablado de misericordia en una homilía breve y concisa.

«Por un lado somos un pueblo que quiere escuchar a Jesús, pero por otro, a veces, nos gusta pegar a los otros, condenar a los otros. Y el mensaje de Jesús es ése: la misericordia. Para mí, lo digo humildemente, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia», dijo, en un sermón breve, pero potente como un cañón, salido desde el corazón, sin leer texto alguno.

El papa venido del fin del mundo logró crear, allí, un clima tal que a la hora del intercambio de la paz se respiraba una armonía inédita.

En el Angelus que vino poco después, en una Plaza San Pedro eléctrica, reinaba un clima parecido.

«Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo entre sus brazos la misericordia de Dios hecha hombre. Y ahora recemos todos juntos el Angelus», dijo Francisco ante la multitud, antes de pronunciar, en latín, como es tradición, la oración mariana.

LA «PRIMAVERA CATÓLICA»

En ese momento, un silencio impactante envolvió esa Plaza San Pedro que se había convertido en una alfombra de cabezas, con banderas de todos los países y pancartas. El clima era de esos históricos, que ponen la piel de gallina. «Es como Juan XXIII, tiene la misma sencillez, la misma inteligencia», decía Marta, una jubilada romana que había venido con toda su familia. «Este papa es una bendición, ojalá que dure, abre una primavera en la Iglesia», aseguraba Giorgio, estudiante de derecho de 22 años venido desde Nápoles.

Con su estilo que rompe con la pompa y el protocolo rígido del Vaticano, el Papa no terminó su primera aparición planetaria saludando en diversos idiomas -como de costumbre-, sino sólo en italiano.

Y en un clásico de Bergoglio, pidió: «Recen por mí». Para concluir su primer Angelus, prueba de popularidad que superó todas las expectativas, Francisco, un eximio comunicador que inspira a las masas, volvió a recurrir a la normalidad.

«Buona domenica e buon pranzo [Buen domingo y buen almuerzo]», se despidió. Entonces, las campanas de la Basílica de San Pedro comenzaron a repicar, en medio del júbilo de una plaza llena de esperanza, como no se la veía desde hacía tiempo.

DE PRONTO, TODO HA CAMBIADO
Elegir a Viviani para entrar en San Pedro revela una gran falta de tacto. Es como visitar a la Presidenta con un sobrino de Duhalde. O peor: de Scioli. El desacierto es, en sí mismo, una minucia. Pero indica que la señora de Kirchner todavía no advirtió una de las mutaciones más relevantes que promete la coronación de Francisco para las relaciones entre la Iglesia y el país.
POR CARLOS PAGNI – LA NACION
Cristina Kirchner será hoy el primer jefe de Estado al que recibirá el papa Francisco. Como la relación entre ambos ha estado sembrada de conflictos, esta visita de la Presidenta al Vaticano no sólo se ha transformado en una incógnita, sino que está provocando unos fenómenos extraños.

A diferencia de muchas otras giras, en ésta los invitados al Tango 01 prefieren volar por cuenta propia. Podrían aducir razones de comodidad: la aeronave no llegará a Roma por el riesgo de un embargo y habrá que trasbordar en una capital más segura. Pero el problema es político. El presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, hizo aclarar que irá en una aerolínea comercial. Un cambio respecto de la peregrinación de 2009, cuando Lorenzetti viajó con la Presidenta a la Santa Sede en el avión presidencial.

Ricardo Alfonsín, a pesar de que compartiría el vuelo con el primo hermano de su padre, el obispo José María Arancedo, también se bajó del Tango. Además de evitar, como Lorenzetti, que se lo identifique con un gobierno hostil, Alfonsín pretende desalentar la versión de que Cristina Kirchner lo corteja para algún acuerdo poselectoral.

En el jet sobrarán butacas también porque la Casa Rosada ha sido muy prudente. En las próximas 48 horas la Presidenta deberá disimular que encabeza la única organización política, a escala planetaria, que decidió enfrentar al nuevo papa. Encabezan la embestida figuras tan ligadas a ella como Estela de Carlotto, Luis D’Elía, Horacio Verbitsky y Hebe de Bonafini. No es la primera vez que el kirchnerismo queda en la vereda opuesta del papado en un pésimo momento: Néstor Kirchner no concurrió a las exequias del popular Juan Pablo II porque estaba enfrentado con el muerto.

Por esta razón al pasaje sólo se incorporó gente piadosa, como el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, un católico eufórico por la elección de Bergoglio, que debió contenerse para interrumpir la sesión que presidía cuando conoció la noticia.

La selección de la comitiva sindical, menos cuidadosa, dejó a la Presidenta ante un problema: los allegados del nuevo papa pertenecen, en general, a las centrales de Luis Barrionuevo y del evangelista Hugo Moyano. El propio Francisco habló con uno de ellos durante un minuto y medio, el árbitro Guillermo Marconi, para pedir: «Deciles a los amigos que no vengan; habrá mucha gente y no los voy a poder atender». Cuando el gremialista le preguntó si vendría a la Argentina, o si ellos podrían visitarlo en el segundo semestre, el Papa contestó: «Vayamos viendo, todavía no lo puedo decidir, aquí hay mucho trabajo». No fue la única llamada que el Papa realizó a amigos porteños en las últimas horas.

Es impensable que un socio de Moyano o Barrionuevo se suba al avión presidencial. Pero el error de Cristina Kirchner fue haber elegido a dirigentes de la CGT Balcarce que podrían fastidiar a Bergoglio. Es el caso de Omar Viviani, quien acompañará a Antonio Caló y Omar Suárez.

Viviani está acostumbrado a visitar Roma y no sólo, como le atribuyen, por tener allí tres pizzerías. El líder de los taxistas estuvo hasta ahora muy vinculado a la Santa Sede, como demostró a comienzos de febrero, organizando una visita sindical a Benedicto XVI. Lo que los asesores de la Presidenta no detectaron es que la facilidad de Viviani para acceder al Vaticano se debía a sus contactos con un sector de la curia romana encabezado por Leonardo Sandri. Este cardenal argentino secundó a Angelo Sodano, el poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II. Ambos apuntalaron la candidatura de Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005, postergando a Bergoglio. Integran la facción de la burocracia romana que encontrará su ocaso con el nuevo pontificado.

Elegir a Viviani para entrar en San Pedro revela una gran falta de tacto. Es como visitar a la Presidenta con un sobrino de Duhalde. O peor: de Scioli. El desacierto es, en sí mismo, una minucia. Pero indica que la señora de Kirchner todavía no advirtió una de las mutaciones más relevantes que promete la coronación de Francisco para las relaciones entre la Iglesia y el país. Esa novedad es la clausura de la embajada paralela que operó desde los años 90 entre Buenos Aires y Roma, perturbando el vínculo entre la Conferencia Episcopal y la Santa Sede.

Desde hace más de tres lustros las relaciones de buena parte de la dirigencia local con el papado no han pasado por la jerarquía eclesiástica argentina ni por la nunciatura vaticana. El nexo fue un aparato de lobbying organizado por el ex embajador de Carlos Menem en el Vaticano, ex secretario de Culto de Eduardo Duhalde, Esteban Caselli. Es difícil encontrar a lo largo de la historia nacional a un laico que haya influido sobre el papado más que Caselli.

El cardenal Sandri y, más tarde, el propio Sodano tuvieron en Caselli a un amigo capaz de socorrer sus urgencias materiales, casi siempre con recursos del Estado. Sandri consiguió, entre otras cosas, ocupar a sus sobrinos en la SIDE. Y un hermano de Sodano logró gracias a Caselli salvar su empresa constructora. En reciprocidad, Sodano y Sandri lo convirtieron en «Gentiluomo di Sua Santitá», categoría que equivale a ser «dignatarios de la familia pontificia». También le abrieron las puertas de la Orden de Malta, transformando a un hijo de Caselli en embajador de esa congregación en la Argentina. Y lo ayudaron a obtener la banca del Senado italiano que ocupó desde 2008 y que acaba de perder.

La gravitación de este «gentiluomo» en Roma se manifestó de mil maneras. Por ejemplo, en los funerales de Juan Pablo II, Caselli logró ubicar a sus antiguos jefes Menem y Duhalde en el área reservada a los parientes del difunto. Infinidad de políticos argentinos deben su foto con el Papa a las gestiones del ex embajador.

Pero no siempre el influjo fue anecdótico. Varios obispos argentinos consiguieron sus mitras o sus ascensos gracias la amistad con este laico. Y la conducción del episcopado local debió soportar algunas veces que las ternas que enviaba a Roma se modificaran por consejo de Caselli.

Bergoglio nunca toleró al «gentiluomo». Pocos días después de que asumiera el arzobispado porteño, Caselli recibió un sobre que contenía otro sobre, roto, con un pasaje a Roma en primera clase, también hecho pedazos. El destinatario comentó a un colaborador: «No entiendo a Bergoglio; uno lo quiere ayudar y él te rechaza».

Este conflicto no se reduce a las diferencias entre un arzobispo y un feligrés influyente. No era Caselli, sino sus padrinos, los cardenales romanos que encabezaban Sodano y Sandri, quienes molestaban a Bergoglio. Y esta distancia dejó algunos testimonios. Antonio Quarracino, por ejemplo, debió mover cielo y tierra para que el Vaticano designara al actual Papa como su adjutor y heredero. Controlar esa sucesión era crucial para Quarracino, que estaba en medio de una tormenta financiera. Pero sólo cuando habló con Juan Pablo II del problema pudo vencer la resistencia de la Secretaría de Estado contra Bergoglio.

Fallecido Karol Wojtyla, desde Roma se desató sobre las redacciones porteñas una campaña para desmentir las chances de Bergoglio en el cónclave, con el argumento de que no sabía italiano. El vocero de esa embestida fue Caselli.

Así como Viviani es un detalle, tampoco la historia pasa por Caselli. Es obvio que desde ahora la Iglesia local será manejada por un argentino desde Roma. Pero lo que los viejos entredichos revelan es que el resultado del nuevo cónclave amenaza la supervivencia de figuras decisivas del Vaticano de las dos últimas décadas. Al final llevó a la cima a aquel cuyo ascenso durante muchos años intentaron evitar.

En esta grieta se esconden algunas claves del futuro del papado de Francisco. ¿Cuánto tardará en afianzarse como jefe en Roma? La pregunta se vuelve más inquietante después de las primeras zancadillas, como la irrupción del cardenal Bernard Law para saludarlo durante la visita a Santa María Mayor. También será interesante conocer el próximo destino del cardenal Sandri, prefecto para las Iglesias Orientales que se había postulado como el papable argentino. Más importante todavía: ¿a quién elegirá Bergoglio como secretario de Estado cuando el tormentoso ciclo de Tarcisio Bertone termine de agotarse? Esa designación dará una pista no sólo de la orientación, sino también de la intensidad de la reforma a la que la Iglesia será, de nuevo, sometida.

FRANCISCO RECIBE HOY A CRISTINA
El encuentro con Jorge Bergoglio, que ha generado gran expectativa en el Gobierno y en sectores de la Iglesia, será la primera audiencia concedida por el Papa a un jefe de Estado. Tendrá lugar en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, a las 12.50. La Presidenta pidió la reunión para intentar reencauzar una relación muy deteriorada.
POR MARIANO DE VEDIA – LA NACION
ROMA.- Con dos «muchas gracias» lanzados a los periodistas que la esperaban, la presidenta Cristina Kirchner llegó ayer, pasadas las 16, al hotel Eden, de donde hoy se dirigirá al Vaticano para reunirse con el papa Francisco.

Con pantalón, tapado negro y anteojos oscuros, la Presidenta llegó en un avión alquilado al aeropuerto militar de Ciampino, minutos después del arribo de la brasileña Dilma Rousseff.

El encuentro con Jorge Bergoglio, que ha generado gran expectativa en el Gobierno y en sectores de la Iglesia, será la primera audiencia concedida por el Papa a un jefe de Estado. Tendrá lugar en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, a las 12.50. La Presidenta pidió la reunión para intentar reencauzar una relación muy deteriorada.

El vínculo ha sufrido los sucesivos conflictos mantenidos con Bergoglio desde el primer mandato de Néstor Kirchner.

El Gobierno informó que Cristina Kirchner adelantó su viaje para llegar con tiempo a la audiencia con el Papa y mañana, a las 9.30, concurrirá a la misa que dará comienzo al pontificado de Francisco, donde se espera que haya unos 150 jefes de Estado.

La Presidenta, que encabeza una delegación oficial de 12 miembros, fue recibida en el aeropuerto por el canciller Héctor Timerman y los embajadores en Italia, Torcuato Di Tella, y ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero. La mayoría de los que integran la comitiva viajó por su cuenta y sólo se encontrarán con la Presidenta en el acto de mañana.

También hoy está prevista la llegada del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri. No será de la partida, en cambio, el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, enfrascado en las negociaciones con los gremios docentes y estatales para poner fin a los conflictos que jaquean su gestión.

La jefa del Estado ya se había alojado en el hotel Eden en junio de 2011, cuando visitó Roma para inaugurar el pabellón argentino en la Bienal de Venecia. Está emplazado en un barrio residencial, a dos cuadras de Via Venetto y a seis de la atractiva plaza España, donde una enorme escalera da un marco imponente a la iglesia de la Trinitá dei Monti.

«Cuando ambos estaban en Buenos Aires, la Presidenta se negaba a recorrer 50 metros para escuchar las homilías de Bergoglio en la Catedral. Ahora tiene que trasladarse 11.000 kilómetros para remontar los desencuentros», razonó ayer una fuente eclesiástica, al describir el efecto político que la elección de Francisco produce en la relación entre el Gobierno y la Iglesia.

«¿Para qué insistir en las peleas domésticas? La Presidenta está acá [en Roma] y eso es lo importante, es un gesto que desmiente cualquier enfrentamiento», reflexionó, en cambio, una fuente oficial que intervino en las gestiones para que avance en pocos días el pedido de audiencia, formalizado luego de que la mandataria le envió a Francisco una carta para desearle una «fructífera tarea pastoral» tras su elección pontificia. La reacción inicial había sido más tibia.

Mientras desde el Gobierno se admite que el objetivo de la reunión se corresponde con el intento de promover un acercamiento con la Iglesia, dado el impacto que la figura de Francisco ya comenzó a producir en la gente, la agenda del encuentro entre la Presidenta y el Papa parece un secreto de confesión. Ni la Santa Sede ni el Gobierno informaron qué temas se abordarán.

Fuentes del Gobierno insistieron, en diálogo con LA NACION, en que el nuevo escenario trazado por la potenciación de la figura de Bergoglio cambió las reglas de juego en las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia. «Va a ser una relación mucho más sustantiva, con un Papa conocedor de la Argentina. Es una oportunidad para pensar en grande», insistió el vocero oficial.

Consideró, inclusive, que «opacar con cuestionamientos la figura del pontífice Francisco es empequeñecerla», en una frase destinada a los propios dirigentes cercanos al kirchnerismo que reflotaron su ofensiva contra Bergoglio, acusándolo de haber sido cómplice de la dictadura militar.

En el oficialismo deslizaron en los últimos días que Cristina Kirchner pondría el acento en el escenario internacional, con temas, como por ejemplo, efectos de la desigualdad económica, la búsqueda de la paz, la atención de la pobreza y el problema de la deuda.

En la oposición genera inquietud el probable interés argentino por lograr un compromiso de la Santa Sede para que se pronuncie favorablemente a los reclamos del gobierno argentino en la cuestión Malvinas, la disputa internacional que más preocupa hoy a Cristina Kirchner.

Con el mismo énfasis, el Gobierno pretendería evitar que se toquen temas sensibles a la realidad argentina, como la independencia de los poderes, la promoción del diálogo y la convivencia social.

Recluida en su hotel, la Presidenta se mantuvo alejada de la guardia periodística. Funcionarios de la Presidencia atendieron a la prensa e informaron que las únicas actividades oficiales de Cristina Kirchner serán la audiencia de hoy con el Papa y la concurrencia a la misa de la mañana en la Plaza San Pedro. Pese a que se encontraba el embajador Di Tella, no está previsto ningún encuentro con autoridades del gobierno italiano.

Por el hotel Eden se lo vio al presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), José Ignacio de Mendiguren, que integra la delegación oficial. Dijo sentirse «emocionado» por la elección de Bergoglio como Papa y le auguró éxitos en su pontificado.

«Estamos ante un papa verdaderamente nuevo, en todo sentido», apuntó.