Carta a los Cofrades con motivo de la Cuaresma por Monseñor Ginés García Beltrán, obispo de la Diócesis de Guadix
Guadix, 18 de febrero de 2015, Miércoles de Ceniza
Queridos hermanos cofrades:
El inicio de la Cuaresma marca el comienzo de un camino que, como cada año, nos llevará a la celebración de la Pascua del Señor en la Semana Santa. Con este motivo vuelvo a pararme para meditar con vosotros acerca de la vida cristiana, que ha de ser la verdadera identidad de nuestras hermandades y de todos los que las formáis. Permitidme que durante unos instantes, los que pueden suponer la lectura de esta carta, me haga compañero en vuestro camino, para alentaros y animaros a ser lo que el Señor espera que seamos, que meditemos juntos sobre la grandeza de la fe que profesamos y la importancia del compromiso que como cristianos y cofrades hemos adquirido; ojalá que mis palabras os sirvan de reflexión, personal y comunitaria, para este tiempo que nos disponemos a vivir.
El tiempo de Cuaresma y la Semana Santa son un momento precioso de gracia que el Señor nos regala cada año. Es un momento para, mediante la conversión y la identificación, unirnos a Cristo, origen y meta de nuestra salvación. La Palabra de Dios, la liturgia en general, y la piedad popular ponen ante nuestros ojos la humanidad del Hijo de Dios. La figura de Cristo doloroso lo hace entrañable. Ante ese Cristo nadie puede pasar de largo o ser indiferente. Como un imán, el Seños se convierte en centro que atrae hacia Él, como dice el apóstol San Juan en el evangelio: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). El Cristo sufriente nos identifica con Él, porque en Él podemos confiar nuestros sufrimientos y dificultades, con Él los dolores y las incomprensiones parece que son más llevaderas y hasta adquieren sentido. Es el milagro del amor entregado, de la vida dada como don que no pide nada a cambio, es la gratuidad más estremecedora que pueda experimentar nuestra carne.
Estos días, a través de las imágenes y de la piedad cristiana podemos tocar la carne de Cristo. No es un Dios lejano sino un Dios cercano al que podemos acercarnos con confianza, al que podemos escuchar y hablar, al que podemos comprender, y experimentar cómo Él nos comprende a nosotros; es un Dios capaz de compadecerse de nosotros porque ha pasado por donde nosotros pasamos en las pruebas de la existencia humana (cf. Heb 4,15).
En la vida cristiana hay dos momentos en los que podemos verdaderamente tocar la carne de Cristo: en la Eucaristía y en los pobres. Cada vez que celebramos la Eucaristía, Cristo se hace presente en el altar y se actualiza el sacrificio del Calvario. Cada eucaristía es una Semana Santa, podemos decir; es el memorial de la Pascua del Señor. Cada vez que participamos en la Eucaristía nos unimos a Cristo y nos identificamos con Él cuando recibimos la Comunión. Muchos de vosotros tenéis a vuestro sagrado titular en el mejor sitio de vuestra casa, del trabajo, del coche o de la cartera. Y qué fácil es, no sólo llevarlo en una estampa, sino vivo en el corazón con ir cada domingo a la Misa. La Eucaristía es también escuela de vida cristiana. Estoy seguro que todos queremos ser buenos cristianos, incluso los que entre nosotros tienen una fe más débil o dudan de ella, y que les gustaría que alguien les mostrara que creer merece la pena; a todos os digo que el Señor en la Eucaristía se va mostrando para que lo conozcamos y lo amemos, nos va transformando hasta imprimir su imagen en nosotros. Tocar la carne del Señor es vivir y adorar su presencia en la Eucaristía. Os propongo, en este sentido, dos propósito. El primero ir a Misa cada domingo; el segundo, cuando pases delante de una iglesia, entra –espero que esté abierta- y ponte un minuto delante del Sagrario –donde está la lamparita encendida- y dile algo, sencillo, y escucha lo que Él te quiere decir a ti.
El otro momento en que podemos tocar la carne de Cristo es en los pobres. El Papa Francisco repite que “los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo”. No basta, queridos hermanos y hermanas, dar limosna, u organizar obras de caridad, que es necesario; tenemos que estar con los pobres, tocar con nuestra vida la carne de la pobreza, como Cristo tocó la nuestra. Los pobres son personas que gustan y necesitan de la cercanía, de la escucha, de la comprensión, de la ternura. Claro que los pobres no siempre viven en las casas pobres, también viven en la abundancia y en el hastío de todo disfrute; vive la pobreza en la soledad y en el bullicio de la marcha juvenil, como vive en aquel que cree tenerlo todo pero no tiene a Dios. “La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”, nos ha dicho también el Papa. Nuestra atención a los pobres tiene que ser también el llevarlos a Dios.
Aquí esta nuestra tarea, queridos hermanos cofrades, decirle al mundo quién es nuestro Dios, y cómo actúa nuestro Dios. Esto es evangelizar y para esto hemos sido llamados al mundo de la piedad popular.
Sea nuestra última mirada para la Virgen Santísima. Ella que engendró en su seno al Hijo de Dios, nos enseñe a vivir según nuestra condición de hijos de Dios y hermanos de los hombres.
Con mi afecto y bendición
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix