La Hna. Ana María La Peña creció en una familia creyente pero poco practicante. Siempre ha tenido una pasión grande por la verdad y la coherencia. Cuando vio la falta de coherencia entre lo que se enseñaba y lo que se vivía en relación a la fe se rebeló contra la Iglesia.
Desilusionada con la vida y convencida de la amargura que le esperaba, en su vida que no quería ni casarse ni tener hijos ni ser vieja, decidió que estudiaría para hacer alguna contribución a la sociedad y después se suicidaría. Un día en el Instituto una chica católica y practicante empezó a defender la existencia de Dios contra los ataques de la Hermana Ana María. La Hermana Ana María empezó a preguntarse si no fuese verdad y pidió ayuda de esa chica y empezó a ir a círculos con el Hogar de la Madre. Poco después fue a un campamento con este mismo grupo donde vio por primera vez que tenía tomar una decisión entre la vida que llevaba y una vida católica y coherente. Tomó la decisión de empezar una vida coherente y entonces empezó la lucha con sus padres para poder ir a misa todos los días. También durante este campamento, pensando en la vocación, se ofreció al Señor para responder para todos los que no responden. Experimentó la llamada a la vocación religiosa con 15 años y entró de candidata con las Siervas del Hogar de la Madre cuando cumplió 18.