DIÓCESIS DE ZÁRATE-CAMPANA
Dentro de las distintas celebraciones de la Divina Misericordia en la diócesis de Zárate-Campana, el obispo Mons. Oscar Sarlinga estuvo presente el 30 por la tarde, Vísperas de la Divina Misericordia, en la parroquia de San Antonio de Padua, de Ing. Maschwitz, para la despedida del Padre Rafael Carli, CM, quien toma su misión de responsable de la casa religiosa en Escobar (y al que se le concedió la medalla “Pro Ecclesia et Pontifice”) y el 1ro. de mayo por la mañana, de nuevo en Ing. Maschwitz para la toma de posesión del nuevo párroco, Pbro. Guido Helfensheim.
Por la tarde del mismo día 1ro. el obispo concurrió a Garín, para la procesión y sucesiva misa de la Divina Misericordia, en la parroquia de “Jesús Misericordioso”, confiada a los Discípulos de Jesús y de San Juan Bautista. La celebración tuvo la especial intención de acción de gracias por la beatificación de Juan Pablo II por parte de S.S. Benedicto XVI, y fue transmitida en directo por el canal televisivo del partido de Escobar y difundida también en Pilar.
Desafiando las condiciones climáticas, tanto de lluvias intermitentes, como vientos y frío, una nutrida procesión recorrió el vasto barrio de la ciudad de Garín, en la zona lindante con Pacheco, con muy numerosos fieles del lugar, a los que se agregaron algunos de “Maquinista Savio” (sector Pilar) y otros de Zárate y de Campana. Los Padres Juan de Dios, dj y Salatiel, dj, junto con los hermanos, animaron la procesión, en la que se condujeron tanto la imagen de Jesús Misericordioso como la del nuevo beato Juan Pablo II. Junto a los sacerdotes mencionados, concelebraron con el Obispo el vicario general, Mons. Edgardo Galuppo, y el delegado para las misiones, Mons. Marcelo Monteagudo. El municipio de Escobar se hizo presente a través de dos delegados barriales y una concejal representando al Intendente. La imagen del beato Juan Pablo II quedó en el templo para la veneración de los fieles.
Mons. Sarlinga dijo en su homilía que el beato Juan Pablo II nos enseñó la misión de evangelizar, con nuevo ardor, y que el espíritu del Concilio Vaticano II se encuentra como resumido en la constitución Lumen gentium, pues deseó “iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda creatura, con la claridad o luz de Cristo que resplandece sobre la faz de la Iglesia”. Citó luego la exhortación Evangelii nuntiandi, recordando que “no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios”. A continuación mencionó el empeño de Juan Pablo II y de Benedicto XVI por la nueva evangelización y lo relacionó con los desafíos para este Tercer milenio, señalando que Juan Pablo II había previsto para la preparación al Año Jubilar el suscitar “una particular sensibilidad a todo lo que el Espíritu dice a la Iglesia y a las Iglesias (Cf Ap 2,7ss), puesto que, dijo Mons. Sarlinga, es muy importante para quienes hemos asumido la Misión continental, después del acontecimiento de Aparecida, que recordemos que somos instrumentos, cada uno según su vocación y elección, de la evangelización, y que el gran Protagonista de ésta es el Espíritu Santo, que hemos de ser dóciles a él, escucharlo, escucharnos, sobrellevarnos, amarnos, y derribar todo muro de enemistad. A continuación recordó algunos puntos de la consagración de la Argentina a la Virgen de Luján, que el papa Juan Pablo II realizara en 1987, con oportunidad de la segunda visita a nuestro país, y luego cuando él mismo confiara el mundo y el nuevo milenio a la Virgen Madre para que “asista a sus hijos en las pruebas cotidianas y que, gracias al empeño de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz”.
Agradeció al Papa Benedicto XVI por la gracia de la beatificación y pidió a todos los fieles que hicieran lo mismo en su corazón. Al término de la misa, y de saludar a los numerosos fieles presentes, el Obispo y los sacerdotes fueron a visitar los renovados salones parroquiales y compartieron un ágape con los hermanos, laicos invitados y periodistas del lugar.
HOMILÍA DE MONS. OSCAR SARLINGA (TEXTO COMPLETO)
EL BEATO JUAN PABLO II NOS SEÑALÓ “LO QUE EL ESPÍRITU DICE A LA IGLESIA”
(Cf Ap 2,7ss y Carta apost. Tertio Millenio adveniente, 23)
Queridos sacerdotes, queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la festividad de la Divina Misericordia, guiados por el Espíritu, quien sigue recordándonos en nuestro interior todo lo que Jesús dijo e hizo. Durante el ángelus del 17 de enero el Papa anunció la beatificación de Juan Pablo II que tuvo lugar hoy mismo, 1ro. de mayo. “El próximo 1 de mayo –dijo el Papa Benedicto XVI- tendré la alegría de proclamar beato a mi predecesor, el Venerable Juan Pablo II. La fecha elegida será el segundo domingo de Pascua, que él mismo llamó “de la Divina Misericordia”, y en la que terminó su vida terrena”[1]. Dicho término de la vida terrena de Juan Pablo II fue un digno colofón de quien nos enseñó que el fundamento de la dignidad humana es la imagen de Dios y que el misterio del hombre encuentra en la redención obrada por Cristo Misericordioso su plena inteligibilidad, tanto es así que -dijo una vez- “el estupor respecto a la dignidad del hombre se llama Evangelio”[2].
En nombre de Jesucristo, Evangelio del Padre, estamos hoy reunidos aquí, en esta gran parroquia de “Jesús Misericordioso”, en medio de este también gran barrio de Garín, para celebrar unidos en el amor del Señor. Más allá del lugar geográfico donde estemos, lo importante es estar unidos en Cristo; nos encontramos junto a María, como el Apóstol Juan, quien la tuvo en su casa (Cf Jn 19,27) y queremos recibir al Espíritu de verdad, acogerlo, en nosotros y con nosotros, como lo hizo la primera comunidad de Jerusalén, reunida el día de Pentecostés (Cf Hech 1,14).
Estamos aquí para que el Espíritu afiance en nosotros un corazón evangelizador, eclesial, un corazón lleno de caridad, también en su dimensión social, en la solidaridad. El Concilio Vaticano II permitió comprender aún mejor esta dimensión esencial, misionera, de la Iglesia, al punto que podríamos decir que el espíritu del Concilio se encuentra, en cierto sentido, como resumido en la constitución dogmática Lumen gentium, que dice: «Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia»[3].
Quiera Dios darnos un mayor entendimiento, una mayor sabiduría, respecto de nuestra misión; quiera darnos valentía apostólica, “parresía” a la vez con mansedumbre y paz. Tanta gente aquí reunida para orar, para celebrar, me hace pensar en la imperiosa necesidad del amoroso anuncio en el mundo moderno, en todos nuestros ambientes, en especial en aquellos que más lo necesitan, los más carecientes, el mundo del trabajo y de la cultura, el mundo de la educación, y tantos otros, que, cuales “nuevos areópagos” nos esperan. Hemos reflexionado muchas veces acerca de la exhortación apostólica Evangelli nuntiandi, del Papa Pablo VI, en la que reafirmó que «(…) evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar»[4] y que «(…) no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios»[5]. Hoy, en la Fiesta de la Misericordia divina, los invito a comprometernos en un renovado ardor evangelizador, cada uno según la vocación específica que el Señor le haya dado, dentro de la gran vocación cristiana.
El bienaventurado Papa Juan Pablo II continuó esta proclamación evangélica de la Evangelii nuntiandi. Desde los inicios de su pontificado él vino llamando repetidamente a la Iglesia a una nueva evangelización. Ésta «no consiste –dijo- en un «nuevo evangelio»»[6] ya que el mensaje tiene que ser siempre el Evangelio manifestado en Jesucristo. De otra manera, como lo hizo notar el mismo Pontífice, «no sería «evangelio», sino mera invención humana, y no habría en él salvación»[7]. Y dejó señalado en su carta apostólica Tertio millennio adveniente, que la nueva evangelización tenía una fuerte relación con la preparación de la Iglesia para celebrar el Año Jubilar por el que entramos en el Tercer Milenio, cual un «prolongado adviento» de preparación que pretendía «suscitar –dijo- una particular sensibilidad a todo lo que el Espíritu dice a la Iglesia y a las Iglesias (cf. Ap 2,7ss)»[8] y esto porque es el Espíritu Santo «también para nuestra época el agente principal de la nueva evangelización» que «construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo”[9]. ¡Que importante es para nosotros, que hemos asumido la Misión continental, después del acontecimiento de Aparecida, que recordemos siempre eso, que somos instrumentos, cada uno según su vocación y elección, que el gran Protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo, que hemos de ser dóciles a él, escucharlo, escucharnos, sobrellevarnos, amarnos, y derribar todo muro de enemistad.
Sólo así tendremos renovadas fuerzas. En su encíclica sobre la validez permanente del mandato misionero de la Iglesia, Redemptoris missio, el Santo Padre Juan Pablo II declaraba: «Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes”[10]. El Papa Benedicto XVI se ha referido también numerosas veces a la nueva evangelización. Digamos también que dicha “nueva evangelización” se refiere también, e incluso especialmente, a los cristianos alejados, a aquellos que han dejado la Iglesia, perdido la fe o el sentido de pertenencia eclesial, la esperanza… o perdido la ardiente caridad, a aquellos que han sido afectados por la indiferencia o el sinsentido de la vida. ¿Nos preocupa?. ¿Lo vemos como un cordial desafío, conforme a lo que el Señor espera de nosotros?. ¿Estamos dispuestos a dedicar fuerzas a esa causa?. Forma parte de la dimensión misionera de toda la vida cristiana.
Cuando estuvo por segunda vez en nuestro país, el beato Papa Juan Pablo II confió a la Santísima Virgen María “a todos los que sufren, los pobres, los enfermos, los marginados, también aquellos a los que la violencia separó para siempre de nosotros, pero que están presentes ante el Señor de la historia”, y que también “son hijos –dijo- de la Virgen de Luján, madre de la Vida”. Pidió que la Argentina “sea fiel al Evangelio y abra de par en par su corazón a Cristo, el Redentor del hombre, la esperanza de la humanidad”[11]. Queremos hoy también, en esta celebración, abrir de par en par nuestras vidas a la Misericordia de Jesús.
En el año 2000, Juan Pablo II confió a la Virgen, Aurora de la esperanza, el Tercer Milenio, pidiéndole que nos acompañe en nuestro camino, en una época la que llamó “extraordinaria” exaltante y rica en contradicciones[12] , y le confió el milenio para que la Madre cual “asista a sus hijos en las pruebas cotidianas y que, gracias al empeño de todos, las tinieblas no prevalezcan sobre la luz”. Tengamos siempre esperanza, y pongámosla en obra. El Señor Misericordioso bendiga abundantemente a ustedes, sus familias, sus buenas intenciones y proyectos.
Y, como Obispo y hermano de ustedes, los invito a dar gracias de corazón al Santo Padre Benedicto XVI por la beatificación de su ilustre predecesor, al que pedimos hoy su intercesión sobre nosotros, nuestras familias, nuestra diócesis y sobre la Iglesia entera. Con la protección de la Virgen Madre, Nuestra Señora de Luján.
+Oscar Sarlinga
[1] Benedicto XVI, Ángelus del 17 de enero de 2011, Ciudad del Vaticano.
[2] Juan Pablo II, Audiencia general, Ciudad del Vaticano, miércoles 25 de enero de 1984 (“En la Carta Encíclica Redemptor hominis he escrito que: «…ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama cristianismo”).
[3] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 1
[4] Pablo VI, Exh. Apost. Evangelii nuntiandi, 14.
[5] Ibid. N. 22
[6] Juan Pablo II, Discurso inaugural, Conferencia de Santo Domingo, 12/10/1992, 6.
[7] Ibid.
[8] Juan Pablo II, Carta Apost. Tertio millennio adveniente, 23
[9] Ibid. 45.
[10] Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 3
[11] Juan Pablo II, Viaje apostólico a Uruguay, Chile y Argentina, Acto de consagración de la Argentina a la Virgen de Luján, Oración de Juan Pablo II, «Avenida 9 de Julio» – Buenos Aires (Argentina) Domingo, 12 abril 1987, n. 3.
[12] Juan Pablo II, Atto di affidamento a Maria del III Millenio, Giubileo dei Vescovi, Città del Vaticano, 8 Ottobre 2000, nn 3; 5 (“que las tinieblas no prevalezcan sobre la luz”).
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Rvdo.Diac.Hno.Lorenzo de la Cruz dj.
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