CUARESMA 2020
«La seduciré, la llevaré al desierto y allí le hablaré al corazón» (Os 2,14)
Queridos hermanos:
La Iglesia nos vuelve a regalar, un año más, en el desierto cuaresmal, la posibilidad de reconocer nuestras miserias y debilidades en contraste con la grandeza del Amor misericordioso de Dios. El Señor nos habla al corazón, nos muestra sus heridas de amor y hace posible que nuestras flaquezas, asumidas en la humildad de la fe, nos identifiquen con Cristo sufriente en la cruz. Y esta identificación con el Maestro, en la mejor lección que nos puede ofrecer, nos hace personalizar la salvación a la que estamos llamados desde el mismo día de nuestro bautismo.
En la vida cristiana no somos “invitados de hielo” sino la causa por la que Dios se hace hombre y muriendo en la cruz nos abre la puertas de la Vida resucitando de entre los muertos. El Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma, mirando el misterio pascual de Cristo, nos recuerda que siempre hay posibilidad para el hombre pecador en la apasionada voluntad de Dios de dialogar siempre con sus Hijos y nos invita a la urgencia de la conversión: “«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20).
Este tono misericordioso toca la columna vertebral que sostiene nuestra vida cristiana: la debilidad como una posibilidad de encuentro entre el misterio de la gracia de Dios y su creatura: «Tus heridas nos han curado» (1 Pe 2,25). Gran verdad que expresa uno de los puntos fundamentales de la profesión de nuestra fe: Cristo nos redime con su pasión y resurrección. Y quiere formar parte de nuestra historia tendiendo la mano a un hombre encorvado sobre sí mismo, para que levante la cabeza y vea la salvación que Dios le tiene preparada. «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (Chistus vivit 123).
La Cuaresma y nuestra Semana Santa son un mensaje de esperanza, el que nos lega el mismo Cristo en su vida, pues « a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Flp 2,6). Cristo nos actualiza cada año su decidida apuesta por el hombre y su determinada determinación de salvarlo siempre. Sabía fehacientemente del encargo recibido por parte de su Padre para la salvación de sus hermanos. Y se realizaría -como no podía ser de otra manera- desde la humildad y la sencillez de quien todo lo tiene. Y lo que es más sorprendente aún a los ojos de los hombres, todo hecho por y con amor crucificado e inmerecido.
En este tiempo de Cuaresma meditaremos la ruptura del hombre con Dios: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal» (Gn 2,16-17). Y de todos es conocido el desenlace. Dios le había dado todo y quería evitar que el hombre pasase por la experiencia de lo malo para saber lo que es el mal. Disfrutaba permanentemente de la dulcísima amistad con Dios, de la experiencia del bien, entonces ¿para qué tomar de ese árbol? La desobediencia a Dios y decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, trajo consigo la ruina a nuestro mundo. En efecto, el pecado toma carta de ciudadanía y nos hace creernos señores, creadores, dueños del conocimiento del bien y del mal. Es la tentación, siempre antigua y siempre nueva, de ser como dioses. Son muchas las expresiones que dejan patente la actualidad del pecado original: la violencia con el no nacido, el acortar la vida a quien nos la ha dado, el egoísmo de compartir nuestro mundo, como aldea global, con aquellos que buscan pan, casa y trabajo. En definitiva, el pecado rompe la dignidad de sentirse hijos de un mismo Padre.
El Papa Francisco en su mensaje de Cuaresma de este año, nos recuerda que «hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo».
Estemos alerta. Las artes del mal son más astutas que aquellas que manejan los hijos de la luz: «El diablo como león rugiente busca rondando a quien devorar: resistidle firmes en la fe» (1 Pe 5,8). La Cuaresma y la Semana Santa nos llevan a considerar nuestra filiación con Dios Padre. Reconozcamos nuestros pecados y con la mirada en la imagen de Cristo crucificado, volvamos a restaurar el diálogo roto por el mal. Esta es la Vida verdadera: ”Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10).
Este año, en nuestra diócesis de Guadix, celebramos el jubileo del Beato Manuel Medina Olmos:150 aniversario de su nacimiento y el 25 de su proclamación como beato. Miramos a nuestra Iglesia regada por la sangre de los mártires que hablan de identidad, entrega y perdón, de pasión resucitada. No puede ser de otra manera. San Juan De la Cruz lo expresaba bellamente en su cántico espiritual: «La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo del amor. El amor sólo con amor se paga» (9,7) y qué bien lo supo ejecutar en su vida, mi predecesor en la sede de San Torcuato.
Hemos de seguir trabajando y dejándonos amar en nuestras pobrezas sin bajar los brazos. Dios te quiere. Por eso, murió y resucitó por ti. Llevemos a la vida los misterios de la muerte y resurrección propios de este tiempo. Nuestra Semana Santa y nuestras imágenes con sus estaciones de penitencia harán que experimentemos estos misterios de dolor y gloria, la llamada a un Amor más grande. Ojalá que todos cuantos estáis trabajando para embellecer la Semana Santa mostréis al mundo la verdad de nuestra fe, que, como nos recuerda el Papa en esta Cuaresma, es una riqueza para compartir, no para acumular: “ Es la hora de ustedes, de hombres y mujeres comprometidos en el mundo (…) que con su modo de vivir sean capaces de llevar la novedad y la alegría del Evangelio allá donde estén…Los animo a vivir su propia vocación inmersos en el mundo, escuchando, con Dios y con la Iglesia, los latidos de sus contemporáneos, del pueblo (…). Por lo tanto, no tengan miedo de patear las calles, de entrar en cada rincón de la sociedad, de llegar hasta los límites de la ciudad, de tocar las heridas de nuestra gente…. Esta es la Iglesia de Dios , que se arremanga para salir al encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano, para sostenerlo, animarlo o, simplemente, para acompañarlo en su vida. Que el mandato del Señor resuene siempre en ustedes: “Vayan y prediquen el Evangelio” (cf. Mt 28,19) ( Papa Francisco al Congreso nacional de laicos en Madrid 2020).
Que María, en sus diferentes advocaciones de pasión y gloria, nos bendiga y acompañe siempre.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix