Carta abierta a los curas que sermonean
Los curas que utilizan el momento de la homilía de la Eucaristía dominical u otras celebraciones litúrgicas deberían tener presente que los fieles que participan en ella son miembros de la misma Iglesia de Jesús que el sacerdote que predica y que participan por su bautismo del sacerdocio de Jesús, por lo que también deberían tener la posibilidad de expresar ante sus hermanos en la fe lo que les dice para su vida la palabra de Dios proclamada: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar…
Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador” (E. A.E.G.)
Según la exhortación apostólica del Papa Francisco “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento”.
Hay homilías, más bien habría que llamarlas “sermones”, con el significado de amonestaciones o reprensiones, propias del s. XIX, en las que apenas se hace mención a la palabra de Dios aclamada, en las que muy poco, por no decir nada, se nombra a Jesús, el Maestro, el que es “el Camino, la Verdad y la Vida”.
Con frecuencia se utilizan las homilías para ensalzar las devociones piadosas, que con ser buenas y convenientes no forman parte del mensaje de Jesús, para hablar de lo mal que está el mundo y la sociedad en la que nos desenvolvemos, se pinta un mundo sombrío y negativo que va camino de su condenación y se olvidan de hacer propuestas evangélicas que ayuden y animen a los fieles que las escuchan a hacer posible con sus actos la petición que hacemos al Señor en el Padrenuestro “venga a nosotros tu Reino”, un Reino que no nos lo envía Dios por arte de magia sino que tenemos que construirlo los que nos decimos sus seguidores, un Reino de paz, amor, justicia y libertad: “Otra característica de la predicación es la utilización de un lenguaje positivo.
El predicador no dice tanto lo que no hay que hacer, sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento.
Además, una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad”. (E.A.E.G.)
En la Iglesia habría que desterrar el pesimismo estéril del que nos habla el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo, y los de la Iglesia, no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer.
Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia » (Rm 5,20)… Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre”
Un ejemplo concreto sobre el asunto de un “sermón”. Vaya por delante que debemos ser muy respetuosos y son dignos de admirar las personas que rezan diariamente el rosario, lo mismo que son dignas de admirar las que participan en la celebración de la Eucaristía todos los días, pero de aquí a decirse que tienen asegurada la salvación de su alma todos los cristianos con sólo hacer esto me parece que no es evangélico, porque Jesús dijo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve hambre y me disteis de comer, etc…”
Lo más importante para un cristiano, seguidor de Jesús, es poner en práctica lo que Él nos pide y vivir como Él quiere y lo demás se nos dará por añadidura.
Según la dicha Exhortación Apostólica “la homilía debe ser breve, no debe ocupar un espacio excesivo de la celebración de la Eucaristía, ya que es el Señor quien debe brillar más que el ministro, debe evitar parecerse a una charla o una clase”, y no debería ser una reprimenda continua, a veces casi dando gritos, a los que están presentes, que posiblemente son los que menos deban recibirla, ya que son los que menos la necesitan, porque son los fieles, los que nunca fallan.
En dicha exhortación también se dice: “En la predicación debe utilizarse el lenguaje positivo. El predicador no debe quedarse sólo en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento.
Una predicación positiva siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la negatividad…el diálogo del Señor Jesús con sus seguidores los cristianos en la Eucaristía, debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases y la alegría de sus gestos…muchos predicadores se quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran, pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el mensaje de Jesús”. (E.A.E.G.)
José Rivera Tubilla