María Goretti, en la película como en la realidad, vive en una familia llena de fe y de amor, en medio de la pobreza y de las dificultades que le tocó vivir. Siente miedo ante la malaria que atormenta a los campesinos de la zona donde vive, cerca de Nettuno, al sur de Roma. A los 10 años verá morir a su padre víctima de esa tremenda enfermedad (por desgracia muy presente en muchos lugares del planeta).
Pero María sabe que existe un mal mucho peor, un mal que destruye hasta lo más profundo del corazón humano: el odio. Un odio que ve crecer en Alessandro, que vive junto a la familia Goretti desde hace 6 años. Un odio que un 5 de julio de 1902 hará que María reciba en su cuerpo 14 heridas provocadas con un punzón…
Cuando Alessandro, después de varios años de cárcel, recapacite sobre la brutalidad de su gesto, descubrirá que sólo el amor puede redimirle. María, después de varias horas de agonía, había pronunciado una de sus últimas palabras: «perdono a Alessandro, y quiero que venga conmigo al paraíso». El horizonte se abrió para un asesino. Siempre es posible la redención de la vida más miserable.
La historia de la Iglesia es la historia del amor de Dios al mundo. Cada uno de nosotros podemos ser, como María Goretti, reflejos de amor para los demás. No es fácil perdonar, pero alguien nos perdonó primero. No es fácil tener el corazón siempre abierto, pero si nos dejamos abrazar por Dios, por su cariño en el sol, las nubes, las estrellas y los ojos que nos miran con amor, nuestro corazón recibirá energías insospechadas, vencerá odios ancestrales.
Para Alessandro, María Goretti fue el inicio de la salvación. Ella le abrió los ojos al verdadero significado de la cruz de Cristo. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». No hacía falta más milagros para declarar la santidad de una niña de casi doce años: es santa porque supo vivir en el amor, porque supo vencer el odio con la dulzura, con el perdón.
Quizá después de tantos siglos de historia humana y de tanto progreso de la tecnología nos sentimos muy maduros, y sabemos pecar con muchas excusas y engaños. No seremos, ciertamente, asesinos como Alessandro, pero necesitamos que alguien, un día, Dios sabrá cómo, nos haga descubrir nuestra miseria y, a la vez, eleve nuestro corazón a la esperanza.
El amor es más fuerte que el odio. Nos lo repite, desde el cielo, una niña víctima que puede abrazar, en el seno del Padre, a quien un día fue su verdugo. El amor también puede hacer ese milagro en mi vida.