Queridos hermanos y hermanas, con amor en Cristo les dirijo estas líneas, tan cercanos ya a la apertura del Año de la Fe
“Puerta” de la fe hacia Jesucristo, a la vez Luz y Camino
Jesucristo es Luz; la fe nos abre la puerta a su misterio, resumido por San Agustín con una bellísima expresión, cuando afirma: “(…) aquéllo que para los ojos del cuerpo es el Sol que vemos, lo es (Cristo) para los ojos del corazón» 1 . A la vez, el mismo Cristo, Luz de las gentes, de los pueblos, nos abre la puerta de la fe y nos llama a la perfección del Padre (Cf Mt 5,48). Entonces, los invito a orar, para “ver”, pues viendo el crístico llamado a la perfección, comprenderemos también cómo el Año de la Fe nos incentiva a redescubrir nuestro sentido de pertenencia y nuestra vinculación con la Iglesia, y con el Papa, al cual, en la persona del Apóstol Pedro, del cual es sucesor, ha confiado el ministerio de la unidad eclesial de todos los miembros y su “tensión hacia” la humanidad toda, en el llamado a la evangelización (Cf Mt 16, 18 ss; Lc 10, 16;7). Será una manera en que asumamos mejor, más profundamente, nuestra misión de ser luz y sal, en un mundo, en un entorno humano que las necesita, aunque no siempre lo hace consciente.
El Santo Padre Benedicto XVI, quien nos ha convocado al “Año de la Fe” con la carta apostólica “Porta fidei”, para un encuentro con Jesucristo y el contemplar la belleza de la fe en Él, realiza la apertura solemne el 11 de octubre, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. En unión con él, nosotros, como diócesis, haremos la apertura el día 12, en la festividad de Nuestra Señora del Pilar, e iniciaremos, con toda la Iglesia, un itinerario de fe, que culminará el 24 de noviembre de 2013, en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, el “autor y consumador de nuestra fe” (Heb 12,2). En ese itinerario nos ayudará a todos el profundizar en el Catecismo de la Iglesia Católica, como «auténtico fruto del Concilio Vaticano II» . Ya en la dimensión catequética de las actividades en la diócesis, en la “Misión joven” anual, que tanta alegría nos trajo al corazón, y en todo el apostolado, hemos asumido revitalizar el itinerario de vida desde las enseñanzas del Catecismo.
Los signos de los tiempos están, dirijámos nuestra atención a ellos. Muchos signos nos movilizan a ver cómo Dios está actuando en nosotros, en nuestras comunidades, en nuestras vidas. El realismo de la esperanza (la teologal) nos hace ver, “esperanzadamente” todo lo que hay de “maravilloso y dramático” en los tiempos en que nos toca vivir, en el “hoy concreto”. La Iglesia misma es consciente de los desafíos que la difusión de la fe ha de afrontar hoy, siempre vigente, como lo está, la pregunta que el mismo Cristo nos ha formulado, a los hombres de todas las épocas: «Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?» (Lc, 18, 8).
Como vuestro Obispo, Pastor, amigo, les hablo, y saben que lo digo de corazón porque podemos afirmar que nos conocemos, cuando nos acercamos a los 7 años de este «caminar juntos» en esta diócesis, luego de mi servicio anterior como obispo auxiliar. Con este espíritu, que tantas veces hemos compartido en nuestros consejos, asambleas, congresos, encuentros, celebraciones, los invito a través de estas líneas, a “mirar más allá”, a mirar “hacia el mar”, a fines de ponernos a navegar, y “navegar mar adentro” tal como nos exhortaba a hacerlo el bienaventurado Papa Juan Pablo II, cual programa para todo el tercer Milenio.
Con convicción, con humildad, los invito también, hermanos y hermanas, a experimentar y valorar cómo la Iglesia nos abraza en este Año de la Fe, muy especialmente, de modo tal que la fe pascual (es decir, la fe de la comunidad pascual, que somos) nos disponga con efusión de gracias divinas a transitar un camino personal y pastoral “en Aquél que es el Camino”. Esa fe pascual nos ilumina para un Camino que durará tanto como el “tiempo de la Iglesia”, e imprime también en nosotros una fuerza sobrenatural, proveniente de lo Alto, y por ello dadora de una fortaleza testimonial, irradiante, incluso hasta el martirio. ¿Tendremos la “osadía” de pedir fortaleza para adentrarnos más y más en ese camino testimonial?.
Porque ese camino prosigue, y prosigue pese a todas las cosas negativas que ocurren, importa menos, si en lugar de condenar las tinieblas (aunque sabiendo que existen) encendemos la luz. La fe pascual sigue iluminando, en continuidad, e iluminará mientras prosigan los tiempos hasta que trascendamos “el tiempo”. Nuestras solas fuerzas no bastarán. Sólo la fe puede hacernos vencer el amor a nuestras seguridades humanas, el apocamiento, el instalamiento o incluso la perniciosa acedia (dicha “pereza”, pero habría que profundizar más en lo que significa “acedia”). El orar de verdad nos dará fuerzas para dedicar nuestras vidas a esa «civilización del Amor», por los más pobres, los excluidos, por la educación promotora del ser humano, por la justicia que sane la sociedad desde dentro, por todas las iniciativas verdaderas en pro de la dignidad humana.
La fe nos hace ver que abrazar la “Cruz pascual”, da entrada (abre puerta) en nuestra vida a “la humilde victoria” (Cf 1 Jn 5,14) de vivir en el Espíritu, victoria tan desproporcionada, por otra parte, respecto de nuestra pobreza humana. Sólo la fe puede darnos la fortaleza, la constancia, la perseverancia, la paciencia, para estar dispuestos siempre y en todas partes a “responder” (con el intelecto, con la vida, con el testimonio) a quien nos pida razón, causal, origen, de esa esperanza (aun contra toda “esperanza humana”) que habita en nosotros y que de nosotros ha de irradiar (Cf 1 Pe. 3,15). Es muy importante que cada uno de nosotros, cada uno según su vocación y elección, quiera “responder”, esto es, hacerse “responsable”.
Puerta de la fe y la fidelidad para las obras del Amor
La fe nos el poder ser fieles, nos hace amar la fidelidad. El Año de la Fe, el segundo convocado por un Pontífice en la historia (habiendo sigo el primero el Año de la Fe de 1968, convocado por S.S. Paulo VI) constituye, pienso, un gesto profético, fiel y magnánimo (palabra que proviene de “alma grande”) puesto que, si estamos dispuestos, confiados y abiertos a la obra del Espíritu, recibiremos gracia tras gracia, para la “consumación de nuestra fe”, la que poseemos, o aquella cuyo aumento imploramos.
¿O no hemos pensado que nuestro testimonio de fidelidad también ayuda a confirmar en la fe a nuestros hermanos? (Cf Luc. 22, 32). La fidelidad es al Amor, como se manifestó Dios a Moisés (Cf. Ex. 3, 14); y Dios es Amor, como nos lo enseña el Apóstol Juan (Cf I Jn 4, 8).
No tengamos miedo (¡recordemos la primera exhortación que nos hiciera Juan Pablo II al salir, como Papa, a la balconada de San Pedro, y asimismo la primera llamada que, en la misma circunstancia, nos hiciera Benedicto XVI!) . Recibiremos gracia tras gracia para profundizar en el “contenido de la fe” que la Iglesia nos propone para creer. Recibiremos gracias para crecer en la fidelidad al Depósito della fe (Cf 1 Tim. 6, 20), ese “depositum” cuyo dinamismo interior moverá nuestras conciencias a profundizarlo, a redescubrirlo como fundamento viviente que podrá dar expansión a nuestra “fe puesta en obra” (el “credere in Deum, de San Agustín).
En lo concreto, en lo práctico de nuestras vidas, me lo digo y los exhorto al mismo tiempo, pongamos cada día más nuestro ánimo, fundados en Cristo, Redentor del hombre, al servicio de la evangelización (de la «nueva evangelización»), y de la “civilización del Amor”. Y esto con ese sentido de “invitación profética”, a la que se refirió el mismo Papa Benedicto, precisamente aludiendo a su predecesor mencionado, cuando destacó “(…) su invitación profética, muchas veces propuesta, a renovar el mundo perturbado por inquietudes y violencias, mediante ‘la civilización del amor’”2. Así, como vemos, la fe es “puerta” y “abre puertas” para anunciar el Evangelio “a toda creatura” (Cf Mc 16, 15). Nuestra opción por la Misión, nuestros gestos diocesanos misioneros, y la dimensión misionera de toda nuestra pastoral, más que obras nuestras, son manifestaciones de esa gran “Puerta”.
Fe, esperanza, significa también hacer un acto de confianza. Abrimos la puerta de la fe para ver la Epifanía del Padre, Jesucristo, el Sol de Justicia, quien nos llama a habitar también nosotros, misteriosa y participativamente, “en una luz inaccesible” (Cf 1 Tim. 6, 16), la cual, lejos de aislarnos, nos ilumina, vivifica, protege y guía, porque lo hace con la Iglesia, la germinación y primicia del Reino de Dios, por medio del cual continúan, en la trama de la historia humana, la obra y los dolores de la Redención, y que aspira a su consumación, en la gloria3. Mientras tanto, esa luz “resplandece en el rostro de la Iglesia”4 , la cual tiene como misión hacernos partícipes del Misterio d ella Muerte y Resurrección de Cristo, en la gracia del Espíritu Santo, que le da vida y acción 5. La Iglesia santa nos da los sacramentos que emanan de la plenitud de Cristo 6; si una “no-plenitud” hay en nosotros, los miembros, proviene de los pecados y de los desórdenes que impiden u obstaculizan la irradiación de esa santidad, 8
El Señor nos reformula la pregunta, en este Año de la Fe, también a nosotros, como lo hizo con Pedro: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mc 8, 27-29). Si pedimos la fuerza para responder, como Pedro: «Tú eres el Cristo» dispongámonos también para llevar esa fe a la práctica, pues esa «confesión» exige actos concretos, como señala el apóstol Santiago: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (St. 2,18). Se trata de asimilar más y más la relación de fe y obras, de discernir lo que el Señor quiere cuando «espera» de nosotros, un «testimonio evangelizador» para los demás, los que se sienten alejados, desalentados, sin razones de creer o de esperar, los que se sienten abandonados. Viendo la fe que se hace amor, ellos verán -decía- la “novedad” real de la obra redentora de Cristo (Cf. 2Cor 5,17), y esto con plena conciencia de la soberanía de Dios, quien, a Él solo, le corresponde la iniciativa misericordiosa (cf. 2Cor 5,18-20; Col 1,20-22). Sólo Cristo es «el salvador de su cuerpo” (Ef 5,23) y por consiguiente de cada uno de nosotros. ¿Y nuestra parte, dónde está?. Somos administradores, servidores reconciliados. La paz nos la da Cristo (cf. Ef 2,14), puede ser la ocasión de “degustar” más el Padrenuestro: “venga a nosotros tu Reino…. Hágase tu voluntad”.
Con María, la Madre, puerta de la fe hacia la evangelización, la reconciliación, la perfecta alegría, hasta que el Señor vuelva
Con María Madre de la Iglesia, sintámonos “piedras vivientes” (Cf. 1 P 2, 4-8) del su edificio espiritual, pastoral. La indiferencia no ayuda para nada, y tampoco el fingido distraimiento, el «mirr para otro lado». La actitud profunda, real, vivida, de servicio, es, en cambio, un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (Cf. Jn. 13,15-17). No todo va a ser fácil, no transitaremos por caminos alfombrados por pétalos de rosa… ¿Quién sueña eso?. Debiéramos leer y meditar más a San Pablo, por ejemplo cuando nos dice: «Confiados en nuestro Dios, tuvimos la valentía de predicarles el Evangelio de Dios, entre frecuentes luchas» (1 Ts 2,2,). Luchas, existirán. Pero el carácter viviente de la Tradición nos anima, porque nos guía la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo 9. Seamos dóciles a la enseñanza del Espíritu, sintámonos acompañados por María Santísima, la Nueva Eva, la Madre de la Iglesia 10, Madre del Cuerpo místico de Cristo, a la vez comunidad visible y comunidad espiritual.
María es, en cierto sentido, “Roca” de piedad, de misericordia, imagen perfecta de la Iglesia. Por ello nos lleva a la fidelidad a la Iglesia, a ayudar a construirla, en especial para con quienes más lo necesitan, los que sufren, los más pobres, aquellos que esperan que Dios les muestre (y que quizá, para ello, esperen más de nuestro testimonio) las bienaventuranzas prometidas por Jesús. Pedro es la Roca. El Papa, que ha convocado el Año de la Fe, en tanto el Sucesor de Pedro es llamado por San Buenaventura el “Vicario de la Roca”. En la Biblia, en la hermosa lengua hebrea, la raíz de “roca” es la misma que la de “fe”, “fidelidad”, “verdad”, e incluso “justicia”, no es el momento de detenernos ahora en ello, sólo recordemos que el Amor pide fidelidad, como le pidió Jesús a Pedro, “Vicarius Petrae” (en la expresión bonaventuriana) 11 , como lo prometimos también en tanto comunidad diocesana en la clausura del Año Paulino Jubilar, cuando, antes de concluir la misa, dejamos encendida una llama votiva junto a la imagen de San Pablo.. En esa oportunidad dijimos que uno de los frutos de ese Año Jubilar debía ser la profundización de la «conversión pastoral» de la que habla el Documento de Aparecida, y que esta conversión espiritual comporta, por tanto, dejar de buscarse exclusivamente o principalmente a sí mismo, y, en el decir del Apóstol, «revestirse de Cristo» y entregarse a Él, caminando en una «vida nueva» (Cf Rm 6, 3s). Traigámoslo hoy también al “corazón”, eso es “re-cordar”, la «memoria rencorosa» de nada sirve, al contrario, lo que sirve es la memoria clemente.
Dos grandes testigos, San Pedro y San Pablo nos acompañarán muy de cerca en este Año de la Fe. A ellos les confiamos nuestro Seminario diocesano, que lleva su patronazgo, y les suplicamos también su intercesión, la de la “confesión de fe”, y la del “buen combate”: “He aquí a Pedro, que renueva en los siglos la gran confesión de Cesarea de Filipo; he aquí a Pablo, que desde la cautividad romana deja a Timoteo el testamento más alto de su misión. Repetido ante la Iglesia y ante el mundo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16, 16); también, como Pablo, sentimos de poder decir: «He combatido el buen combate, terminé mi carrera, he conservado la fe» (2 Tim. 4, 7)”. 12
Una última palabra, algo que deseo ardientemente para todos nosotros, en este Año bendito, el que seamos instrumentos de la paz de Cristo (en el espíritu de la «oración simple», atribuida a San Francisco de Asís), que «nos dejemos reconciliar por Dios». Es verdad que en este mundo no abunda la piedad (“pietas”) ni la clemencia, y puede que esto también suceda en los ambientes en que nos toca existir. Pero donde haya odio, pongamos amor, donde haya ofensa, pongamos perdón. Hagámoslo creyendo de veras en la eficacia de la “novedad” cristiana, creamos, primero, que Jesús «hace nuevas todas las cosas». Se manifestará nuestro creer si nos disponemos cada día, con la gracia de Cristo, a “volver a a vivir”, “volvier a a empezar”, aunque hayamos sufrido injuria, detrimento o maleficencia. Más bien, desde la fe, y esperando, incluso «contra toda humana esperanza» incorporemos de verdad a nuestra existencialidad y nuestra espiritualidad la exclamación operante de San Pablo: «vivo yo, pero ya no vivo yo, sino que «Cristo vive en mí» (Gal 2, 20)”. Por Él obtuvimos la reconciliación; entonces, «no tenemos derecho» a que la alegría se vaya de nuestros corazones, de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestras comunidades, y esto así, «hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas» (Hch 3,21).
Todo pasa tan rápido… Todo se pasa, Dios no se muda, como realística y místicamente decía Santa Teresa de Jesús. Un signo de salud espiritual, del buen fruto de este Año, será el vivir la alegría de la fe, «virtud-puerta», como la llama Santo Tomás de Aquino; puerta a horizontes infinitos. Vivámosla con María, la Virgen, que deshace toda la complicada tejeduría con la que el maligno puede intentar enredarnos y así, entristecernos y procurar frustrar, en lo particular, nuestra vocación a la santidad. .
Para ello, seamos «dóciles» («docilis» es el que se deja enseñar…) Dejémonos, dócilmente, tomar de la mano por María, la creatura más perfecta y la más humilde, la “Virgen poderosa”, Aquélla Mujer, revestida de Sol (Cf Ap 12.1) que “(…) recapitula en sí todas las alegrías; Ella vive la alegría perfecta prometida a la Iglesia” 13
Feliz y Santo Año de la Fe.
+Oscar, Obispo de Zárate-Campana
8 de octubre de 2012
1 SAN AGUSTÍN, Sermo 78, 2: PL 38, 490.
2 Benedicto XVI, Discorso di Sua Santità ai membri dell’Istituto Paolo VI, 3 marzo 2007.
3 Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 8 y 5.
4 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et spes, 1
5 Cf CONC. ECUM. VAT. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 5, 6; Cf Id. Lumen gentium, 7, 12, 50.
6 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 7, 11.
7 Cf. CONC. ECUM. VATICANO I, Cost. Pastor æternus, cap. 3: DS 3060.
8 Benedicto XVI, Discorso per la presentazione degli auguri natalizi alla Curia romana, 22 dicembre 2011.
9 Cf CONC. VATICANO II, Cost. Dei Verbum, n. 8, Cf. CONC. VATICANO I, Cost. Dei Filius, cap. 4: DS 3020.
10 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gentium, 53, 56, 61, 63.
11 San Buenaventura, Quaet. Disp. De per/. Evang., q. 4, a. 3, de. Quaracchi, V. 1891, p. 195.
12. Cf Paulo VI, Omelia di Sua Santità nel XV Anniversario dell’incoronazione del Papa, Basilica Vaticana, Solenità dei SS Apostoli Pietro e Paolo, 29 giugno 1978.
13.Paulo VI, Exh. Apost. “Gaudete in Domino”, IV, La gioia nel cuore dei santi.