(Desde El Cañamelar, José Ángel Crespo Flor).- Cuando el mismísimo papa Benedicto XVI aprovecha la audiencia general de los miércoles, exactamente la de ayer (3 de febrero de 2010) para proponer a Santo Domingo de Guzmán como ejemplo a seguir es porque en realidad, el fundador de los dominícos, merece el mejor de los tratos .
Cuando el mismísimo Santo Padre aprovecha la presencia de los dominicos en su audiencia para ensalzar la labor de su fundador es porque, sin duda alguna, Santo Domingo de Guzmán es uno de los grandes santos de la Iglesia. Fundador y maestro de la Orden dominicana este burgalés es orgullo no ya de su patria chica sino de toda España y de la cristiandad.
Por fortuna en la parroquia del Rosario del Cañamelar, Santo Domingo de Guzmán ocupa un lugar importante en la imaginería de este templo al igual que Santa Catalina de Siena, doctora ¡nada menos! de la Iglesia. Todo gracias al talento imaginativo de su creador, el artista Francisco Martínez Aparicio. Digo que ocupa un lugar importante en la imaginería porque así lo es ya que los dos arropan a la Imagen Titular del templo y patrona del Cañamelar, la Virgen del Rosario. Pienso que si el papa Benedicto XVI ensalza la labor de Santo Domingo bien merece que cuando llegue su día, 8 de agosto, este santo dominico tenga una jornada de fiesta pues estamos hablando, que nadie lo dude, de un gigante de nuestra fe.
La parroquia del Rosario, por suerte, tiene a Santo Domingo de Guzmán en un puesto central, tras el altar mayor, a la vista de toda la gente. Bien hará el sacerdote que celebre ese día la Santa Misa en exaltar la figura y obra de este gigante fundador pues estamos hablando de una familia, la dominicana, de mucho calado a lo largo y ancho de la historia de la Iglesia. No hacerlo será equivocarse. Santo Domingo merece un trato preferencial siempre y más, cuando ocupa el puesto central de un templo como es el caso que nos ocupa: la parroquia del Rosario del Cañamelar.
El Santo Padre, en su alocución de ayer, lo ha colocado como ejemplo a emular por todas las generaciones de la Iglesia. Con seguir sus palabras, el reto de predicar a Santo Domingo es bien sencillo pues con desgranar una parte del Santo Rosario ya se le tributa el honor y la lealtad que merece.
Les dejo ahora con tres símbolos que adornan su iconografía:
La Cruz, el Estandarte, el Santo Rosario:
-La Cruz de dos brazos (llamada «patriarcal») es un símbolo de los fundadores de grandes familias religiosas («patriarcas») o de importantes comunidades cristianas que han dado origen a otras muchas. Se usa para Santo Domingo porque él fue el primero en sacar al monje del monasterio a la ciudad, convirtiéndole en apóstol: un religioso sin dejar de ser un monje. Otras órdenes fueron fundadas inmediatamente después de los Dominicos o casi simultáneamente, como los Franciscanos, y todos siguieron la misma pauta. Fue mucho después, en el siglo XVI, cuando aparecieron las Congregaciones dedicadas al trabajo apostólico, pero sin observancias monásticas.
-El Estandarte con el emblema Dominicano es el «escudo de armas» de Santo Domingo. Blanco y negro: pureza y penitencia, muerte y resurrección, combinando el ideal Dominicano de mortificación y alegría, renuncia al mundo y posesión de Cristo. Su lema es «Laudare, Benedicere, Pradicare» que significa «Alabar, Bendecir, Predicar».
-En cuanto al Rosario, la explicación es obvia. Santo Domingo fue el fundador del Rosario, un regalo de María para ayudarle en su trabajo para la conversión del mundo.
SANTO DOMINGO: AUTENTICO PREDICADOR DEL EVANGELIO
En la audiencia general de este miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI, el Papa habló sobre Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, conocidos también como Dominicos.
Santo Domingo nació en Caleruega, Burgos (España), en 1170. En su época de formación «destacó -dijo el Santo Padre- por su interés en el estudio de la Sagrada Escritura y por su amor a los pobres». Tras ser ordenado sacerdote fue elegido canónigo de la Catedral de Osma, «pero este nombramiento no lo interpretó como un privilegio personal, ni como el inicio de una brillante carrera eclesiástica, sino como un servicio hecho con dedicación y humildad». En este contexto se preguntó si «la carrera y el poder no son una tentación de la que no son inmunes ni siquiera quienes tienen un papel de animación y de gobierno en la Iglesia».
Benedicto XVI explicó que el obispo de Osma «no tardó en reconocer las cualidades espirituales de Domingo» y quiso contar con su colaboración para una misión diplomática en el norte de Europa. Durante ese viaje, el santo se dio cuenta de que «había pueblos todavía no evangelizados (…) y la laceración religiosa que debilitaba la vida cristiana en el sur de Francia, sobre todo por la acción de algunos grupos heréticos, por la que los fieles se alejaban de la verdad de la fe».
El Papa Honorio III pidió a Santo Domingo «que se dedicara a predicar a los albigenses, (…) y aceptó con entusiasmo esta misión, que realizó con el ejemplo de su existencia pobre y austera, con el anuncio del Evangelio y con discusiones públicas».
«¡Cristo -exclamó el pontífice- es el bien precioso que los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares tienen el derecho de conocer y de amar! Es consolador ver cómo también en la Iglesia de hoy hay tantos -pastores y fieles laicos-, miembros de antiguos órdenes religiosas y de nuevos movimientos eclesiales, que dan su vida con alegría por este ideal supremo: anunciar y testimoniar el Evangelio!».
El Santo Padre señaló que al santo se unieron otros compañeros, con los que realizó la primera fundación en Tolosa y a partir de ahí «nació la Orden de los Predicadores». Adoptó «la antigua regla de San Agustín, adaptándola a las exigencias de vida apostólica, que le llevaban junto a sus compañeros a predicar de un lugar a otro, pero regresando después a los propios conventos, lugares de estudio, oración y vida comunitaria».
Santo Domingo, continuó, «quiso que sus seguidores recibiesen una sólida formación teológica, por lo que no dudó en enviarlos a las universidades de su tiempo» para dedicarse a «un estudio fundado en el alma de todo saber teológico, es decir, en la Sagrada Escritura y respetuoso de las cuestiones planteadas por la razón».
El Papa exhortó a «todos -pastores y laicos- a cultiva esta «dimensión cultural» de la fe, para que la belleza de la verdad cristiana sea mejor comprendida y la fe sea realmente alimentada, reforzada y defendida. En este Año Sacerdotal, invito a los seminaristas y a los sacerdotes a estimar el valor espiritual del estudio. Las cualidades del ministerio sacerdotal también dependen de la generosidad con la que uno se dedica al estudio de las verdades reveladas».
Domingo falleció en Bolonia en 1221 y fu canonizado en 1234. «Con su santidad -termino-, nos indica dos medios indispensables para que la acción apostólica sea incisiva: (…) la devoción mariana», especialmente el rezo del Rosario, «que sus hijos espirituales tuvieron el gran mérito de difundir» y «el valor de la oración de intercesión por el éxito del trabajo apostólico».
CIUDAD DEL VATICANO, 3 FEB 2010 (VIS)