Para aprender a vivir de manera nueva, lo primero y más importante no es hacer grandes esfuerzos para cambiar nuestra vida. Lo decisivo es atrevernos a ver las cosas tal como son, dándoles su verdadero nombre.
Es sorprendente con qué sencillez desenmascara Jesús nuestras falsas ilusiones. Escuchemos sus palabras: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Nosotros creemos que nos servimos del dinero; Jesús nos habla de que servimos al dinero.
Pensamos que somos dueños de nuestro dinero, y no vemos que es el dinero nuestro dueño y señor. Creemos poseer las cosas, y no nos damos cuenta de que las cosas nos poseen.
Nuestra sed de tener siempre más nace sencillamente de nuestra inseguridad. Necesitamos reafirmarnos a nosotros mismos, protegernos ante los demás, asegurarnos el futuro. Pero cometemos un grave error. Cuantas más cosas poseemos, más crece nuestra preocupación. Más difícil se nos hace asegurar nuestra felicidad.
La razón es sencilla. Si depositamos nuestra felicidad en las cosas, el dinero o la cuenta corriente, y les entregamos el poder de hacernos felices, nuestra felicidad corre un riesgo cada vez más mayor. La fuente de nuestra felicidad ya no está en nosotros mismos, sino en esas cosas y ese dinero que tenemos que defender y asegurar contra todos y contra todo.
Por lo general, las personas prefieren hacer dinero y tener cada vez más cosas en vez de vivir y ser felices. No quieren ver que, precisamente, vivir esclavos de tantas cosas es lo que les impide saborear la vida.
Mientras se agotan discurriendo qué último modelo adquirirán, con qué artículo sofisticado nos sorprenderán, ni ellos mismos se dan cuenta cómo se van incapacitando para disfrutar todo lo bueno, lo grande y hermoso que se encierra en una vida sencilla y modesta.