Carta Pastoral de los Obispos de México [ 2010 ]

Carta Pastoral de los Obispos de México
“Conmemorar Nuestra Historia desde la Fe, para Comprometernos Hoy con Nuestra Patria”.

· Presentación

Hoy, los Obispos de México sentimos el deber de sumarnos con actitud solidaria y lucidez crítica a la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana. Como creyentes, descubrimos en los hechos de la historia el designio de Dios, aun en medio de las debilidades y pecados de los hombres. Como nos decía S. S. Juan Pablo II hemos de ver el pasado con gratitud, vivir el presente con responsabilidad y proyectarnos al futuro con esperanza.

El hecho de que la Iglesia en México conmemore estos acontecimientos no debe ser visto como algo inusitado. Ya en 1910 varios Obispos y algunas Provincias Eclesiásticas escribieron cartas pastorales con este motivo. El mismo Santo Padre San Pío X envió un Mensaje al Pueblo de México en el que animaba a vivir el primer centenario del inicio de la Independencia, agradeciendo a Dios el don de la soberanía e invitando a un esfuerzo por promover la justicia y la educación de la juventud. A su vez, recordamos que en septiembre de 1985, con motivo del 175º aniversario del Grito de Independencia, el entonces Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, en el atrio de la Parroquia de Dolores Hidalgo, Guanajuato, presidió una solemne concelebración en la que pronunció una memorable homilía. No podemos dejar de recordar también que en la reciente Carta Pastoral “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”, los Obispos mexicanos afirmamos que siempre es necesario comprender nuestra identidad cultural a la luz de los acontecimientos significativos y de nuestros orígenes fundacionales.

Con este firme propósito, en la Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, del 3 de abril de 2008, acordamos impulsar, entre otras actividades, cinco Jornadas Académicas, en diversas ciudades del País, con el fin de generar un espacio de reflexión y diálogo conjunto con el mundo de la cultura sobre estos dos acontecimientos: la Independencia y la Revolución Mexicana. Además se acordó elaborar la Carta Pastoral que ahora presentamos en esta Concelebración Eucarística donde la Iglesia Católica se reúne, representada por sus pastores, para agradecer el don de la libertad y se compromete nuevamente a buscar con mayor ahínco la justicia del Pueblo de México.

En relación a las Jornadas Académicas podemos decir que han sido de mucho fruto para comprender el sentido de estas gestas históricas, así como la participación de la Iglesia en ellas. La primera de estas Jornadas se llevó a cabo bajo la coordinación de la Universidad Pontificia de México (UPM), en el mes de mayo de 2009. Además de las conferencias y mesas redondas, se preparó una muy interesante exposición museográfica en la misma Universidad. El segundo encuentro académico se celebró en la ciudad de Morelia, en el mes de septiembre del mismo 2009. Esta Jornada Académica tuvo por temática los Orígenes del Movimiento Insurgente, la figura del Cura Hidalgo y de José María Morelos, así como la Iglesia de Valladolid, cuna ideológica del Movimiento de Independencia. La tercera Jornada Académica tuvo lugar en la ciudad de León, en febrero de 2010. La cuarta se celebró en Guadalajara, en el mes de abril, y estuvo acompañada con distintos momentos culturales. Este encuentro se realizó en el Centro Cultural Cabañas. La quinta y última Jornada Académica versará sobre el tema de la Revolución Mexicana, y se llevará a cabo en la ciudad de Monterrey, los días 12 y 13 de octubre del presente año.

Los trabajos de estas Jornadas Académicas nos han ayudado a dialogar con instituciones académicas de diferentes corrientes de pensamiento; nos han permitido también establecer una reflexión conjunta, e incluso un trabajo coordinado, con distintas autoridades civiles de distintos puntos del País. Por supuesto, también ha sido un espacio en donde nuestros propios académicos y especialistas en la materia nos han ayudado a vislumbrar no sólo el México de ayer, sino también el de hoy.

Deseamos que todos estos trabajos, nos ayuden a darle sentido y orientación a La Semana de Oración por la Patria, que el pleno de la Asamblea de la CEM ha acordado celebrar del 9 al 15 de septiembre en todas las diócesis del País. Con todos estos esfuerzos queremos seguir ofreciendo nuestro aporte para el diálogo y la reconciliación necesarios para el progreso de nuestra Nación.

La reflexión histórica nos abre necesariamente al presente y nos interpela hacia el futuro, en tanto que los ideales propuestos por la Independencia y por la Revolución se nos presentan hoy con nuevos rostros, en situaciones mucho más complejas. Debemos descubrir en los desafíos de nuestro presente, la oportunidad y ocasión para responder conjuntamente, reconociéndonos todos partícipes de esta sociedad diversa y plural mexicana. Es aquí donde también nosotros queremos aportar, desde nuestra mirada de fe, lo que nos corresponde en la construcción de este futuro común, puesta nuestra esperanza en Jesucristo.

Que María de Guadalupe, “Patrona de nuestra libertad”, como la proclamara el Padre José María Morelos y Pavón, nos ayude a llevar a término estos propósitos.

Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe, a 1 de septiembre de 2010.

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo de Tlalnepantla

Presidente de la CEM

+ Víctor René Rodríguez Gómez
Obispo Auxiliar de Texcoco
Secretario General de la CEM

Introducción General

“Nuestra alegría, pues, se basa en el amor del Padre,

en la participación en el Misterio Pascual de Jesucristo quien,

por el Espíritu Santo, nos hace pasar de la muerte a la vida,

de la tristeza al gozo,

del absurdo al hondo sentido de la existencia,

del desaliento a la esperanza que no defrauda.

Esta alegría no es un mero sentimiento artificialmente provocado

ni un estado de ánimo pasajero”.

Benedicto XVI [1]

Hermanos presbíteros y diáconos

Hermanos consagrados

Hermanos fieles laicos

Hermanos pertenecientes a la Nación Mexicana

1. Los saludamos con profundo aprecio, en el contexto histórico de los acontecimientos que el calendario civil nos lleva a conmemorar: los doscientos años del Movimiento de Independencia, así como los cien años de la Revolución Mexicana. Frente a nuestra historia nacional, experimentamos el orgullo de ser mexicanos, y al mismo tiempo, nos sentimos profundamente interpelados por la situación actual de nuestro País, del cual nos reconocemos, junto con todos sus ciudadanos, herederos de su pasado y partícipes de su construcción.

2. Esta Carta Pastoral quiere ser nuestra aportación para descubrir junto con todos los mexicanos, los valores y límites de nuestra historia. Sólo en un esfuerzo de reflexión a la luz de la fe, podremos descubrir el sentido más hondo de los acontecimientos que permite a los pueblos y a los individuos reconocer su identidad y vocación. La salvación ofrecida por Dios a la humanidad se da en el tiempo, por lo que la historicidad y el tiempo son dimensiones esenciales del Cristianismo como espacios de salvación.

3. En la concepción cristiana del tiempo, tanto lo ya sucedido como lo que acontecerá, se integran en la conciencia del hombre que es capaz de trascender lo efímero del momento. Es muy sugestiva la sugerencia de San Agustín, que invitaba a ver el tiempo a través de las categorías de: la memoria, que es el presente de las cosas pasadas; la visión, presente de las cosas presentes, y de la espera, que es el presente de las cosas futuras. Estas tres: memoria, visión y espera, decía, sólo se ven dentro del alma[2].

4. La historia no es pues sólo el devenir de acontecimientos, sino que es el espacio de la comprensión de la verdad. La Revelación de Dios para el cristiano es al mismo tiempo Palabra y acontecimiento salvador. Jesucristo, además de acontecimiento presente es también horizonte de realización futura. “El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones”[3]. El devenir de todo ser humano en el tiempo y el mensaje cristiano se hallan por tanto situados en el mundo de la familia humana, que es el “teatro de la historia del género humano”[4] y escenario del cumplimiento de los designios divinos.

5. Al mismo tiempo que conmemoramos estos acontecimientos históricos, siguen resonando en nosotros las palabras del Papa Benedicto XVI: “La Iglesia está llamada a repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión… No puede replegarse frente a quienes sólo ven confusión, peligros y amenazas, o ante quienes pretenden cubrir la variedad y complejidad de situaciones con una capa de ideologismos gastados o de agresiones irresponsables. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros”[5].

6. Con esta Carta Pastoral queremos discernir cuál fue la participación de la Iglesia en estos dos importantes acontecimientos, cuál fue nuestro servicio a la Nación, para retomar con todo vigor los retos y desafíos que se nos presentan hoy en día. Queremos servir a la Nación, colaborando a construir un proyecto cultural desde la fe, y queremos también ser protagonistas, junto con todo el Pueblo de México, de la construcción de un futuro con esperanza para nuestro País.

7. Cabe destacar que esta revisión histórica la hemos hecho en diálogo con un conjunto de expertos, de ambientes académicos plurales, que nos han ayudado a esclarecer qué es lo que ha sucedido, qué es lo que se ha dicho y hecho. Toda esta reflexión se ha sometido a la mirada teológica, que es la mirada que nos corresponde hacer. Esta participación común supone la convicción de que debemos alcanzar juntos lo que verdaderamente desarrolla a la persona y a la sociedad, por lo que nos sentimos interpelados para ofrecer lo que nos es más propio desde nuestra experiencia de fe: la caridad y la verdad, tal como lo señala Benedicto XVI. “En efecto, la verdad es «logos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el «logos» del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad”[6]. Los cristianos siempre hemos de estar a favor de la verdad y la justicia, y por razón de nuestra fe hemos de aportar además el valor supremo de la caridad, que perdona, reconcilia y confía en la misericordia de Dios.

Parte I

Una Mirada a la Propia Historia desde la Fe

Preámbulo de la Primera Parte

Un proceso nunca acabado

8. Los pueblos suelen volver la mirada a los acontecimientos fundantes y significativos de su historia para comprender su identidad, asumir objetivamente su pasado y proyectar hacia nuevos rumbos su porvenir. Los creyentes, además de hacer una revisión desde la razón, que el mismo Ser Supremo nos ha dado como una antorcha que nos guía y nos ilumina[7], estamos llamados a hacer una lectura desde la fe, con el fin de reconocer la presencia divina que fecunda la historia humana con el suave rocío del Espíritu. La gestación y el crecimiento de una nación es un proceso siempre prolongado y nunca totalmente acabado, con luces y sombras que hay que acoger con espíritu generoso y también agradecido hacia quienes contribuyeron a su realización.

La Iglesia en medio del mundo y de la historia

9. La Iglesia Católica estuvo presente de diversas maneras y en distintos grados en el Movimiento de Independencia Nacional y en la Revolución Mexicana. La Iglesia, especialmente los obispos, nos sentimos llamados, al igual que muchos otros sectores de la sociedad, a buscar el significado y el alcance de estos acontecimientos. La fe católica no puede desentenderse de la vida cotidiana de los fieles y de su contexto histórico. Los obispos de México en repetidas ocasiones hemos hecho hincapié en que la Iglesia “está en el mundo, sin ser del mundo”, y por ello está llamada a participar, iluminando con la Palabra los diversos sucesos que configuran y dan sentido a nuestra Nación. Al inicio del presente milenio escribimos una Carta Pastoral, que desde su título, señala cómo el encuentro con Jesucristo, es decir, cómo nuestra fe en Él, nos lleva necesariamente a la solidaridad con todos. En este mismo año, hemos publicado una Exhortación Pastoral sobre la difícil situación de violencia por la que atraviesa nuestro País, haciendo ver que en Cristo, nuestra paz, México puede alcanzar una vida digna. No podemos despreocuparnos del hombre real y concreto, a quien debemos servir “desde nuestra misión religiosa que es, por lo mismo, plenamente humana”[8]. Es también deber incontestable nuestro buscar con una perspectiva histórica amplia y con un sosegado estudio de las fuentes, una mayor y mejor comprensión de estos dos sucesos históricos de nuestra Patria.

Desarrollo de la Primera Parte

10. Haremos, en primer lugar, una reflexión desde nuestra fe católica, sobre el significado de algunos hechos fundamentales que conmemoramos, bajo el títuloMirada Panorámica de la Historia. Ofreceremos, posteriormente, algunas acentuaciones que se refieren a la participación que tuvo la Iglesia en el período de la Independencia; luego tocaremos las que corresponden al de la Revolución (1910-1917); cerraremos esta Primera Parte con una visión sobre el Sentido Cristiano de la Historia. Para un creyente la historia humana es y será siempre una historia de salvación. Éste es nuestro punto de vista como hombres de fe y como pastores de la Iglesia Católica, desde el cual queremos hablar, y desde el cual desearíamos ser escuchados. Recogemos, pues, en esta Carta Pastoral los hechos más significativos del pasado que queremos conmemorar, e invitamos al diálogo sereno y objetivo con el fin de alcanzar un mayor esclarecimiento de estos sucesos que nos atañen a todos, y de los cuales somos de una u otra manera herederos. Los acontecimientos históricos están ahí y nadie debe negarlos o desvirtuarlos. Es preciso reconocerlos, esclarecerlos, juzgarlos con criterios objetivos, para comprendernos mejor. Queremos ofrecer la mirada que sobre las realidades terrenas tenemos los católicos, que no siempre coincide con otros sistemas de pensamiento o ideologías presentes en el México actual.

I. Mirada Panorámica de la Historia

Evangelización y “Acontecimiento Guadalupano”

11. Es bien sabido cómo la fe católica se propagó en estas tierras en medio de acontecimientos novedosos y a veces dramáticos, y cómo la labor de los evangelizadores fue abriéndose paso entre graves dificultades, pero nunca sin el auxilio divino. La labor evangelizadora y el ingenio pedagógico de los misioneros estuvieron siempre acompañados por la acción de la gracia, a través de la presencia suave y vigorosa de María, la Madre del Redentor. “En nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta”[9]. Múltiples devociones marianas han fecundado la labor de los evangelizadores a lo largo y ancho del País. Sin embargo, fue el Acontecimiento Guadalupano, el encuentro y diálogo de Santa María con el indígena Juan Diego, el que obtuvo un eco más profundo en el alma del pueblo naciente, cualitativamente nuevo, fruto de la gracia que asume, purifica y plenifica el devenir de la historia. El lenguaje utilizado en el encuentro del Tepeyac, como vehículo de inculturación del Evangelio, constituyó un itinerario espiritual, al conjugar palabras y gestos, acción y contemplación, imágenes y símbolos. Todos estos elementos enriquecieron la capacidad de esta cultura sobre su experiencia de Dios, facilitando la aceptación gozosa del mensaje salvador. Se actualizó así, desde el Tepeyac, esa novedad propia del Evangelio que reconcilia y crea la comunión, que dignifica a la mujer, que convierte al macehual en hijo y a todos nos hace hermanos. Esta nueva fraternidad propició un crecimiento en humanidad, de manera que este germen, sembrado por Santa María de Guadalupe en el alma del pueblo creyente, se ha ido desarrollando poco a poco, haciéndose presente especialmente en los momentos más significativos y dramáticos de nuestra historia. Es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional.

La fe, elemento dinamizador

12. No podemos dejar de reconocer que en los anhelos más profundos del corazón humano están el ideal de la justicia y de la libertad para todos los hombres. Además de este dato antropológico, no debemos ignorar que desde la época virreinal encontramos antecedentes de esta promoción humana en los grandes evangelizadores y pensadores, que sin duda forjaron y alentaron en muchos hombres estos anhelos. En este marco histórico complejo, interpelados además por las graves circunstancias sociales, políticas y económicas de esa época previa a la Independencia, se fueron conformando las condiciones de un movimiento libertario, vinculado a la identidad nacional y en ella al Acontecimiento Guadalupano. Todos estos elementos fueron sumándose y traduciéndose en una búsqueda colectiva para instaurar la justicia y la libertad en una sociedad mestiza. Muchos miembros de la Iglesia acogieron y alimentaron con entrega generosa estos anhelos, aunque con los excesos que toda lucha armada suele llevar consigo. Tampoco faltaron resistencias de eclesiásticos y laicos, convencidos de la importancia de conservar lo que ellos consideraban legítimo, incluidos los privilegios que la Corona propiciaba, y que pensaban eran indispensables para su misión. Hoy, lo que la Iglesia celebra es el don de la libertad, lo agradece y se esfuerza por preservarlo y enriquecerlo. Dentro de la visión cristiana de la historia, los sufrimientos y dolores, máxime si son en beneficio de la comunidad, adquieren un significado profundo de lucha interior que ayuda al creyente a reafirmarse en el bien. Para acercarnos a la comprensión de la conciencia histórica de nuestra Patria, debemos tener en cuenta que la fe católica fue un elemento presente y dinamizador en la construcción gradual de nuestra identidad como Nación.

Catolicismo renovado y pensamiento ilustrado

13. Para interpretar los acontecimientos históricos, debemos afirmar que los reduccionismos ideológicos y las tendencias homogeneizantes no ayudan, sino que pervierten y dañan. En cambio, la pluralidad razonada suele ser elemento que enriquece y serena. En cuanto al Movimiento de Independencia, es necesario reconocer que el pensamiento del iusnaturalismo teológico de Francisco de Vitoria y de Francisco Suárez, así como tradiciones de autonomismo hispano, fueron sustrato de algunos intentos libertarios. Junto con los postulados de la racionalidad ilustrada moderna, dieron por resultado una tensión ideológica que aún perdura y que exige diálogo y comprensión, no excluida la paciencia. Desde estos caudales de nuevos pensamientos y contextos, emerge la figura del Cura Miguel Hidalgo, quien al enarbolar el estandarte guadalupano, no sólo presentó a Santa María de Guadalupe como protectora de una nación mestiza, sino que también la convirtió en forjadora de un país independiente, conciencia que se encarna en el corazón mismo del ideario de José María Morelos y en el cambio de nombre del primer presidente, Guadalupe Victoria.

Tres antecedentes de la Independencia

14. Por lo anteriormente dicho, debemos decir que hay tres antecedentes que influyen fuertemente en los precursores e iniciadores del Movimiento de Independencia: a) los anhelos de libertad y autodeterminación, siempre presentes en el corazón humano, buscando la igualdad y aboliendo privilegios y castas, tal como lo expresó el Cura José María Morelos: “sólo distinguiendo a unos de otros el vicio y la virtud”[10]; b) la pluralidad de nuestro pueblo, marcada por una difícil situación política, económica, social, llegó a la madurez cultural necesaria para la búsqueda de su autogobierno y goce de libertad, capaz de construir una nación independiente, justa y fraterna; y c) la identificación religiosa en torno a Santa María de Guadalupe alentó a los distintos sectores de la población a conquistar el perfil de la nueva Nación[11].

Reconocimiento de la libertad conquistada

15. Desde el primer sermón de Acción de Gracias pronunciado en el Santuario de Guadalupe[12], una vez consumada la Independencia, y otros que le siguieron, se reconoció que numerosos católicos, como fieles discípulos de Jesucristo, empeñaron su vida en la conquista de esta libertad. Miguel Hidalgo, José María Morelos y muchos otros fueron sacerdotes, quienes, más allá de sus cualidades y limitaciones humanas sirvieron de instrumento a la Providencia para iniciar la Independencia Nacional y favorecer así la constitución de la nueva Patria Mexicana. Como creyentes, en aquellas circunstancias específicas, lucharon por los valores de la libertad y la igualdad, y dieron voz al reclamo de justicia de un pueblo sumido en la pobreza y la opresión, largamente padecida. Su ministerio sacerdotal, del cual nunca renegaron, los acercó a los dolores de este pueblo y los movió a promover sus derechos, incluso tomando las armas, camino que no siempre se justifica, menos en nuestros tiempos en los que contamos con múltiples instituciones e instrumentos jurídicos para resolver los conflictos en diálogo y caminos de paz.

16. Somos conscientes de que el Episcopado de entonces reprobó el movimiento libertario como sedición, usando incluso del anatema. La Inquisición por su parte lo declaró como herejía. La razón última de esto estribaba en la sujeción de la Iglesia a la Corona española. A pesar de ello, el proceso de Independencia fue un movimiento político y social con profunda raigambre religiosa católica que, dentro del dramatismo de los hechos y sus excesos, es una herencia noble y rescatable que debemos agradecer.

Celebrar el don de la libertad

17. Comprendemos así muy bien la felicitación que el Papa San Pío X envió al pueblo de México y al Episcopado en la Conmemoración del Primer Centenario de la Independencia[13], en la que paternalmente exhorta a conservar este don del cielo, fundando instituciones apropiadas de cultura y de caridad, mejorando el estilo de vida y costumbres dentro del marco de la fe, centrada en el culto a la Eucaristía y en la devoción a Santa María de Guadalupe. Es, pues, para un católico, no sólo legítimo sino necesario dar gracias a Dios por el don precioso de la libertad.

Postindependencia

18. La Nación inició su vida independiente en un ambiente internacional marcado por el liberalismo, que configuró nuevos y radicales escenarios. En las primeras décadas de nuestra Patria independiente, significó un período de debilitamiento cultural, institucional y eclesial, cuya expresión más dramática fue la pérdida de la mitad del territorio nacional y la división de la sociedad. Los grupos dominantes que se fueron sucediendo, al distanciarse de los valores católicos, llegaron a constituir la fisonomía de un pueblo artificial, ajena a la sensibilidad propia del pueblo mexicano. Y a base de grupos influenciados por la nueva ideología del liberalismo, por intereses individualistas, a contrapelo de la realidad y del sentir general, sembraron un nuevo conflicto social. Ésta es una de las raíces del maniqueísmo y la desconfianza mutua que todavía padecemos, ante dos proyectos contrapuestos para comprender la identidad de la Nación y el bien de la sociedad[14], con el agravante de una fortísima desigualdad social de la mayoría y la población sumida en la pobreza.

Paradoja nacional

19. La paradoja, que nos ha caracterizado durante muchos años, es la de un pueblo mayoritariamente católico al que se le trata de impedir su expresión más profunda. Por eso, “las relaciones institucionales entre la Iglesia Católica y los diversos representantes del Estado Mexicano fueron de tensión y de mutuo rechazo. Su momento cimero tuvo lugar con el desconocimiento de la Iglesia por parte de la Asamblea Constituyente de 1917, la persecución religiosa y el movimiento cristero de 1926 a 1929”[15]. Es evidente que la Iglesia, en este caso la Jerarquía Católica, no podía dar su asentimiento a este nuevo conflicto social, y menos a un instrumento legislativo que no sólo la marginaba, sino que le negaba toda personalidad jurídica, impidiendo, con una visión reduccionista, su derecho a participar en la vida pública. La reciente reforma constitucional en materia religiosa de 1992 ha venido a mejorar esta situación; sin embargo, no se ha superado todavía el laicismo intolerante.

Presencia del “catolicismo social”

20. A finales del siglo XIX tuvo lugar un vigoroso renacimiento del catolicismo de impronta social, cuya expresión singular fueron las numerosas reuniones sociales, inspiradas en las enseñanzas del Papa León XIII, principalmente por la encíclica Rerum Novarum, cuya influencia se manifestó incluso en la redacción del artículo 123 de la Constitución de 1917. A la luz de esta doctrina, se configuran diversas prácticas sociales, tanto en las diócesis como en las parroquias, con las que los católicos participaron activamente en la búsqueda de una sociedad más justa y democrática. Si bien la Carta Magna buscó dar unidad y coherencia a la Nación, la ideologización de un buen número de sus postulados propició un distanciamiento entre el pueblo creyente y la autoridad civil, lo que impidió dar su verdadero sentido a la legítima separación entre la Iglesia y el Estado.

Búsqueda de justicia y democracia

21. La Revolución Mexicana intentó configurar un pueblo democrático y más justo. Como todo movimiento armado, generó zozobra, sufrimientos y penas en el pueblo pobre, a quien se intentaba beneficiar. La guerra postrevolucionaria atrajo violencia singular y a la Iglesia Católica una persecución originada por la ideología liberal y atea de algunos que la impulsaron. La constatación de estos hechos dolorosos queda inscrita en los anales de la gesta revolucionaria, y el martirio sufrido por muchos cristianos permanecerá como testimonio de los acontecimientos. En la mirada creyente de la historia, los mártires y los santos son sus verdaderos intérpretes y sus jueces autorizados.

En búsqueda de la “laicidad positiva”

22. La verdad histórica nos exige situar a las personas y a los acontecimientos en su contexto, considerando que entonces no era del dominio común la doctrina de la legítima autonomía de las realidades terrenas que, a partir del Concilio Vaticano II, comienza a regir saludablemente las relaciones entre la Iglesia y los Estados modernos mediante lo que hoy llamamos “laicidad positiva”, a la cual se refirieron en singular diálogo el Papa Benedicto XVI y el actual Presidente de Francia[16]. Tampoco se tenían los nuevos espacios que ahora la omnipresente globalización abre para la evangelización desde la plataforma común de la dignidad de la persona y del respeto a los auténticos derechos humanos.

Diferencias complementarias

23. El presente es siempre tiempo de gracia y oportunidad para integrar realidades que aparecen contrapuestas en nuestra historia, buscando consolidar la justicia y la paz social con miras a un futuro mejor. El Papa Juan Pablo II nos dejó un diagnóstico certero y una propuesta de superación que es bueno recordar, porque estas fiestas conmemorativas tienen que ser ocasión privilegiada de crecimiento y maduración como pueblo y como nación. Decía el Papa: “Llego a un país cuya historia recorren, como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas…, el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad”[17].

La gramática de Dios

24. La visión cristiana de la historia parte del misterio de la Encarnación del Verbo por el cual “el tiempo es ya una dimensión de Dios”[18], y toda historia humana es una historia de salvación. Por eso, más allá de los hechos mismos, hemos de saber leer la gramática de Dios y descubrir su mano providente que rige la vida de los hombres y el caminar de la Iglesia al unísono de nuestra Nación.

El progreso como “vocación”

25. Valorar los logros, asumir los errores, discernirlos y transformarlos en sabiduría y oportunidades es condición de todo ser humano que aspire a la madurez y al progreso. Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, el progreso ha de entenderse no mecánicamente, sino como vocación. Esto es lo que legitima la presencia y contribución de la Iglesia en el mejoramiento de las realidades temporales, pues la vocación requiere de hombres libres y responsables, amantes de la verdad, porque “la verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es verdadero desarrollo”[19]; por eso, todo desarrollo verdadero se centra en Cristo y tiene como expresión propia la caridad.

II. La Iglesia en la Independencia

Iglesia implicada

26. Si bien la historiografía de la Independencia suele oscilar entre los elogios desmedidos y las críticas severas de los actores y sus gestas libertarias, la reflexión serena es siempre lo mejor, buscando la comprensión de los hechos, teniendo en cuenta las circunstancias del momento, el carácter de los protagonistas y los límites de las personas. Se requieren criterios objetivos históricos, culturales, filosóficos, religiosos, políticos. La Iglesia en México participó activamente en todos esos hechos de manera protagónica, ya que los más notables iniciadores y actores fueron miembros del clero y el pueblo era mayoritariamente católico.

La “Ilustración católica”

27. La Iglesia novohispana se mantuvo siempre en comunión con la Sede Apostólica de Roma, aunque mediatizada por el Patronato regio, sobre todo en tiempo de las reformas borbónicas que exacerbaron la injerencia de la Corona en asuntos estrictamente eclesiásticos. El Episcopado y la Iglesia en general fueron utilizados como instrumento de sometimiento, si bien muchos representantes de la “Ilustración católica” promovieron la reforma de las costumbres, la erudición del clero y la promoción del pueblo mediante la beneficencia social. Entre éstos se encontraban el padre Miguel Hidalgo y Costilla y otros más.

Derechos del hombre

28. A mediados del siglo XVIII se produjo un sacudimiento político, religioso y social, motivado por la invasión de ideas y costumbres procedentes de la Revolución Francesa. Lo rescatable de este movimiento fueron los principios de la Declaración de los Derechos del Hombre que, aunque secularizados, no podían desprenderse de su raigambre cristiana, “aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres”, como solía repetir el Padre Hidalgo. Este “derecho natural” lo llevó a la proclama de la libertad y a la supresión de la esclavitud expresada en público mediante varios “bandos”, en los que se traslucen motivaciones de la fe católica, inspiradas sobre todo en las enseñanzas de San Pablo sobre la libertad y dignidad humana.

Sacudimiento religioso y social

29. De estas corrientes de pensamiento se hará derivar el derecho a oponerse a toda opresión hasta lograr la liberación, resistiendo a la dependencia de la Corona española. Esta doctrina contiene implícito el presupuesto de que el poder, dimanado del Autor de la naturaleza social del hombre, radica fundamentalmente en el pueblo y que éste, mediante un pacto social, lo transfiere a la autoridad pública para procurar el bien común. Es, por tanto, revocable si el pacto social no se cumple, idea muy distinta al derecho divino de los reyes.

La resistencia pacífica

30. La enseñanza evangélica sobre la tolerancia, la no resistencia al agresor, el perdón de las ofensas y la mutua caridad son, sin duda alguna, altos principios de conducta cristiana, de orden superior que no anulan, según la tradición de la Iglesia, el legítimo derecho a oponerse a la opresión y a las realidades de injusticiaevidente y prolongada, que atentasen gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañasen peligrosamente el bien común del país[20]. Esta resistencia debe excluir la violencia y los sentimientos de odio, para que pueda servir de camino a la liberación integral cristiana[21].

Difícil realización

31. De la altura y nobleza de esta doctrina evangélica se desprende la dificultad para conciliarla con la conducta de las personas en el campo de la vida social y política, sobre todo cuando se es responsable de una comunidad y se busca el cambio de rumbo de una nación. No debe extrañar en este terreno la existencia de opiniones diversas y acciones encontradas.

Creciente opresión y reacciones diversas

32. Ciertamente las reformas borbónicas incrementaron las cargas tributarias y la explotación; y se adoptaron por otra parte medidas restrictivas a las prácticas religiosas sobre la ya menguada libertad de la Iglesia con el consiguiente aumento no sólo del descontento sino de la pobreza del pueblo. Entre tanto, el clamor contra el “mal gobierno” iba adquiriendo mayor resonancia, exacerbado por el caos producido por la deposición del monarca español, por la insensibilidad de los gobernantes y el despotismo reinante. Ante situación tan desesperada, no es de extrañar el brote de reacciones desde las moderadas hasta las violentas. Había clérigos y laicos que apostaban por la vía pacífica y otros que la consideraban ya agotada e inoperante; había quienes buscaban la independencia absoluta de España y quienes la proponían parcial o gradual. En esto mucho tenía que ver la condición social de los actores, según fueran criollos o peninsulares, autoridades cercanas al pueblo, como lo eran los párrocos y vicarios rurales, o quienes ocupaban otros cargos de autoridad, algunos de ellos más alejados de la realidad.

“La Patrona de nuestra Libertad”

33. Al mezclarse las circunstancias sociales y políticas con las religiosas, se incrementaron las condiciones favorables para un levantamiento armado. Así, la lucha por la justicia en contra de los privilegios de castas; el anhelo de libertad enfrentado al despotismo peninsular y la defensa de la religión suscitada por la impiedad anticristiana llegada de Francia, se tornaron en parte de las motivaciones del Padre Hidalgo. No fue fortuito el que el símbolo escogido por el movimiento libertario fuera el estandarte de Santa María de Guadalupe que, años más tarde, sería proclamada por Morelos como “La Patrona de Nuestra Libertad”[22]. Ciertamente, sin el ingrediente religioso, este movimiento o no se hubiera producido o habría tomado otro rumbo. La última condición de legitimidad vino de la representación que obtuvieron los caudillos de la Independencia por aclamación popular, bien directamente o bien de los apoyos que pronto recibieron sus diversos comisionados esparcidos por el país. Tal reconocimiento era sancionado por los ayuntamientos de su tránsito.

Reprobación del levantamiento y excomuniones

34. La reacción contraria de miembros de la Jerarquía eclesiástica se debió, primero, a que todos ellos habían obtenido su nombramiento por el regalismo imperante, que por principio excluía la independencia de estos reinos; en segundo lugar, a que algunos, aun cuando estimaban necesarias varias reformas benéficas al país, consideraban que la vía de una insurrección violenta traería mayores males; finalmente los excesos en que cayeron algunos insurrectos confirmaron esta idea.

Acusaciones contra Miguel Hidalgo

35. En el caso de Hidalgo, desde 1800 se habían hecho denuncias por proposiciones supuestamente heterodoxas y por vida disipada en San Felipe. Sin embargo, ante la falta de pruebas y más bien testimonios muy favorables de la ortodoxia de Hidalgo, así como de un cambio de vida, se archivó el caso y los propios inquisidores reconocieron que la fama de Hidalgo era de “sabio, celoso párroco y lleno de caridad”. Sin embargo, luego del Grito de Dolores, el fiscal de la Inquisición lo acusó de hereje e Hidalgo fue citado a comparecer. Respondió algunos cargos desde Valladolid, y a todos puntualmente ya prisionero en Chihuahua, confesando su íntegra fe católica.

La excomunión de Miguel Hidalgo

36. Manuel Abad y Queipo, Obispo Electo de Valladolid, fue el primer prelado que reprobó la Insurrección y además declaró que Hidalgo y todos sus seguidores y favorecedores habían incurrido en excomunión por aprehender a personas consagradas. Esta reprobación y declaración fue refrendada luego por otros obispos. Sin embargo, el propio Abad y Queipo confesó que lo hacía por frenar a los insurrectos; los insurgentes, entre quienes pronto se sumaron doctores en teología y cánones, estimaron que tal excomunión era inválida, por varias razones, entre ellas, porque no se podía excomulgar a pueblos enteros por un levantamiento justificado, y porque aquella aprehensión de personas consagradas era efecto colateral del levantamiento. No obstante, los posteriores degüellos ocultos, sin juicio, de centenares de peninsulares civiles extraídos de sus hogares, autorizados por Hidalgo, pusieron en entredicho la justicia del levantamiento y ciertamente, al incluirse dos personas consagradas en esos crímenes, acarrearon la excomunión sobre sus autores. Hidalgo, durante los más de cuatro meses de su prisión, reconoció este exceso de su movimiento, se dolió de ello, lo confesó sacramentalmente y le fue levantada, desde entonces, tal excomunión.

Acusaciones contra José María Morelos

37. En cuanto a Morelos y otros, se les acusó de herejes por haber firmado la Constitución de Apatzingán, la cual previamente había sido condenada por contener supuestas herejías. Sin embargo, la prioritaria declaración del decreto constitucional sobre la religión católica, excluye esa interpretación. De manera particular la Inquisición dijo que el levantamiento estaba condenado por un Concilio Ecuménico, el de Constanza. Pero eso era un abuso interpretativo, pues el Concilio lo que condena es que el pueblo a su solo capricho, sin atender a ningún derecho, ni el natural, corrija a sus gobernantes; y por otra parte también condena el tiranicidio perpetrado por una autoridad meramente privada, no pública. Finalmente, la ceremonia de degradación impuesta a Hidalgo, Morelos y otros sacerdotes insurgentes, no fue sino una formalidad para despojarlos del fuero eclesiástico y así poder ejecutarlos.

La excomunión de José María Morelos

38. José María Morelos e Ignacio López Rayón, principales caudillos continuadores de Hidalgo, se apartaron de tales crímenes. No obstante, el mismo Abad y Queipo los declaró nominalmente excomulgados, así como a otros insurgentes, porque supuestamente no reconocieron la potestad de los obispos, ya que independientemente nombraban vicarios generales que ejercían en territorio insurgente actos de jurisdicción eclesiástica y dispensaban impedimentos matrimoniales. Sin embargo, los insurgentes también consideraban inválida tal excomunión pues, sin negar la potestad de los obispos, conforme a la doctrina moral y canónica, en las circunstancias de guerra, la Iglesia suple la jurisdicción. Morelos, en manos de sus verdugos, también se reconcilió sacramentalmente varias veces, y aun cuando tuviera por inválida aquella excomunión, le fue levantada.

Mezcla y confusión

39. Todo lo dicho nos lleva a reflexionar cómo lamentablemente un sector de la Iglesia hizo que sus intereses políticos privaran sobre otro sector de la misma Iglesia. El origen de esto se hallaba principalmente en la injerencia del Estado, o mejor dicho de la Corona española sobre la Iglesia, que usando y abusando del Patronato, se servía de él para mantener la sujeción y explotación de sus dominios de Ultramar. De ahí la mezcla y confusión de motivaciones políticas con religiosas. Por ello, los insurgentes buscaban una relación directa con la Santa Sede, así como el nombramiento de obispos nacionales. De esta misma manera debemos entender la eliminación de la Inquisición, planteada por José María Morelos, quien buscaba restituir al Papa y a los Obispos su autoridad para velar por la verdadera fe[23]. La Iglesia reclama sin cesar la libertad como un derecho.

Búsqueda de un orden legal

40. Diversos fueron los intentos que se hicieron de codificar las normas que debían regir la vida nacional, desde la Constitución de Cádiz a la Constitución de Apatzingán, pasando por los Sentimientos de la Nación, cuyo número doce todavía está por cumplirse y reza así: “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”. Por lo demás, lo que podríamos calificar desde nuestros criterios contemporáneos como intolerancia religiosa, en algunos de los postulados de los Sentimientos y en la Constitución, son en realidad expresión del tiempo y la realidad social donde se implicaban mutuamente religión y política.

Represión y disolución social

41. La represión contra la Insurgencia continuó conculcando el derecho natural, el de gentes y el canónico. También continuaron los excesos de algunos insurrectos. Hubo víctimas inocentes por doquier. Proliferó el bandidaje y la lucha se volvió regional y persistente durante una década, lo cual muestra la profundidad de las heridas y lo grave de los males sociales. No es de extrañar que en este contexto numerosos clérigos y laicos clamaran por la paz, la reconciliación y el perdón. Al retomar vigencia la Constitución de Cádiz (1820), se dieron nuevas leyes que buscaban un mayor avasallamiento de la Iglesia. Por todo ello, Agustín de Iturbide, ganado para la causa independiente, propuso las tres garantías: Religión, Independencia y Unión, y los plasmó en nuestra bandera nacional.

Protagonismo de los laicos

42. En el proceso de consumación de la Independencia se ve disminuir notablemente el número de clérigos y se incrementa el protagonismo de los laicos católicos. Por lo demás, así lo exigía el mismo proceso de la lucha por la Independencia. La mayoría de los clérigos que participaron lo hicieron sobre todo en la consejería, la asesoría y el debate. La Iglesia participó en el homenaje de los caudillos insurgentes, recibiendo solemnemente los restos mortales de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, y otros, en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México (1823).

Nación independiente e Iglesia libre

43. Si bien el reconocimiento oficial de la Santa Sede a la Independencia fue tardío, esto se debió a las ingentes presiones de parte del gobierno español y a la insuficiente información de que disponía. El Papa León XII agradeció la carta del Presidente Guadalupe Victoria, alabándolo por su fe y por su adhesión a la Sede Apostólica, lo mismo que al pueblo mexicano (1824), sin embargo aclaró que su oficio no le permitía inmiscuirse en asuntos ajenos a la Iglesia. El Papa Pío VIII recibió la petición de Pablo Vásquez, enviado del gobierno mexicano, de cubrir las vacantes episcopales, deseo que el Papa Gregorio XVI pudo satisfacer (1831), reconociendo además la Independencia, aun antes de que lo hiciera España. La relación entre la Iglesia en México y la Santa Sede nunca se interrumpió sino hasta 1859, y con la Independencia Nacional la Iglesia logró, aunque no sin dificultades, también la suya, al desligarse del Patronato Regio. Así, también, la Iglesia en México dio un pequeño gran paso hacia su libertad.