CELEBRACIÓN DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN LA IGLESIA CO-CATEDRAL DE BELÉN DE ESCOBAR
Ésta fue una de las líneas de fuerza de la homilía de Mons. Oscar Sarlinga, Obispo de Zárate-Campana, en la misa de la Presentación del Señor, en la iglesia co-catedral de la Natividad, en Belén de Escobar, el 2 de febrero a las 20.
En medio de una lluvia torrencial que arreció sobre la zona Norte, y en especial de Norte a Sur, desde Zárate, Campana hacia Escobar, numerosos fieles católicos se hicieron presentes para participar de la eucaristía, que comenzó con la bendición de los cirios en la capilla de la Virgen, imagen de la Candelaria, al ingreso del templo.
Concelebraron el cura párroco, Pbro. Daniel Bevilacqua, el Pbro. Alfredo Antonelli y el Pbro.
Mauricio Aracena. Uno de los diáconos permanentes de ordenación más reciente, Giner Santacreu, junto a numerosos acólitos, asistieron a la ceremonia, y asimismo religiosas (entre las cuales las Hnas. de Mater Dei, de Ing. Maschwitz) y vírgenes consagradas, que celebraron la jornada de la vida consagrada en ese día, como fue instituido por el Beato Juan Pablo II desde 1997.
El coro, muy bien provisto, estaba formado por una treintena de jóvenes de grupo de oración y misionero, quienes concurrieron a honrar la Presentación de Jesús al templo y a venerar a María.
En la homilía Mons. Sarlinga pidió que hiciéramos nuestras, en nuestro interior, las luminarias en el Templo de Jerusalén, e invitó a a abrir el corazón para recibir las gracias del Señor, en la celebración del luminoso testimonio y de la profecía que es la Candelaria, fiesta de
Cristo, “Luz de Luz”, y de María, Madre de la “nueva familia” que es la Iglesia, conforme a las palabras del Divino Maestro: «Éstos son mi hermano, hermana, y madre» (Cf. Mc 3,35). Señaló luego que en el misterio de la unidad, la “nueva familia” de Jesús no quiere “muros de
enemistad” ( citó allí a San Pablo en Ef 2, 14) y agregó que el Señor quiere “el luminoso reencuentro”, con el don del perdón y la reconciliación, entre los hermanos.
Es la razón del antiquísimo nombre de esta festividad, celebrada por la Iglesia desde sus primeros tiempos : “Ypapantè”, sencillamente “encuentro”, que significa en lengua griega).
A continuación, basándose en Cristo, “Luz de Luz” y el mismo Jesús como “Niño-Encuentro”, en esa “Fiesta de las luces”, como la llamó (citando a Lc 2,30-32) dijo que ello fue “causa de caída y de elevación para muchos”, pues ese “encuentro” hizo que a María una espada le atravesara el corazón, y que se manifesatan a lo largo de la historia “claramente los pensamientos íntimos de muchos” (Cf Lc 2, 22-40..
A continuación se refirió a la vida consagrada, «centinela que vislumbra la vida nueva», como la llamó Benedicto XVI y mencionó que desde el año 1997 el Bienaventurado Papa Juan Pablo II dispuso que el 2 de febrero, festividad de la Presentación del Señor en el templo, fuera dedicado en la Iglesia a dar gracias por el don de la vida consagrada.
Agregó que el ser “centinela” tiene que ver con el profetismo y el anuncio, propio de todo cristiano, pero que en el consagrado y la consagrada han de brillar de modo especial por la
profesión de los consejos evangélicos.
Prosiguió el Obispo trayendo a colación que la escena de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén manifiesta, tal como la epifanía, la ampliación de las consecuencias que para la salvación significan la Navidad y el “reencuentro y reconciliación” de los seres
humanos con Dios, y entre sí, en la amistad cristiana, que incluye y genera la amistad social.
Es, en cierto sentido, -señaló- lo que afirma el apóstol Pablo en un bellísimo texto de la carta a los Efesios, donde dice que Cristo abatió el muro de separación, esto es, la enemistad (Cf Ef 2, 14) y exhortó al respecto a mirar en nuestras comunidades y ver qué bien vendría al corazón el clamar lo siguiente: basta de compartimentos tabicados, estancos entre los cristianos,
basta de enemistad, ya no más “espíritu clánico”, basta de frustraciones profundas, de rencillas y odios interminables, de envidia y de venganzas, éstas últimas a veces so pretexto de restablecer justicia; basta de las consecuencias divisorias generadas por el pecado.
La justicia es necesaria, dijo, no la venganza; la justicia es sublime, y la misericordia del Señor es grande.
Señaló luego que ayudará a abatir estos remanentes “muros” una “Candelaria vivida”, con su luz ponderosa y humilde, dijo, a la par que afirmó que dicha Candelaria constituirá una ocasión preciosa para redespertar en nosotros la voluntad del bien, y de crecer como una
familia humana, y una familia ecclesial, edificada sobre la paz, una comunidad que no camine en la obscuridad (sea ésta de índole espiritual, psicológica, moral o social) sino que camine en la luz de la vida y de la alegría espiritual pues todos los cristianos necesitamos renovar el reemprender nuestra «Via lucis», nuestro testimonial «Camino de luz pascual» y esto en las circunstancias de nuestra vida diaria y concreta.
Concluyó exhortando a promover siempre más la festividad de la Presentación del Señor en el Pueblo de Dios, y el sentido simbólico de la «Candelaria», tanto en la liturgia como en la pastoral, y citó, para animar a los pastores a hacerlo, un párrafo de la exhortación «Marialis cultus” del Papa Pablo VI, dada, precisamente, el 2 de febrero, en esta festividad, en el año 1974, a saber: «También la fiesta del 2 de febrero, a la que se ha restituido la denominación de la Presentación del Señor, debe ser considerada para poder asimilar plenamente su amplísimo contenido, como memoria conjunta del Hijo y de la Madre (…) celebración de un misterio realizado por Cristo, al cual la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del Siervo doliente de Yahvé (…) como modelo del nuevo Pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza del sufrimiento y por la persecución (cf. Lc 2, 21-35)”.